AL FINAL DEL TÚNEL: la ruta de las cajas fuertes
Atracar un banco por medio de un túnel que conecte a los ladrones con el lugar donde la sucursal tiene situadas las cajas fuertes que van a ser asaltadas es la gran idea de la banda de Gareleto, pero ésta no cuenta con que un vecino, inmóvil hasta los pies a partir de la cintura, necesitado por lo tanto de silla de ruedas para manejarse por su casa, pretende ponérselo muy difícil.
Este es el argumento de Al final del túnel, coproducción de España con Argentina aunque con más espíritu argentino que español, algo que se nota incluso en que la madrileña Clara Lago, protagonista de la película junto a Leonardo Sbaraglia, habla, como él, con el acento natal del actor. Y con excelentes resultados, digámoslo. No es sencillo, lo parezca o no, adoptar el habla porteña de modo que cada palabra, cada expresión dicha con ella, sea creíble como tal, y Lago, al igual que ya hiciera Inma Cuesta en la fabulosa Capitán Koblic, se ajusta a él como pocas intérpretes de cuantas lo hayan intentado.
Nos encontramos, en Al final del túnel, con una película de cine negro. La planificación de un robo, una banda eficaz que va a perpetrarlo, un líder brutal sin miramientos hacia los que fallan, y un héroe en el papel principal, que pesar de su aparente debilidad no se detendrá ante nada ni ante nadie para conseguir derrotar a los villanos. Esto no es nuevo, pero Rodrigo Grande, su director y guionista, lo cuenta de una forma tan apasionante como si fuera la primera vez que asistimos a algo parecido.
Puede sentirse orgulloso Leonardo Sbaraglia de su trabajo en esta película, tal vez el más redondo de los muchos que nos ha ofrecido a lo largo de su carrera. El Goya que ganó como mejor actor revelación por Intacto bien merecería la oportunidad, con una nominación, de duplicarse en su estantería de premios.
No solo a nivel físico se maneja de maravilla ante la cámara, también el aspecto emocional tiene un acabado prodigioso. La inseguridad de su personaje tapada con miradas intencionadas, la seguridad demostrada cuando toca, su determinación férrea ante los elementos cambiantes… la composición de su Joaquín es mayúscula. La comparación con el James Stewart de La ventana indiscreta Sbaraglia la aguantaría sin problemas.
Y el resto de la película está a la altura de lo comentado. Desde los más mínimos detalles que aclaran, únicamente con imágenes, como debe hacerlo el cine, a qué se debe el estado de invalidez del protagonista, hasta el proceso mental que va llevando a Joaquín a su objetivo, la cinta es un reloj suizo que responde a los esquemas del género.
Tensión constante que va subiendo a lo largo del desarrollo, giros pertinentes y un malvado aterrador se unen a un diseño de producción, es decir, a unos decorados imponentes que respiran verdad a cada plano. También las resoluciones de dirección son reseñables. Planos magníficos con encuadres extremadamente competentes, un montaje soberbio que en la escena del baile alcanza una brillante apoteosis, o la fotografía, otra de las reinas indiscutibles de esta película, son elementos que unidos a los no citados, caso de la banda sonora o de los efectos de maquillaje, redondean un título imprescindible.
Silvia García Jerez