Hasta el último hombre: el héroe sin armas
Hasta el último hombre narra la historia real de Desmond Doss, un joven que se empeñó en alistarse para combatir por su país en la II Guerra Mundial pero cuya objeción de conciencia no le permitía ni siquiera tocar un arma. Pese a todo, la heroicidad que demostró tener en Hacksaw Ridge le valió convertirse en el primer soldado estadounidense que, en dichas circunstancias, obtuvo la Medalla de Honor del Congreso.

No hay muchas películas como Hasta el último hombre. No en este siglo del que llevamos ya recorrido más de una década, en la que el heroísmo que se ha retratado en la gran pantalla ha corrido más a cargo de superhéroes de cómic que de figuras reales verdaderamente admirables.
Desmond Doss, protagonista del film con el que Mel Gibson vuelve a la dirección tras diez años sin gritar ¡Acción!, desde que en 2006 estrenara esa joya titulada Apocalypto, fue un hombre con una infancia traumática que desembocó en unas firmes convicciones religiosas y antibelicistas. Pero ante la realidad que le tocó vivir no quiso permanecer ajeno al sufrimiento de sus compatriotas y se lanzó al campo de batalla… a salvar vidas.
Con un clasicismo propio de Steven Spielberg o Clint Eastwood, Gibson desmenuza en la primera hora de Hasta el último hombre al Desmond Doss niño con sus problemas familiares, al Desmond Doss con la madurez suficiente como para decidir su destino en contra de lo que su padre le aconseja y al Desmond Doss ya entregado a una causa que sus superiores no comprenden pero que no tendrán más remedio que aceptar.

Y llega el temible momento de subir a luchar contra los japoneses. Hacksaw Ridge, escenario de la batalla de Okinawa, es un verdadero infierno para los soldados que combaten en ella. Aquí Mel Gibson vuelve a hacer gala de la crudeza que lo caracteriza como director cuando tiene que mostrar violencia ante la cámara. Las balas silban por todas partes y destrozan a quienes alcanzan a su paso. Sin piedad, el destacamento va siendo aniquilado por el enemigo.
Pero en la historia que plasma Hasta el último hombre nada es lo que parece. Desmond Doss, héroe disciplinado con alma de luchador, soldado que no se rinde nunca, recorre el peligroso terreno en busca de supervivientes a los que ayudar, y uno a uno, su labor va tomando forma hasta el punto de llegar a convertirse en una leyenda.
Mel Gibson ha vuelto a conseguir una película inolvidable. No en el sentido poético del término, sino en el de obra magna que haya que citar cada vez que se hable de su carrera.

Se ha comparado Hasta el último hombre con Salvar al soldado Ryan, aquella por la que Steven Spielberg ganó su segundo Oscar como director. Y no es descabellado hacerlo. La dureza del combate que nos muestra queda muy cercana a la barbarie que Spielberg filma.
Cierto es que Salvar al soldado Ryan contaba la historia del desembarco de Normandía con una aproximación tan cercana a la realidad que por momentos el espectador sentía la angustia de no poder escapar a esa opresión a la que el fuego de la artillería contraria lo sometía, mientras que, sin abandonar el logro que supone que a través de una cámara se transmita la angustia de la batalla, Mel Gibson le aporta a Hasta el último hombre la épica que la sequedad del film de Spielberg no tenía.
Pero eso no es malo. Cada director tiene su manera de hacer las cosas, además de que cada historia tenga sus requisitos. Así, donde el relato de Mel no olvida en ningún momento el carácter religioso del que parte, para Spielberg éste no existía más allá del hecho de que la guerra sea, en sí, un absurdo que mata inocentes.
Hasta el último hombre es una película que pide debate, algo que ya no pasa a menudo con títulos que se van olvidando a medida que se sale del cine. Su tempo, discutible en cierto modo pero justificado por la focalización de la cinta en el personaje, por sus razones y la extrañeza que produjo su decisión, puede ser uno de los temas que se aborde al iniciar cada argumentación.

Aunque el centro de las alabanzas probablemente sea el metraje bélico de su segunda hora. Sin tacha alguna, con planos que dolerá ver y con resoluciones visuales que rozan la maestría, Mel Gibson hace gala de un talento sobrehumano en el gremio de los actores que, caso también de Ben Affleck, son mejores tras las cámaras que delante de ellas.
Ningún espectador podrá olvidar lo que el soldado Doss hace con las cuerdas en esta película, ni sus variados métodos de salvamento en las circunstancias más adversas, incluso con el enemigo delante o encima, aparentemente sin forma alguna de huir de él. Darían ganas de aplaudir si no fuera porque la acción no da tregua y Doss siempre tiene a alguien de quien ocuparse.
Hasta el último hombre es una muestra de que el cine puede superarse, de que no debemos dar por hecho que todo está ya contado, porque gracias a películas como este el arte de la narración de historias mediante imágenes sigue estando muy vivo.
Silvia García Jerez