LA VIDA DE CALABACÍN: la orfandad en Stop-Motion
La vida de Calabacín se centra en un niño de 9 años que al quedar huérfano es enviado a un orfanato donde aparentemente su existencia no parece que vaya a ser mejor que la que tenía con su alcohólica madre. Pero no tarda en entablar amistad con los chicos que comparten hogar con él, de vida también complicada, ni en conocer a la nueva huérfana que llega, haciendo mucho más feliz al desdichado Calabacín.
La vida de calabacín es una película de animación. En concreto de la denominada Stop-Motion, esa que con mucho trabajo y más paciencia hace moverse, por ejemplo, a los muñequitos confeccionados con plastilina.
Con ellos, el francés Claude Barras ha logrado una película tan espectacular que la Academia de Hollywood la ha nominado al Oscar a la mejor cinta de animación, categoría en la que competirá con Vaiana, Kubo y las dos cuerdas, Zootrópolis y La tortuga roja, también francesa. Admirable año de producciones animadas en la próxima gala de premios.
Calabacín es un apodo, aquel con el que la madre del pequeño, una mujer alcohólica entregada por completo a la cerveza en latas, llama a su hijo. Él recoge los envases, los guarda y juega con ellos hasta que una infortunada noche solo puede rescatar uno como recuerdo de esa mujer que, por mucho que él la temiera, no dejaba de ser su madre.
Con ese apodo como escudo, la lata que le queda y una cometa en la que figura su desaparecido padre dibujado a modo de superhéroe, Calabacín se introduce en el oscuro mundo del orfanato al que un policía lo lleva. Oscuro hasta que lo ilumina una nueva presencia, la huérfana que alegrará el corazón de los niños en general y de Calabacín en particular.
Una hora es lo que Barras necesita para contar una historia, que pese a enclavarse en el género de la animación, no deja de ser dura y desasosegante. Un niño que lo ha perdido todo y tiene que enfrenarse a una nueva vida no es precisamente el escenario más alegre para el espectador, pero las buenas intenciones están en el aire y a pesar del horizonte que parece dibujarse para Calabacín, pronto el ambiente opresor en el que vive aflojará su dramatismo y ofrecerá buenas dosis de esperanza.
Como muchas veces se dice, y nunca está de más repetir, la animación no siempre está destinada al público infantil, pero en este caso y aunque el punto de partida no sea todo lo brillante que podría imaginarse, su visionado no deja de ser recomendable también para los más pequeños.
Polciás y superhéroes se mezclan con ternura y acierto en esta fábula que resulta ser un canto a la amistad y a los recuerdos más preciados que tenemos, ya sean en soporte fotográfico o los tengamos guardados en la memoria.
La vida de Calabacín es un regalo para todo amante del cine que se precie. Una joya rodada en plastilina que habla de aferrarnos a las cosas buenas que nos rodean, de apreciarlas en la medida en que lo merecen aunque en muchas ocasiones no nos demos cuenta de lo que tenemos.
Silvia García Jerez