LOS VIGILANTES: Terror en el bosque
Los vigilantes supone el debut en la dirección de Ishana Shyamalan, hija de M. Night Shyamalan, quien también produce la cinta, y como tal, ambos nos llevan al inicio de la carrera del padre, cuando tras arrasar en el mundo del cine con El sexto sentido se adentró en las profundidades de El bosque para ofrecernos un drama con tintes de terror.
En Los vigilantes, Ishana adapta la novela de A. M. Shine, que parece contener todos los lugares comunes del cine de M. Night Shyamalan. Cuanto aparece en la película nos es familiar, desde la atmósfera hasta los puntos de giro que se van sucediendo en el desarrollo de la historia. Lo único que difiere del cine de su padre es que su famoso giro final que le da la vuelta a lo propuesto no tenga aquí esa misma presencia, pero sigue habiendo espacio para darle al público lo que busca en este género.
Los vigilantes nos cuenta la historia de Mina (Dakota Fanning), una chica cuyo carácter rebelde la ha hecho tener muchos conflictos consigo misma. Tiene una hermana gemela pero la madre de ambas falleció hace quince años en un accidente y Mina aún no lo ha superado, su vida sigue siendo errática y en ese devenir de los días en uno de ellos se pierde en un bosque. Caminando, intentando llegar a algún lugar reconocible dentro de él, encuentra una casa a la que, debido a la hora, se la apremia a entrar. No debe andar tan tarde a la intemperie.
Una vez en el interior, ve a tres desconocidos compartiendo el espacio con ella. La mayor de todas, Madeline (Olwen Fouéré) le dicta las normas a seguir, entre las cuales, como ya ha experimentado, está la de no salir de noche. Y es que alguien los vigila y hay que protegerse de su presencia. Nadie puede verlo, o verlos, a no ser que quiera morir. Ellos los observan a través de un cristal que dentro de la casa no deja ver el exterior. Pero Madeline sabe que los vigilantes sólo quieren mirarlos, pasarse la noche atentos a cuanto hagan, a cada uno de sus movimientos. Sin más. Por supuesto, Mina no se conformará con estar ahí sin hacer nada y va a intentar descubrir la realidad que se oculta tras el espejo.
Los vigilantes es una película resultona. Más obvia de lo que cabría esperar de un miembro de la familia Shyamalan pero es tan entretenida que esa circunstancia se puede pasar por alto. Su compendio de mitología y folklore le sienta bien al suspense que llena la pantalla, porque en un bosque caben muchos universos y el género de terror también es muy amplio. La mezcla de lo real y lo fantástico en ese contexto funciona.
Los personajes están bastante estereotipados, pero no hemos ido a ver Los vigilantes para conocer a los habitantes de la casa sino para saber de quiénes de esconden, cuál es el secreto que los mantiene presos en ella. Y para ello, Ishana Shyamalan nos va dosificando la información de manera que consigue, fácilmente, sumergirnos en ese lugar que parece tranquilo pero que resulta ser tan inhóspito.
Y es que el terror es un género muy agradecido. Suele funcionar muy bien en la taquilla y Los vigilantes está siendo una muestra más de que habitualmente es garantía de diversión para el público. Porque averiguar el secreto que esconde el relato es algo de lo que los espectadores no quieren prescindir, y más si lo firma alguien apellidado Shyamalan.
Los vigilantes, en ese sentido, cumple bien su función, responde a cuanto el género reclama, a nivel de historia, de iconografía y de resolución de lo planteado. Tal vez adolezca de algún giro de guión de más pero no tiene tantos como para que el conjunto salga perjudicado. Ishana Shyamalan aprueba con su primer título como directora. No es un ejercicio de Matrícula de Honor, pero aprobar, aprueba.
Silvia García Jerez