WEAPONS: En busca de los niños perdidos
Weapons es tan buena como decían. Como aseguraban las voces de quienes habían ido teniendo la oportunidad de verla en pases previos a su estreno, sobre todo en Estados Unidos, su país de origen, donde los críticos pudieron verla con antelación a los de España. Fue aquí, dentro de nuestras fronteras, donde la polarización se hizo más obvia. Voces dispares advertían de que no era para tanto, que se bajaran las expectativas, que podía defraudar. En este artículo os vamos a contar por qué no lo hace, por qué es tan asombrosa, y os advertimos de que la única manera de conseguirlo es explicando ciertos aspectos de la misma que deberían permanecer ocultos si aún no se ha visto, si se quiere acudir a la sala sin excesiva, o sin ninguna clase de información sobre ella. Así que si ese es tu caso te recomendamos que vuelvas a nuestro artículo una vez la hayas visto. Porque sólo desvelando sus secretos es como llegamos a desentrañarla de forma que queden claras sus intenciones, de modo que allá vamos, a profundizar en sus recovecos. A destriparla, como se decía antes de que el anglicismo Spoiler entrara en nuestro día a día.
Lo primero que hay que comentar al respecto de Weapons es que su premisa es tan buena que lo que da más miedo de esta película de terror es pensar que su desarrollo y su desenlace no vayan a estar a la altura de su planteamiento. Pero nada que temer al respecto cuando, visto el conjunto, comprobamos que su audacia es tal que sí logra su objetivo. Weapons da comienzo con un prólogo sensacional, en el que una niña, en voz en off, nos cuenta que un buen día -o mejor, una noche-, a las 02:17 de la madrugada, los alumnos de la clase de la señorita Gandy (Julia Garner) se despertaron, bajaron las escaleras de sus casas, abrieron las puertas de las mismas y salieron corriendo hacia la oscuridad… para no regresar jamás. Menuda responsabilidad dar continuidad a esa premisa y no fallar, que sería lo más fácil, lo más lógico.
Pero su director y guionista, Zach Cregger, responsable también de la mítica Barbarian, otro excelente ejercicio de terror que en el año 2022 supuso su revelación como creador dentro del género, no da ni un mal trazo a lo largo del metraje. Tras ese prólogo comienza el desarrollo y lo hace de la manera más original posible: en forma de capítulos, cada uno titulado con el nombre de un personaje relevante dentro de la historia para ofrecernos un puzzle en el que vayamos encajando las piezas hasta completar el dibujo. Todos, por cierto, estratégicamente situados y montados con la experta asesoría de David Fincher, y se nota. Porque no sería lo mismo ver antes el episodio de Marcus (Benedict Wong) y saber lo que le ocurre que verlo aparecer inicialmente en la gasolinera de esa manera tan impactante. Y no sería una estructura tan original si se tratara de otro género, ya que la hemos visto en Vidas cruzadas, Magnolia o Pulp Fiction, pero si lo pensamos bien es la primera vez que vemos algo así en el del terror. Y resulta apasionante porque inicialmente no entendemos nada, pero cuando vayamos situándonos veremos que es la manera más eficaz de dejarnos helados. Cada pista ofrecida para ir resolviendo el caso, cada pieza colocada en su sitio nos va añadiendo una punzada de espanto que posiblemente no obtuviéramos si Cregger nos la contara con una estructura lineal.
También tiene Cregger el talento de ofrecernos algunas de las imágenes más icónicas del cine de terror contemporáneo. Porque sí, ya podemos considerar que esa postal de los niños corriendo de noche que está sirviendo de efectista y efectivo cartel de promoción del film, esas casi siluetas de un grupo de chiquillos corriendo hacia la noche, hacia ninguna parte, con los brazos semi levantados, no llegando a ser en cruz, tiene una fuerza apabullante. Es una postura súper original y el género agradece ese tipo de detalles. De hecho es ya tan mítica, con un par de meses escasos que llevamos viéndola, que no nos ha dado tiempo material a asimilar hasta qué punto resulta perturbadora. Pero lo es, y mucho. Que la rapidez de los tiempos en que vivimos, de consumo tan rápido y olvido tan fácil de todo, no nos haga pasar de puntillas ante ella. Es una auténtica creación, una seña de identidad del film. Y es una pasada.
Como también lo es la imagen de ese niño, Álex (Cary Christopher), el único de la clase que no ha desaparecido, levantando la cabeza de su pupitre con una cara extrañamente pintada y una mirada y una sonrisa terrorífica. Es otra de las que están sirviendo de gancho para que los espectadores vayan a ver Weapons, y lo cierto es que da un mal rollo importante. Si te gusta el género te atrapa sin compasión. Y sigue sin ser la única. Hay más momentos prodigiosos, imágenes inquietantes y sobrecogedoras que se van sumando en esta maravilla que parece que las colecciona: la de esa mujer que sale de la casa del niño con el brazo en alto y llevando algo indefinible a la distancia a la que la vemos o la de la pareja sentada en el sofá que ve la profesora mirando por el resquicio de los papeles que tapan las ventanas. Y, por supuesto, ese descubrimiento espeluznante que hacemos en el sótano de la casa. Porque en las películas de terror todos los sótanos son espeluznantes y en la nueva del director de Barbarian no iba a ser menos.
Y, precisamente, hablando de obviedades, Weapons es una película que habla claro, pero que no es obvia. Por eso es tan original. Da claves para comprenderla pero no te las subraya. Es de lo más sutil y eso puede desconcertar. Aunque no lo parezca. Es el caso del título. No sabemos, cuando entramos en la sala donde la proyectan, por qué se titula Weapons (Armas). Pero el personaje de Josh Brolin nos lo cuenta en una conversación de lo más clarividente en el coche donde lleva a cabo la vigilancia de la casa de Alex con la profesora que también trata de encontrar a sus alumnos perdidos: los niños han salido como misiles de sus casas. Luego las armas son ellos. Alguien los ha convertido en armas, igual que a los personajes con el mismo comportamiento irracional y misma postura a la hora de correr.
Ese descubrimiento de lo que ocurre en el pueblo nos pone los pelos de punta. Vamos entendiendo. Dándole sentido a todo. Y más que se lo daremos cuando conozcamos a la tía Gladys (Amy Madigan), un personaje que sabemos siniestro desde que aparece, con ese maquillaje que ya le vimos a Álex en el momento de levantar la cabeza de su pupitre… su aspecto cómico sólo nos da escalofríos. No nos creemos nada de lo que dice, sabemos que nada es cierto. Hasta que muestra su verdadera cara sin él. Y será mucho peor. También ese es un acierto de Zach Cregger. Su circo ambulante es sólo la tapadera de su auténtica maldad. Y cuando la vemos trabajar temblamos.
Amy Madigan, la mujer de Kevin Costner en Campo de sueños (1989), convertida en una auténtica bruja de cuento. Qué maravilla está haciendo el cine de terror con las actrices clásicas contemporáneas: Demi Moore en La sustancia, Sally Hawkins en Devuélvemela y ahora ella. Intérpretes mayores en sus mejores momentos, dándonos interpretaciones de infarto siendo o bien la víctima o los lados oscuros de sus ya de por sí oscuros relatos.

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En Weapons, y a partir de aquí se ofrece el quid de la cuestión que tanto desconcierta a quienes van a verla, la explicación que tanto buscarán muchos al concluir el film, ella es la que maneja los hilos de los personajes. Ella, con su magia negra y sus hechizos de bruja. Ella, la que personifica la manipulación de la que la película es una metáfora en sí misma. Manipulación a todos los niveles. Ella sabe que su sobrino está siendo víctima de acoso escolar, y lo descubrimos cuando sabemos que ella ha sabido que no ha contado nada de su existencia en el colegio. Qué sutil es ese momento en la película. Qué guión más inteligente tiene.
Ella manipula a todos los personajes de esta historia, y gracias a ella podemos extrapolar, más allá del estricto relato, lo que ocurre cuando alguien hace lo propio con las masas. Políticamente también. Es una metáfora, no lo dudemos, del actual mapa norteamericano, una crítica a cómo tanta gente puede ser guiada hacia un objetivo. Y de cómo, cuando despiertas de algo tan brutal, sigues en shock. Sin poder moverte. Los personajes más expuestos son incapaces de hacerlo. Por eso el de Josh Brolin no tiene problema en salir del encantamiento y otros no lo hacen. La clave también está en la última frase de la película: ‘Algunos han comenzado a hablar después de transcurrido un año’. Otros, añadimos nosotros, puede que no lo hagan jamás. Que vivan permanentemente dentro de esa manipulación a la que han sido sometidos. El cine de terror es una herramienta fabulosa para adentrarse psicológicamente en estos vericuetos de la mente humana.
Es, además, un final arriesgado. Tan original como el resto del metraje. No es, desde luego, lo que se espera de ella, y eso es lo que también la hace tan especial. Desconcierta, vapulea, da que hablar. Y sin ser obvia es muy clara en lo que plantea y en la crítica social que quiere transmitir. Sabe, incluso, conjugar muy bien sus distintos elementos, incluyendo el humor, que es otro invitado a la función. Tanto es así que llega a volverse muy gamberra. Y le sienta muy bien hasta ese homenaje a El resplandor que lleva a cabo en pleno éxtasis de locura.
Weapons es una fiesta de lo terrorífico, pero una fiesta muy seria que habla de cosas vitales con un envoltorio de espectacular vuelta de tuerca al género. Un relato lleno de capas que en realidad reflexiona sobre quiénes somos, cómo somos en nuestra sociedad, cómo nos comportamos y cómo se espera de nosotros que nos comportemos con los demás. Una película única, poblada de imágenes únicas, que está llamada a hacer época.
Silvia García Jerez