UMA THURMAN: De Quentin Tarantino a Rodrigo Cortés
Uma Thurman estrena Blackwood esta semana, una producción española, rodada en Barcelona y en inglés, con la inclusión de Uma Thurman en medio de un reparto de chicas cuyo rostro es conocido pero que están lejos de ser estrellas, caso de AnnaSophia Robb, a la que vimos en Un puente hacia Terabithia, posiblemente su película más reconocible, o de Isabelle Furhman, la que fuera hace años La huérfana de Jaume Collet-Serra.
Uma Thurman es, por lo tanto, el reclamo de una cinta que no protagoniza pero en la que interviene de manera muy activa en buena parte del metraje. Su papel de Madame Duret no le creará demasiadas simpatías pero gracias a un aspecto físico un tanto cambiado con respecto al de la Uma a la que estamos acostumbrados, con el pelo corto y morena, y un acento francés dentro del inglés que habla, un tanto incomprensible si pretendía escapar de lo estereotipado de un personaje como el suyo, gracias a estas características, con simpatías o sin ellas, su directora de Escuela de señoritas se convertirá en uno de los más recordados de su trayectoria.
Pero antes de llegar al cine español y pasar a la historia de nuestro terror en régimen de coproducción, como ya hicieran Nicole Kidman en Los Otros o Elijah Wood en Grand Piano u Open Windows, Uma fue la Venus de Terry Gilliam en Las aventuras del Barón Munchausen y pudimos verla en Las amistades peligrosas o en La chica del gángster, del por entonces laureado John McNaughton, todos ellos títulos míticos para un inicio de filmografía nada desdeñable.
Claro, en que entonces llegaría Quentin Tarantino a su vida y todo cambiaría para siempre. En la cinta coral Pulp Fiction, Uma se convertiría en la única representante de todos en uno de los carteles más conocidos que los cinéfilos recuerdan. Y a éste le tenemos que sumar la extraña danza que realiza con John Travolta, que hoy pasa por lógica aplastante pero que cuando la vimos por primera vez no nos cuadraba y por eso cuajó. Y además, recordemos su gran momento de sobredosis después de bailar Girl, you´ll be a woman soon.
Pulp Fiction fue un hito y para Uma también. Si se citan cinco películas de cuantas haya rodado, ésta está incluida. Y junto a ella los dos volúmenes de Kill Bill que Harvey Weinstein, en sus años dorados de mandamás de Miramax, le obligó a estrenar en dos partes por la enorme duración de ambas. Puedes preguntarte qué parte es mejor, o cuál de ellas te gusta más, y te costará encontrar una respuesta. Son muy distintas, pero complementarias. La meta es la misma, solo cambia el camino y el enemigo a batir según lo encuentra. Y las dos son un prodigio.
También puede sentirse orgullosa de dos películas que son iconos, cada una en su género, que rodó entre Pulp Fiction y las dos entregas de Kill Bill. Por un lado, de Beautiful girls, pequeña joya que supone un símbolo para la generación que la disfrutó en su estreno, y Gattaca, uno de los títulos más emblemáticos de la ciencia ficción de finales del siglo pasado.
Pero es Tarantino quien, nos pongamos como nos pongamos y reivindiquemos la película que reivindiquemos, la transforma en una estrella inmortal gracias a sus trabajos con él, que son, además, tres de sus más afinadas notas. En resumidas cuentas, el nombre de Uma Thurman irá siempre ligado, en nuestro imaginario colectivo, al del director más loco con el que ha trabajado.
Y decir eso de Quentin a sabiendas de que Lars von Trier no tiene fama de equilibrado es decir mucho. Con el danés Uma realizó uno de los personajes más curiosos de su carrera. Fue en el año 2013 en el primer volumen (parece el sino de la actriz, estrenar en dos partes cuantas películas rueda) de Nymphomaniac, en la que tenía una escena, una nada más, en la que la desesperada situación en que se encuentra su personaje nos lleva a nosotros, a los espectadores, a partirnos de la risa. Así lo ha concebido Lars, un director del que se ha dicho, entre tantas cosas, que hipnotiza a sus intérpretes para lograr el nivel que según él el film requiere. Y a pesar de todo, con Lars estaba Uma en buenas manos.
Porque según ha afirmado recientemente, Quentin casi la mata en un accidente que tuvo rodando Kill Bill volumen 1. El vídeo del golpe está en Internet y aunque la actriz ya ha perdonado a Quentin afirmó al contarlo que pensó que nunca volvería a caminar. Por lo visto ella debía conducir por una carretera que se suponía recta y que no lo era. El director no comprobó el trayecto y siempre se ha arrepentido de ello. Pero el vídeo se ha ocultado quince años, que es lo que Quentin ha tardado en dárselo a Uma.
Es todo realmente extraño. Hace unos años, no demasiados, en 2014, ambos aparecían en el festival de Cannes y en él se afirmó que sonaban campanas de boda para ellos. Se les vio muy acaramelados, pero de ese compromiso nunca más se supo, entre otras cosas porque luego Quentin se casó con otra.
Lo dicho, tanto debió sufrir con Quentin que compararlo con Lars debe resultar un chiste. Es por eso que Uma ha vuelto a trabajar con el danés en su última y polémica película, The house that Jack built. Para ver a Jack matando sin contemplaciones todavía tendremos que esperar, tal vez hasta bien entrado 2019, pero antes tenemos la oportunidad de observar un cambio en su aspecto de rubia increíble porque en Blackwood es una morena vestida a modo de directora de internado. Aquí el glamour de La Novia no existe.
Hay que reconocer que Uma Thurman lleva diez años como una estrella venida a menos. Nunca apagada, no gracias a Tarantino y a pesar de él y el peligro que supuso el rodaje de Kill Bill, pero es innegable que lejos del ala de Quentin la carrera de Uma brilla menos. En esta década, si el público más afín al cine comercial no se pregunta por ella es porque puede contar con otras caras que sustituyen a la suya, ¿o es que Jennifer Lawrence no está haciendo el trabajo que muchas otras habrían hecho ahora de tener sus años?
Pero Uma es incombustible. En cuanto vuelve, uno no puede mirar a otra intérprete que comparta plano con ella. Es una actriz magnética, y también esa es una virtud que la rescata de cualquier escombro. Película que cuente con ella, película que puede estar orgullosa de hacerlo. Y Blackwood no se queda fuera de ese privilegio.
Silvia García Jerez