SESIÓN SALVAJE: Festín para los cinéfilos
Si eres cinéfilo tienes que ver Sesión salvaje.
El documental firmado por Julio César Sánchez y Paco Limón, que recorre las décadas de los 60, 70 y 80 de la cinematografía española, tanto en sus producciones nacionales como en las incursiones en las grandes películas internacionales, no es solo un divertido recorrido por los títulos que entonces se rodaron, es también un apasionante viaje por los secretos de los procesos que les dieron forma.
Siempre se ha dicho que hacer cine no es fácil. No lo es cuando hay mucho dinero, ni en la industria más poderosa del mundo, la norteamericana, porque ni siquiera teniéndolo se asegura que su resultado sea cine del que se considera arte, del que pasa a la historia con letras de oro, cuanto menos si no hay apenas dinero para financiar proyectos, ahí sí que la lucha no acaba ni cuando la cinta está estrenada, pero ese es otro documental.
Sesión salvaje nos acerca a películas que son nuestra Historia, nuestra industria, a títulos conocidos, como Los bingueros, de Mariano Ozores, a otros que son de culto, como Arrebato, de Iván Zulueta, o a largometrajes mucho más inéditos, como Una vela para el diablo, de Eugenio Martín o Inquisition, de Paul Naschy.
Pero también a la carrera de autores a los que les debemos tanto, como a Chicho Ibáñez Serrador, a quien Sesión salvaje se rinde porque ni La residencia ni ¿Quién puede matar a un niño? merecen menos, a Pilar Miró y su inmortal, con razón El crimen de Cuenca, o a Eloy de la Iglesia, de quien se habla por sus estupendas El diputado o Navajeros.
Todo este cine se recorre de la mano de quienes lo hicieron o de quienes lo admiran, profesionales todos con una visión tan nostálgica como instructiva de lo que supuso ese cine entonces y lo que sigue siendo para quienes, viéndolo ahora, son lo que ese cine fue forjando.
Las sabias palabras de Álex de la Iglesia, Miguel Ángel Vivas, Enrique López Lavigne, Nacho Vigalondo, Lone Fleming, Emilio Linder, Álvaro Luna, Antonio Mayans o el mismísimo Mariano Ozores se escuchan en una Sesión salvaje apoyada por clips de las películas que citan, algo que no siempre es fácil de conseguir, que el mundo de los derechos también es otro aparte, pero que siempre se agradece porque nada explica mejor una anécdota que el observar momentos de la película a la que se refieren.
Hay dos cosas que quedan claras, tanto al acabar de ver Sesión salvaje como mientras se está viendo. Por un lado, que sus autores, Julio César Sánchez y Paco Limón, aman el cine con pasión, y saben transmitirlo, que también es importante. Ellos aman el cine, también el español, al que defienden como nuestro cine se merece: con conocimiento de las obras que lo han hecho llegar hasta la admiradísima Dolor y gloria.
Y por otro lado, lo segundo que queda claro es que hay un cine que se desconoce a nivel popular y que documentales como Sesión salvaje ponen al descubierto para que a quien le falte algún título por ver lo apunte y lo busque para ampliar su cultura.
Julio César Sánchez y Paco Limón nos acercan a un cine minoritario que, afortunadamente gracias a plataformas al alcance de los usuarios, como Flixolé, coproductora de ésta misma, o gracias al repaso que hizo la televisión pública española hace no mucho tiempo durante unos tres años cada día de la semana, no nos resulta tan desconocido. O no debería.
Porque para muchos espectadores, que dejaron pasar la oportunidad de verlas entonces y que siguen desconociendo las plataformas donde poder verlas, las siguen teniendo fuera de su diario conocimiento.
Muchos sabrán que existen y no las habrán visto, otros ni siquiera serán conscientes de que esas películas se hicieron, pero gracias a Sesión salvaje saltan del olvido a la primera línea de producciones que han de incluirse en la lista de imprescindibles.
Lejos de quedarse en la cita, en señalar películas que deberían ser nuestro orgullo patrio, Julio César Sánchez y Paco Limón, con la ayuda de los ilustres nombres que nos van contando historias sobre los rodajes, nos iluminan con anécdotas que desconocemos y que son oro puro para entender muchas cosas del resultado de las películas que veíamos.
Y escuchar esas anécdotas es algo maravilloso. Nos trasladan a un mundo en el que en España aún no habíamos aprendido a hacer las cosas al modo americano, como si, por otro lado, fuera obligatorio, que cada uno tiene su forma de trabajar, pero el documental se sincera y Eugenio Martín afirma que antaño no teníamos categoría para vender fuera, -en los 60 no podía ser salvo en el caso de cineastas como Buñuel-, y había que plantearse hacer coproducciones.
Martín desgrana el sistema de puntuación con el que podíamos hacer westerns o películas de terror, y Linder y Mayans cuentan cómo funcionaba la parte actoral, a la que accedieron porque sabían hablar en inglés. Simón Andreu, otro intérprete seleccionado por la misma razón, añade la peculiar manera que algunos actores tenían de decir sus frases… porque en realidad no las decían. La magia del cine también era esto.
Es realmente fascinante escucharles relatar cómo se trabajaba entonces. Pero seamos sinceros, y ellos también lo admiten: cuando tienes dinero, talento y conocimientos, no hay nada que te detenga. En América lo había, y lo trajeron a Europa.
Así creamos un universo de cine español que hoy es Historia, aunque entonces tal vez se denostara o estuviera tan tapado que pocos fueran los que supieran de él. Pero Sesión salvaje no solo se ocupa del cine olvidado que hoy es de culto, de autor incluso, sino que también mira hacia lo más comercial de las carteleras de entonces, a Mariano Ozores, como su mayor exponente. Hoy, el cine de Ozores tendría el mismo éxito, no lo neguemos, que lo que entonces se llamaba despectivamente españolada, como bien se apunta en el documental, hoy sigue existiendo, en su versión actualizada.
Y por conocer todos estos detalles vale la pena ver Sesión salvaje. Por pasarlo bien escuchando anécdotas por quienes las vivieron en primera persona, y por ser un poco más cultos en lo que a nuestro cine se refiere. Julio César Sánchez y Paco León nos lo ponen fácil para eso, el trabajo duro lo hicieron ellos. Ahora nos toca a nosotros disfrutar de él. Y darles las gracias por ello, qué menos.
Silvia García Jerez