LA BATALLA DE LOS SEXOS
La batalla de los sexos es el nombre real que se le dio a un mítico partido de tenis celebrado en el año 1973 con dos rivales que apostaban por causas antagónicas: él por el hecho de que era capaz, incluso a la tardía edad de 55 años, de ganar a cualquier mujer que tuviera como contrincante, por muy buena que ésta fuera, y ella la de que por el hecho de ser mujer no significaba que tuviera peor categoría como jugadora.
Esa fue la cara más visible del reto, porque para Billie Jean King, brillante promesa de 29 años en el mundo de la raqueta, también era primordial reivindicar un salario equitativo al de los hombres. Si las mujeres venden las mismas entradas a la hora de jugar los partidos no hay razón para que ganen ocho veces menos que los tenistas masculinos. Y con la intención de demostrarlo es capaz de marcharse de los Grand Slam y boicotear el Abierto de los Estados Unidos.
La hazaña de Billie al enfrentarse al excampeón y extremadamente machista Bobby Riggs fue uno de los acontecimientos deportivos televisados de más éxito de audiencia de todos los tiempos y Johnathan Dayton y Valeria Faris, responsables de la magistral Pequeña Miss Sunshine recrean aquel momento sin olvidarse de recrear también la época.
Después de aquella, sus directores estrenaron la maravillosa Ruby Sparks, sobre un escritor que comprueba atónito cómo su creación literaria cobra vida. Pero el universo de Dayton y Faris siempre tiene un lado oscuro, amargo y difícil de digerir, tras haber asistido a un planteamiento que prometía claramente el desarrollo de lo que constituiría una comedia.
Por lo tanto, y volviendo a La batalla de los sexos, ambos transforman un acto que en cualquier otra película sería visto desde el prisma de una competición entusiasta y divertida en un reto agridulce en el que las risas no pasan de ser sonrisas porque la sociedad en la que se enmarca la historia es tan gris como la situación que se pretende superar.
Billie Jean King, encarnada de forma brillante por una Emma Stone que no acaba de resultar excepcional, tuvo la complicada tarea de derribar barreras que en aquellos años ya era posible echar abajo pero como ante cualquier revolución que se precie, la lucha resulta ser todo lo ardua que se espera. Sobre todo cuando, por mucho apoyo que se tenga, eres tú la que dirige el rumbo de las lanzas.
La batalla de los sexos, en ese sentido, es un acierto. Reflejar el momento histórico en el que Billie consiguió tanto, profesional y personalmente, es digno de de ser aplaudido en un Hollywood no muy dado a darle la victoria a las mujeres. En ese contexto, el de Emma Stone también es un pulso echado a una industria en la que ella es, en el año presente, la actriz mejor pagada, pero en la que continuamente están surgiendo voces femeninas que reivindican la igualdad salarial a la que la Meca del cine es tan reacia.
Pero La batalla de los sexos, sin acabar de estropearse, desciende peldaños de calidad deteniéndose excesivamente en la vida personal de la tenista. Siendo necesario que el film se ocupe de ella, valdría con unas pinceladas personales para entender el laberinto en el que se encuentra.
La película contiene una de las escenas más bellas contempladas en una pantalla en lo que llevamos de año. Primeros planos en una peluquería evidencian lo que posteriormente veremos, y tanto el ritmo de la escena como el maravilloso gusto a la hora de rodarla podrían darle a Emma Stone la tercera nominación al Oscar consecutiva que tanto se nota que ansía, aunque acabe de ganarlo por La La Land, eso no es excusa.
Lo malo es que La batalla de los sexos, que se titula de ese modo por el partido de tenis al que se refiere, parece darle menos importancia al mismo que al terremoto emocional sufrido por su protagonista. Y tal circunstancia, sin ser un mal complemento para unos acontecimientos que, al tratarse de una historia real se ha de pensar que sucedieron de ese modo, no debería copar tanto un film que, en teoría, no versa sobre ello.
En el preciso momento en el que uno llega a la conclusión de que media hora menos de película le hubiera sentado estupendamente al resultado, llega el partido por el que todos han pagado la entrada, valga el símil con la que también tienen que adquirir los espectadores de la película. Y entonces asistiemos a un espectáculo que nos deja sin habla.
La recreación de lo vivido en la cancha por parte de los actores que dan vida a los auténticos jugadores es un placer que ningún cinéfilo se puede perder. El enfrentamiento entre Emma Stone y Steve Carrell es tan épico que debería guardarse entre nuestros duelos favoritos, al lado de otros vistos en el género del western o por qué no, el que llevan a cabo Frank Langella y Michael Sheen en El desafío – Frost contra Nixon.
Carrell, actor que suele rozar la perfección, y muchas veces superarla, está apoteósico en un papel desagradable que llena de matices en cuanto sus apariciones en el film se lo permiten, y Austin Stowell, visto en Whiplash, El puente de los espías o Colossal, borda a un Larry King rebosante de humanidad.
Algunas películas tienden a ser calificadas como necesarias, y tal vez La batalla de los sexos pueda encontrarse entre ellas. Porque las reivindicaciones que muestra que fueron hechas en los años 70 hoy siguen perfectamente vigentes. Es decir, por mucho que hable de un hecho histórico, quedan otros por conquistarse y aunque esta película sirva de ejemplo para continuar luchando por ellos, los derechos, desgraciadamente, siempre han sido una presa escurridiza.
Silvia García Jerez