BORG McENROE. LA PELÍCULA: Ace inalcanzable

Borg McEnroe. La película no se molesta ni siquiera en encontrar un título un poco más trabajado, algo más bonito o poético, como La batalla de los sexos en lugar de King Riggs, que eran los apellidos de los personajes de Emma Stone y Steve Carrell en una de las cintas más olvidadas por los premios el pasado año, a pesar de empezar con buen pie la carrera hacia ellos.

Con ese título tan simple, claro como un día sin nubes pero simple, cuenta, como La batalla de los sexos, otro partido de tenis histórico, tanto en la forma como en el fondo.
Si la protagonizada por Emma Stone se acercaba a la figura de Billie Jean King para demostrarnos, en tiempos en que el empoderamiento femenino adquiere tintes de movimiento, que es posible reivindicar un salario igual para mujeres que para hombres también en la pista de tenis, Borg McEnroe nos retrotrae a un partido que revolucionó dicho deporte por razones distintas: ellos no necesitaban reivindicar nada sino demostrarle al mundo que eran mejor que el otro en un partido que se alargó como ninguno antes en una final de Wimbledon, inédito Tie break incluido en el proceso.
El sueco Borg y el norteamericano McEnroe. Según los presenta el film, uno con temperamento frío, el otro, un hombre incontrolable. Según éste habla de ellos, dos niñatos a los que darles con la mano abierta.

Los auténticos Borg McEnroe
Los auténticos John McEnroe y Björn Borg en la final de Wimbledon de 1980

Borg McEnroe, película más sueca que norteamericana, no al revés, como muchos puedan pensar, rodada en ambos idiomas pero con predominio del sueco porque es en Borg en quien se centra, como es lógico, llega a las carteleras con la aureola que ilumina a las pequeñas joyas, pero sin justificación alguna.
La cinta comete el error, si es que situar en el contexto puede considerarse como tal, de no ir directamente al grano del partido, sino de perderse en el laberinto del pasado, del quiénes fueron para llegar a ser quienes son.
La batalla de los sexos hacía lo mismo, no con el pasado sino en el presente, con la vida personal de Billie Jean, lado que también reivindica, al tratarse de una defensa más que de una exposición, del movimiento LGTBI.
Si admitimos que la disección de la vida privada es compatible con el relato del partido en el que supuestamente estaba focalizada la película, el trenzado narrativo nos valdrá en su conjunto. Si lo que nos interesa es lo que la publicidad nos vende, es decir, ‘el partido que cambió la historia’, hasta llegar a él hay que tener paciencia con el metraje.
Borg McEnroe adolece de lo mismo. Más de una hora se recrea en un pasado que nos es familiar, sobre todo a quienes vivieran con una edad adulta la rivalidad de estas leyendas y supieran, sin necesidad de un prólogo que dura más de una hora, en qué condiciones y con qué consideraciones llegaban ambos a esa final de Wimbledon de 1980.

Shia LaBeouf, perfecto John McEnroe en BORG McENROE. LA PELÍCULA
Shia Labeouf, perfecto John McEnroe en BORG McENROE. LA PELÍCULA

Más allá de la forma, el fondo adolece de emoción alguna. Si acaso, la de la exasperación que provocan ambos actores al recrear las personalidades torturadas de Björn Borg y John McEnroe.
Sverrir Gudnason, intérprete sueco que sustituirá a Daniel Craig en la saga Millenium en la continuación de su adaptación norteamericana de las novelas, se mete en la piel de un Borg desesperante. Como actor debe ser una delicia tener entre manos un personaje así, pero como espectador se hace difícil soportarlo, lo cual habla muy bien del trabajo del sueco.
Por su parte, Shia LaBeouf borda a un John McEnroe irascible al que ya advierten antes de ganar su primer Wimbledon: serás el número 1 del mundo, pero nadie te recordará por ello sino por cómo tratas al juez de silla y cómo te comportas en la pista. Visionario comentario.
Al llegar por fin al partido que nos ocupa éste se vuelve cinematográficamente inane. La emoción no inunda la pantalla. Así como La batalla de los sexos te metía en el partido de inmediato, Borg McEnroe no logra transmitir la misma vibración. La pelota va y viene, recorre la pista como si de un partido más se tratase, montaje al límite aparte para aportarle el pretendido ritmo que se espera de estos acontecimientos en la pantalla.
El objetivo es, entonces, para quienes no recuerden el histórico resultado, conocerlo. Pero el proceso hasta la resolución no puede ser menos fluido.
El tenis es un deporte absorbente que merece mejores películas que estas, sin que La batalla de los sexos fuera mala, pero debería haber sido mejor. En el caso de Borg McEnroe la fuerza la pone el espectador gracias al bagaje previo que sobre los oponentes lleva en mente. Más allá de eso, su director, Janus Metz, no eleva la cinta por encima de la red. Su saque se queda corto y no es capaz de anotarse un ace.

Silvia García Jerez

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