EL SILENCIO DEL PANTANO: Crímenes ficcionados

El silencio del pantano es un curioso ejercicio que mezcla de cine y literatura de género negro en una historia que unifica a un escritor de este tipo de novelas con la oscuridad de los acontecimientos que tienen lugar en la región en la que escribe, el río Turia, en plena Albufera valenciana.

Q (Pedro Alonso) es el famoso autor tan vendido, y con tanto éxito, que plasma en sus trabajos crímenes atroces. Mientras está escribiendo su nueva obra, el profesor Carretero (José Ángel Egido) desaparece, y da la casualidad de que la docencia fue su profesión elegida después de ser un político de élite acusado de corrupción y presente actualmente en los medios de comunicación por el juicio que la causa que lo involucra está llevando a cabo.

Los hilos en los bajos fondos comienzan a moverse para encontrar a ese profesor desparecido. A nadie le conviene que no esté controlado y como hable la cosa se va a poner muy fea. Así que tras sus pasos se ponen en marcha Falconetti (Nacho Fresneda) y La Puri, su jefa (Carmina Barrios), dos seres al servicio de la conservación de su estatus en el manejo de lo que se cuece en las sombras del poder.

El silencio del pantano nos va a presentar las tres historias por separado y las va a ir juntando a medida que la narrativa lo requiera, de forma que según avanza el metraje vamos a ir atando los cabos que parecían sueltos y que en realidad están muy bien comunicados.

Pedro Alonso y Luis Zahera
Pedro Alonso y el taxista al que interpreta Luis Zahera

El silencio del pantano, como película, va de menos a más. El comienzo es puro desconcierto. No sabemos dónde estamos y eso puede sacar a más de un espectador de cuanto nos relata. Un protagonista frío con el que es imposible empatizar inicialmente cruza su camino con un taxista, interpretado tan maravillosamente por Luis Zahera que nos reconcilia con ese no entender bien por qué no logamos entrar en la historia.

Es complicado. Pero todo tiene su sentido. Y ahí lo cierto es que el trabajo de Pedro Alonso es encomiable, ese ser tan disociado de la realidad que como espectador no podemos aprobar. Pero solo hay que esperar a que llegue el desarrollo, además del desenlace, para comprenderlo todo. Y admirarlo como la composición actoral complejísima y casi imposible de llevar a cabo que es, por cierto.

En el desarrollo están Falconetti y La Puri, dos personajes tan fascinantes que es una pena que El silencio del pantano se estrene el 1 de enero para quedarse en tierra de nadie en la consideración a los premios que ambos merecen. Los registros que tanto Nacho Fresneda como Carmina Barrios realizan para llegar a darnos sus personajes son asombrosos: se han dejado el alma en convencernos de que son unos bichos, y lo han logrado.

La primera aparición de Falconetti es fabulosa, y cuando lo oímos preguntar por la jefa ya aplaudimos. Y lo mismo nos ocurre cuando escuchamos a Carmina metida en la piel de La Puri. Han sufrido, seguro, penurias en la garganta para regalarnos a dos seres que nos imponen no sabemos si más miedo que respeto o al revés.

Desde nuestra butaca nosotros no tenemos contacto con ellos, y nos alegramos, porque son capaces de todo, cosa que no tardaremos en comprobar en la pantalla. Vamos a tardar mucho tiempo en olvidar que tanto Nacho como Carmina una vez fueron estos tipos tan oscuros. Y probablemente, gracias a su buen hacer, no lo olvidaremos nunca.

La Puri (Carmina Barrios) hablando con Falconetti (Nacho Fresneda)

Y El silencio del pantano sigue su curso hacia un desenlace glorioso en el que todo confluye y en el que todo tiene sentido. Es el momento de alabar una hazaña que al comienzo no sabíamos si se lograría. Completar el puzzle es lo que tiene, que hay que esperar a colocar la última pieza para descubrir el dibujo.

El dibujo es un conjunto que está compuesto de muchos elementos: crimen, mafia, política, corrupción… un mapa desolador en el que, como bien apunta su director, Marc Vigil, estamos más que versados por la cantidad de información que nos llega cada día a través de los medios de comunicación, pero que como él mismo nos recuerda, el cine apenas trata en sus argumentos. Y El silencio del pantano, lo hace.

Vigil, responsable de dirigir, entre otras series, unos cuantos capítulos de El Ministerio del Tiempo, que lo unió tanto a Pedro como a ese Alonso de Entrerríos que interpretó Nacho, no solo se limita a mostrar lo que nos rodea, el tipo de mundo en el que nos ha tocado vivir. Lo mezcla con sabiduría en unas historias que entrelaza con habilidad y gracias a ella, a esa destreza, caemos en la cuenta de algo que a lo mejor no es tan obvio pero que está ahí: El silencio del pantano es lo que El autor, esa película tan alabada de Manuel Martín Cuenca, debió ser.

Basadas ambas en dos novelas distintas, El silencio del pantano en la homónima de Juanjo Braulio y la de Martín Cuenca en El móvil, de Javier Cercas, El autor pretende ser oscura y escalofriante y se queda tan lejos de conseguirlo que es una gozada encontrar una película en la que aquellas intenciones se vean reflejadas en la pantalla.

El silencio del pantano se mete de lleno en la sordidez que a El autor le faltaba y nos acerca a personajes que tienen mucho recorrido en el infierno. El autor nos contaba su historia caminando en medio de otros que, como sus vecinos, teniendo cabida lógica, no encontraban la fluidez que el relato les pedía y se tornaban más un obstáculo que una ayuda a la hora de ofrecernos el arco dramático que ese protagonista se autoimponía.

Ahora, en El silencio del pantano todo encaja. La imaginación puede desatarse y la novela se escribe sola. Cada personaje, con su universo propio, va conociendo su destino. Y los giros de guión nos van dejando claro que estamos, a cada minuto que pasa, ante una película mejor.

Lástima de ese inicio que tanto nos ha costado superar, pero es el tipo de inconveniente que en un segundo visionado deja de tener importancia. Al contrario, ya con el mosaico completo disfrutaremos mucho más del dibujo que sabemos que veremos.

Silvia García Jerez

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