UNA VETERINARIA EN LA BORGOÑA: La Francia vaciada

Una veterinaria en la Borgoña es uno de esos éxitos del cine francés que llegan a nuestras salas con la intención de que la publicidad del hecho llame a repetir la hazaña en la taquilla de nuestro país. Y puede ser que lo haga o puede no lograrlo, el número 1 de aquí no tiene por qué reflejarse allá.

Pero Una veterinaria en la Borgoña es un pedacito de cine encantador que nos mandan nuestros vecinos y que bien podemos disfrutar aquí sin peros que ponerle.

La película cuenta la historia de Alex (Noémie Schimdt), una joven muy brillante durante su etapa como estudiante que, recién licenciada es requerida por su tío para acudir a cubrir su puesto en el pueblo donde ella nació y ambos vivieron en la infancia de la chica. Pero ella no quiere atender animales, de hecho se desmaya cuando ve un poco de sangre, lo que pretende es dedicarse a la investigación, pero ha de atender la llamada de su tío, que no le cuenta inicialmente la verdad de lo que pasa y una vez allí ya se siente obligada a ocupar el puesto vacante hasta que Nico (Clovis Cornillac) encuentre a alguien que sí se quiera quedar para ayudarlo.

Como todo recién llegado a un lugar al que no pertenece, o al que hace mucho que solo pasa los veranos, su bienvenida es relativa. No va a encontrar mucho calor entre los vecinos, quienes ven con recelo que su entrega al trabajo esté en un hilo esperando a que se cumpla el plazo de volver a la ciudad, así como no aprueban su temperamento, tirando a seco y con una propensión a decir las cosas de una forma más directa de lo que están acostumbrados, algo que no ayuda a que la acojan con cariño. Pero son solo unos meses, tampoco es tanto tiempo.

Una veterinaria en la Borgoña. Alex (Noémi Schmidt) atendiendo a sus pacientes
Alex (Noémi Schmidt) atendiendo a sus pacientes

Una veterinaria en la Borgoña es una de esas películas deliciosas con las que la cartelera nos obsequia de vez en cuando. Una comedia con diálogos brillantes que funcionan con suma precisión y que nos dan el toque alegre dentro de la exposición de una situación que en realidad no da demasiado lugar a la risa.

Estamos hablando de una chica que se ve obligada a ejercer la medicina en un ámbito que no es el que desea, rodeada de gente que no acaba de aceptarla y con un jefe que la presiona para que no se le vayan los clientes. El humor a veces tiene que soportar una carga excesiva en la función que realiza, pero también se utiliza para eso, para reflejar con suavidad problemas a los que en la vida normal nos enfrentamos con mucho más dramatismo.

Una veterinaria en la Borgoña también habla de la Francia vaciada, del problema que no solo tiene España con sus pueblos y los habitantes que allí permanecen, en el lugar donde nacieron a buen seguro, esperando cada verano la vuelta por vacaciones de quienes sí se marcharon a la ciudad, a estudiar y, claro está, a vivir allí, o en otra gran ciudad en la que obtengan un puesto de trabajo en el que poner en práctica sus conocimientos adquiridos.

Esos pueblos que no tienen médico tampoco tienen veterinario. Los habrá itinerantes, 1 por cada cierto número de habitantes que rondan las pedanías una vez a la semana, o al mes tal vez, y que se ocupan de varios pueblos situados alrededor del que ahora toque.

Es un problema, que también aborda Una veterinaria en la Borgoña, y que, sin plantear soluciones, porque no las hay a no ser que la vida vuelva a cambiar, al menos deja que el espectador considere que tras las capas de argumento y humor hay un daño colateral enorme en esos lugares fuera de la ficción.

Pero insisto en que es una película muy amable y muy agradable de ver. Que trate temas importantes no significa que no funcione su aura de cine delicioso y que sus personajes, aún con su mal humor y sus contradicciones, no sean una baraja de personalidades a las que querer en su conjunto.

Una veterinaria en la Borgoña será una de esas películas que recomendaremos cuando alguien nos pregunte por un título con el que pasar un buen rato por la tarde, o por una cinta que regalar a alguien cuando salga en formato doméstico y podamos tenerla en casa. Deja un recuerdo precioso y a ella querremos volver cuando no nos acordemos bien de todo lo que en su metraje ocurre, pero sí seamos capaces de traer a nuestra memoria que en su momento nos gustó y queramos recordar por qué.

Silvia García Jerez

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