AMOR A SEGUNDA VISTA: Segundas oportunidades
En Amor a segunda vista todo comienza con un piano. Una chica de edad adolescente, está tocando una pieza de forma maestra, tan jovencita ella, y el chico que la descubre se queda embobado escuchándola. Cuando acaba, ella se da la vuelta porque siente una presencia que la observa. Los dos, a pesar de no conocerse, parecen encantados el uno con el otro y en el calor de la situación un hecho indeseado les hace huir del lugar en el que están.
Pero ya se han conocido. Se marchan a un banco cercano en la calle y comienzan a bromear, a comprobar que están a gusto con ellos mismos, que están hechos el uno para el otro. Más adelante se casan, y él, escritor de historias de ciencia ficción y acción, continúa con su profesión, tan dedicado a ella que cada vez más obvia la vida en común que tiene con la pianista.
Y una noche, tras una discusión, todo cambia. Porque por la mañana la vida de Rafael será completamente distinta. Amanece en lo que él considera que es un universo paralelo en el que nada está en su sitio, en el que no sabe jugar al ping pong con su mejor amigo o en el que Olivia, su famosa esposa pianista, ni siquiera lo conoce.
Algo pasa y Rafael tiene que averiguarlo, porque no quiere dejar así las cosas. Vale que no estaba en el mejor momento con Olivia, pero es la mujer de su vida y lo último que desea es perderla, así que tiene que tiene que actuar rápido, tiene que conquistarla de nuevo y descubrir en qué momento todo cambió para volver al universo que él conocía y en el que, a pesar de todo, estaba estupendamente.

Amor a segunda vista es una de esas películas que de vez en cuando nos ofrece el cine francés que no parecen francesas por su falta de pretensiones, por sus diálogos nada pomposos, por su línea argumental sencilla, por el manejo de la acción, en la que no dejan de pasar cosas, por el dibujo de personajes creíbles y naturales, porque como espectador te interesas por todo lo que va sucediendo con ellos…
Amor a segunda vista tiene todo lo que quienes odian el cine francés, por todo lo anterior, no van a encontrar. Porque Amor a segunda vista es, ante todo, una película deliciosa, como lo fueron en su día Amelie, con la hoy ausente de nuestras pantallas Audrey Tautou, o Juego de niños, gracias al que se enamoraron, aunque fuera diez años después de rodarla, Guillaume Canet y Marion Cotillard.
Alguno dirá que Amor a segunda vista es cursi. No me lo parece pero los varemos son personales. Lo que más es, es una maravillosa y divertidísima película romántica para el verano… y para cualquier estación del año. Porque cuando una película funciona, lo hace sin pararse a pensar en el día en que la vemos.
Y en Amor a segunda vista, además, todo es un acierto. Ese prólogo, que podría recordarnos al de Up, de Pixar, por aquello de que nos cuenta una historia de amor frustrada que dará paso a la verdadera narración que conforma la cinta, ese prólogo es el prometedor escenario en el que vamos a experimentar una nueva oportunidad en la vida de unos personajes que pudiendo caer pesados, no lo hacen en absoluto.
Son seres normales en las circunstancias en que los ha puesto ahora el guion. Y en él, el protagonista juega sus cartas con la dedicación y la pericia que su pretensión requiere. No se puede despistar, tiene que probarlo todo porque no sabe en qué momento se torció, y los datos sobre ella que conoce a la perfección pueden, al estar actualizados, haber cambiado, porque el universo paralelo tiene estos otros algoritmos.

Amor a segunda vista es una idea original de Hugo Gelin, también director de la película, y se agradece que en una cartelera llena de remakes, secuelas, reboots y demás variantes del otra vez lo mismo, como el spin off de Fast & Furious que nos acaba de llegar, tengamos un argumento que no parta de ningún título ya previamente explotado, aunque también es cierto que una historia así, de viajes a universos paralelos, no es la primera vez que asoma a nuestros cines. Sin ir más lejos, Feliz día de tu muerte 2 tenía uno de los más admirables que se han visto en una gran pantalla. Y, para aplauso general, más que de terror, estaba lleno de un sentido del humor que funcionaba como ni en las comedias, y menos en las de brocha gorda que hoy presumen de humor moderno.
Pero Amor a segunda vista tiene a su favor una historia tierna, plagada de buenas intenciones, que va trufando su metraje amable con los datos que el protagonista necesita para avanzar en sus descubrimientos, tanto de cómo volver a encandilar a la que él sabe que sigue siendo su mujer, como de qué debe hacer para que todo vuelva a ser como era. En el sitio que era y en el tiempo correspondiente. Parece mucho trabajo, pero en una comedia romántica se lleva, nunca mejor dicho, con más alegría.
También es un acierto la pareja protagonista. Dos actores que no solo son atractivos sino que la historia potencia que lo sean. No hay plano en que no aparezcan especialmente guapísimos y hasta se recalque en el guión que lo están: por un lado, François Civil, visto en Frank, aquella rareza con Michael Fassbender, o en Así en la Tierra como en el Infierno, y por otro a Josephine Japy, vista en El monje y en poco más porque su corta filmografía apenas ha sido distribuida en nuestro país.
Esperemos que Amor a segunda vista los convierta en dos celebridades y que sus nombres se prodiguen por cine más comercial o al menos mejor tratado internacionalmente, porque si más comercial va a implicar que nos va a llegar pero que no va a ser tan magnífico, y hasta exquisito, como este título que ahora se estrena, habrá que lamentar que sus evidentes talentos, además de sus desbordantes bellezas, estén a merced de trabajos que nos les hagan justicia.
No es el caso de Amor a segunda vista, un título que en tiempos en los que una película se reposaba, se vivía con la intensidad que le otorgaba la dedicación que muchos espectadores le otorgaban, en tiempos en que que guste una película se queda reflejado en un tuit que ha de actualizarse con otra película que probablemente tenga una aceptación mayor porque su publicidad y el número de copias se lo permita, no son los tiempos de antaño en los que una película se celebraba con el éxito de recomendarse y de disfrutarla saboreándola, debatiéndola y analizándola.
Cuándo fue que hicimos eso por última vez. Midsommar está gozando de algo semejante porque es lo suficientemente peculiar como para desmenuzarla a lo largo del tiempo por cada espectador que cae fulminado ante su universo. Pero no muchos títulos gozan de ese privilegio, y Amor a segunda vista se merece que nos paremos a pensar en ella, nos detengamos en su argumento, en analizar qué haríamos en el caso de Rafael, incluso si somos chicas para recuperar a nuestro chico. Lo que antaño el cine pedía y como espectadores le dábamos. Volvamos a ejercitar aquello, aunque sea solo porque es verano y porque Amor a segunda vista nos incite a ello porque se lo haya ganado.
Silvia García Jerez