EL AMOR EN SU LUGAR: Los dos lados del telón
El amor en su lugar nos acerca al teatro en una época en la que soñar no estaba al alcance de los judíos. Nos sitúa en el gueto de Varsovia y nos cuenta la historia real de un grupo de actores que mantuvo en pie la diversión de quienes no tenían nada fuera del teatro a comienzos de 1942.
El amor en su lugar (Love gets a room) es el título original de la obra del judío polaco Jerzy Jurandot, quien retrató, a modo de comedia musical, lo que ocurría en la Varsovia de entonces. La obra que vemos en la película es la que se representó mientras pudieron hacerlo.
El director Rodrigo Cortés nos convierte en espectadores por partida doble. Por un lado, asistimos a la obra que se representa en las tablas del teatro Femina, y por otro, a lo que se cuece tras el telón, en las bambalinas, en los pasillos que conectan con los camerinos y demás dependencias.
En ellas nos muestra cómo su protagonista, Stefcia (Clara Rugaard), se debate entre irse con Patryk (Mark Ryder), compañero de la obra al que no quiere pero con el que puede salir del gueto, o quedarse con Edmund (Ferdia Walsh-Peelo), otro de los actores, de quien sí está enamorada pero con el que solo puede esperar el futuro negro que se les presenta a los que no tienen posibilidades de huir de allí.
Vamos a ser testigos, por lo tanto, de la gran obra, desternillante, llena de momentos visuales espléndidos gracias a los inspirados números musicales que contiene, y de la angustia de saber ante qué panorama se encuentran actores y espectadores cuando la magia del teatro se apaga.
El amor en su lugar comienza con un plano secuencia de 12 minutos en el que Stefcia nos lleva desde el gueto al teatro. Todo cuanto ocurre a continuación lo hace dentro de éste, pero para cuando llegamos a su interior ya sabemos qué pasa fuera. Por eso no queremos salir de allí. Y Rodrigo Cortés no nos saca. El teatro como refugio.
Teatro que es puro cine en manos de Rodrigo Cortés. Desde su plano secuencia de apertura ya nos fascina. Es un prodigio técnico que pese a no ser único, porque no es la primera película que empieza con esa elección, también estética, sí nos arrebata. Porque cuando el resultado es tan brillante como en El amor en su lugar no podemos más que rendirnos a él y entrar en el teatro ya emocionados.
Lo que nos espera dentro es otra apoteosis artística. Es la plenitud de un director más irregular de lo que nos gustaría a quienes lo descubrimos con su ópera prima, la deslumbrante Concursante, una joya protagonizada por Leonardo Sbaraglia que pasó más desapercibida de lo que merecía y que hoy es un título de culto. Después rodó la sobresaliente Buried, en la que metió a Ryan Reynolds en un ataúd.
Pero las siguientes fueron más decepcionantes. Luces rojas, con Robert De Niro, y sobre todo Blackwood, con Uma Thurman, bajaron un listón que ahora vuelve a subir hasta igualar, o incluso superar, el nivel de sus mejores trabajos.
Dentro del terrorífico drama que ebulle en su base podemos encontrar una película deliciosa, que cuida cada detalle de cuanto la compone. Sus números musicales son arrebatadores, en la mejor tradición del género, el ritmo es frenético y la cámara acompaña a los actores tanto dentro como fuera del escenario. Sale y entra con ellos, en otros planos secuencia más imperceptibles que el de apertura pero evidentes en la fluidez de la narrativa. No hay cortes. La vida aprieta y la película no se detiene.
Intérpretes desconocidos ponen el alma al servicio de la historia. Incluso cantan en directo, y Rodrigo mantiene en la cinta el resultado, sin retoques, de su apabullante talento. Personajes vivos en una atmósfera irrespirable, que no quieren morir pero que se saben finados.
Y la obra continúa, mientras su protagonista no sabe dónde colocar el amor, si en su vida o en su pasado. Ella tiene claro que ha de estar en su sitio, en el lugar correcto, y nosotros la acompañamos en el trayecto a su decisión, notando que el viaje nos está dando auténticas pinceladas de cine irrepetible.
Silvia García Jerez