La luz de Penélope Cruz
Penélope Cruz brilló el 2 de marzo de 2018 en la capital parisina al recoger el César de Honor que le ha otorgado la Academia francesa. Al igual que la española, la gala lo entrega en su ceremonia, al contrario que la americana, que separa sus premios honoríficos y los traspasa a otra, y en lugar de a una leyenda se lo da a varias para justificar el aislamiento.
Oficialmente dicen que es porque si no se alarga demasiado la duración de la televisada, cuando un premio más no se nota y los homenajeados por su trayectoria serían, como lo fueron durante décadas, ovacionados con toda la platea en pie. Porque gracias a ellos están ahí los nominados de la edición que corresponda. Pero para qué agradecerle nada al pasado, al cine clásico, en directo, pudiendo explotar las posibilidades de una gala situada únicamente en el presente. Deben pensar que con que viejas glorias salgan al escenario a premiar categorías competitivas lo tienen todo hecho. Qué equivocados están.
Lo que sí es un acierto que el César de Honor se haya entregado a una actriz en pleno éxito de una carrera en la que parece que no hay año en el que éste no exista. Ese logro es tan admirable que hay que premiarlo.
Penélope Cruz tiene 43 años y lleva décadas siendo el centro del cine mundial. Sus detractocres ven con horror cada paso que da hacia la cumbre, pero es que hace mucho tiempo que se ha instalado en ella. Ha puesto la hamaca y se ha tumbado con el mojito al lado, puestas las gafas de sol. Que sean los comentarios negativos los que se quemen.
Quienes hablan mal de ella, unos por motivos cinematográficos, que si no es una buena actriz, que si no hay quien se la crea, que si su acento inglés es imposible, sobre todo en España, sitio tan propicio para no alabar nunca al que triunfa, no reciben de fuera el apoyo que les gustaría. Al salir de nuestras fronteras, sus acentos gustan (habla con fluidez francés, inglés e italiano), se la percibe encantadora y cada día tiene más seguidores que la admiran por su talento como intérprete.
Si miramos su trayectoria, más de una actriz, consagrada o esperando a serlo, querría tener su currículum. Haber trabajado con Pedro Almodóvar en cinco ocasiones la coloca al mismo nivel, aunque muchos no quieran verlo, que a Tom Hanks al haberlo hecho las mismas con Steven Spielberg. Todo es cuestión de buena prensa: si no la tienes, no te creen. Como afirmaba la frase publicitaria de la serie Mad Men, no importa lo que seas, lo importante es cómo lo vendas.
Pero Penélope Cruz es, no tiene que vender nada que no sea. Y no solo ha trabajado con Almodóvar, no solo consiguió con él su primera nominación al Oscar, por Volver, es que también ha estado a las órdenes de Fernando Trueba en La niña de tus ojos y Belle Epoque, cinta que le dio a España el Oscar a la mejor película extranjera, o con Alejandro Amenábar en Abre los ojos. Y lo ha hecho con Julio Medem en Ma Ma o con Isabel Coixet en Elegy.
Los mejores directores del cine español la han tenido en sus películas, y algunos de los mejores del cine mundial también: ganó el Oscar gracias a Woody Allen por Vicky Cristina Barcelona, se ha puesto a las órdenes de Ridley Scott en El consejero, de Kenneth Branagh en Asesinato en el Orient Express y tiene pendiente de estreno Todos lo saben, de Asghar Farahadi, el iraní que ha logrado dos Oscar, por Nader y Simin, una separación, y El viajante, a la mejor película extranjera para su país.
Además, para los amantes de las series, este mes estrena la que dicen, puede darle uno de los pocos premios que no tiene, al centrarse siempre en el cine y no en la televisión: el Emmy. Su Donatella Versace, del American Crime Story que estamos a punto de ver, parece que va a llevarla a una nueva cumbre que aún no había conquistado. A este paso le va a faltar únicamente el Tony de teatro, y no es de descartar que llegue en breve.
Seguir dudando de Penélope Cruz a estas alturas no parece serio. Al inicio de su carrera podía ser más lógico. No todos los actores comienzan con un peso rotundo. El propio Leonardo DiCaprio en sus comienzos fue bastante menos consistente del incuestionable en que ha conseguido convertirse. Y Penélope hace años que merece la admiración que muchos le siguen negando.
Porque no hay motivo alguno para cuestionarla. Su madurez como actriz es evidente y su estrella sigue siendo fulgurante. Es el foco de atención en todas las alfombras rojas de festivales de categoría A, como el de Cannes, que tantas veces ha pisado, y se la espera con ansia llegar a la de los Goya o la de los Oscar, en las que si no tiene nominación suele presentar premios. Y suele, también, ser una de las mejor vestidas.
Por lo tanto ver en la última entrega de los César al cine francés rendido a los pies de esta madrileña, debería ser motivo de alegría para todos. Es un éxito más de una compatriota fuera de nuestras fronteras y solo como tal debería verse.
Una mujer que ha triunfado y lo ha hecho de manos de quien le entregó el premio, un Pedro Almodóvar al que también se lo venera en dicho país, como debe ser. Pensar que han hecho Historia del cine, que la han escrito entre los dos, y verlos emocionados en el escenario de la gala con la Academia francesa en pie es tan bonito que ningún amante del cine puede hacer otra cosa que aplaudirlo y sentirse muy orgulloso.
Silvia García Jerez