LA CHICA DANESA: exquisitez en lo diferente
Acercarse a la figura de Einar Wegener, famoso pintor paisajístico en la Dinamarca de principios del siglo XX, es todo un reto para cualquier director que lo intente. Al ser el primer transexual reconocido como tal en la historia de la humanidad, sus vivencias son para el cine tan llamativas como propensas al lenguaje vulgar, tanto en imagen como a nivel de guion y diálogos.
Pero La chica danesa se encuentra en las antípodas de mostrar nada parecido. La dirige Tom Hooper, sobrevalorado realizador de la decepcionante El discurso del Rey, inexplicable Oscar a la mejor película a no ser que la idea de la Academia fuera bajar el listón de los premios más famosos de la industria, y responsable también de Los Miserables, uno de los musicales peor dirigidos del género, con encuadres tan erróneos que eran impropios de cualquier ganador de la estatuilla. Que el libreto original de Alain Boublil y Claude Michel-Schönberg fuera maravilloso no le quita mérito a una partitura colosal. Son esos planos estrafalarios, sin un motivo contundente más allá del capricho de un autor de destacar por encima de la creación que ensalza con su elección la que no concuerda con la adaptación al cine de la joya que fuimos a ver.
A pesar de todo, en ella destacaba una Anne Hathaway cantando como nadie I dreamed a dream, quien ganó un merecido Oscar a la mejor actriz secundaria por su labor, y se vislumbraba también el talento de un jovencito Eddie Redmayne en el papel de Marius que interpretaba y cantaba a la altura del gran Hugh Jackman. Tanto fue así que en su momento se habló de una posible candidatura al Oscar, que no se confirmó, pero que quedó en el aire hasta que se materializó con el estreno de La teoría del todo, en la que se introducía con una veracidad inusual en el personaje real del científico Stephen Hawking. Tuvo, en Steve Carrell por Foxcatcher o en el Michael Keaton de Birdman, mucha competencia, pero el Oscar tenía que ser suyo. Y lo sería.
En 2015 director y actor se reunieron de nuevo para hacerle justicia a Einar en su faceta de Lilly Elbe, y ya sea la influencia de una historia fascinante o la presencia de un Eddie Redmayne con el que la complicidad debe ser máxima, lo cierto es que juntos han logrado una película exquisita. La dirección de Hooper es la que sus anteriores films necesitaron para haber quedado redondos y la interpretación de Redmayne llega a cotas casi impensables para un actor de 24 años de edad.
Sus manos, sus pies, sus posturas, su miradas, su voz, masculina cuando es Einar, un susurro de liberación y de pánico cuando se transforma en Lilly… caso contrario de sus sonrisas, que no desaparecen del rostro de Einar y sí del de su yo femenino, como si no se tomara en serio cuando se muestra con el sexo con el que nació. A Redmayne lo engulle su personaje, la personalidad atormentada de un ser que no sabe lo que le ocurre porque entonces, allá por 1926, la medicina no llegaba tan lejos. Viéndolo flotar, porque no se puede afirmar que haga otra cosa cuando la cámara lo enfoca, está claro que el actor solo contempla como meta la perfección.
Siempre lo apoya Gerda, su esposa, tres años más joven que él. A ella la interpreta Alicia Vikander, revelación sueca en el cine de Hollywood desde que llegara a la industria gracias a Un asunto real, nominada al Oscar a la mejor película extranjera el año en que Amor, de Michael Haneke podría haber ganado también como mejor producción del año de no haber sido austriaca. Vikander, niña mimada del cine americano, juega ya, nada más llegar, en títulos de primer orden en taquilla, como Operación U.N.C.L.E. y en calidad, caso de este mismo, para no irnos más allá.
Juntos, Redmayne y Vikander, forman un tándem espectacular, un pulso cuyo tramo final ganará Redmayne con holgura, pero que hasta entonces transcurrirá al mismo nivel por mucho que ambos se sitúen en momentos existenciales tan distintos, pero es que la comprensión que ella muestra hacia su marido hace que su propio torbellino precise calma para apaciguar el de él, quien por su lado, por mucho que se deje ayudar, no encuentra consuelo. Dos titanes que se quieren sin entenderse, que se necesitan y se repelen, que no quieren experimentar lo que les ocurre pero no tienen otra manera de vivirlo.Y Tom Hooper muestra este proceso con una madurez en la dirección y una delicadeza admirables. No tiene La chica danesa ni un solo plano feo. Los encuadres son mágicos, los movimientos de cámara elegantes y el conjunto es una preciosidad digna de ser admirada en pantalla grande, como los cuadros en los museos.
Solo en la sala disfrutaremos con todo el cine que contiene la película, con el esfuerzo, evidente y magnífico, del equipo por ahondar en los personajes y en sus motivaciones. Y entonces llegaremos a la conclusión de lo dura y terrible que es la película, a pesar de la belleza que desprenden sus imágenes, música del maestro Alexandre Desplat incluida. De lo que debió pasar esa pareja para encontrar su sitio en el mundo y su lugar en un hogar que el paso del tiempo convierte en una amable trinchera.
Silvia García Jerez