TRAICIÓN: Amor a escondidas
Traición era uno de los estrenos más esperados en los escenarios madrileños en el mes de marzo. Estaba previsto que justo en las fechas en que se decretó el confinamiento Raúl Arévalo, Miki Esparbé e Irene Arcos estrenaran en El Pavón Teatro Kamikaze la obra de Harold Pinter en Madrid, pero no pudo ser.
El espectáculo tuvo que aplazarse y ahora, desde el día 27 de agosto y hasta el 4 de octubre, si nada se tuerce otra vez, Traición será representada en uno de los teatros con mejor programación de la capital.
Traición es la historia, ya lo dice el mismo título, de un triángulo amoroso. En pretendida sombra, eso sí, ya que Emma y Jerry (Miki Esparbé) mantienen una relación al margen de Robert (Raúl Arévalo), marido de Emma.
A lo largo de la representación vamos a ir conociendo los detalles de esta Traición durante los años en que ha tenido lugar, empezando por el final y yendo hacia atrás en el tiempo, algo un tanto novedoso en cuanto al teatro se refiere, no así al cine, pero en el teatro esta estructura hacia atrás no la hemos visto demasiado, aunque sí hayamos asistido a flashback varios en la acción de distintas obras, pero no es habitual que en las tablas se vaya simplemente hacia atrás.

Hay que tener una cosa muy clara a la hora de considerar las elecciones narrativas temporales. Contar una historia hacia atrás queda muy bien, pero tienes que saber gestionar la información que ofreces al espectador en cada una de las escenas, porque si revelas todas tus cartas en el inicio de la obra y no aportas nada más a lo largo de la misma, a lo mejor deberías haber mantenido la narración lineal convencional.
Es lo que le ocurre a Harold Pinter en Traición, que nos ofrece todos los datos del final al principio y luego ya no hay más piezas del puzzle que unir, solo se nos va mostrando lo que ellos mismos ya adelantaron en los primeros minutos de representación, por lo que si narrativamente no añades nada, ni cambios emocionales, ni un giro que justifique haberlo contado todo hacia atrás, el hecho en sí se queda en un efecto artificioso que nada aporta sino que al contrario, decepciona.
Todo, desde ese fin que es el inicio hasta ese principio que es el fin, es un relato convencional hacia atrás en el tiempo que se antoja pretendidamente virtuoso cuando en su desarrollo no hay detalles que alteren el discurso. Solo constataciones de que lo que se dijo al inicio pasó tal cual se desveló.
Si contar una historia hacia atrás supone un aliciente narrativo por cuanto podemos descubrir de ella de este modo que no haríamos al revés, en este caso se trata de cuadrarlo todo para que nada descabalgue la idea inicial. Eso se consigue, pero a costa de perjudicar la parte relevante de la historia, que en una narrativa convencional sabríamos al finalizar. Es decir, no por contar la historia hacia atrás va a estar mejor por definición, hay que darle, además, un contenido acorde con esa decisión narrativa, y Traición carece de él.

Es una lástima que el texto no termine de funcionar porque es maravilloso ver a sus protagonistas en el escenario, sobre todo a un pletórico Raúl Arévalo cuyo dominio del tempo de su personaje, de los silencios, de las peroratas como cascadas, de sus miradas, de sus movimientos… cuya interpretación, en definitiva, es una muñeca Matrioska, una de esas muñecas rusas que contenían copias de sí mismas una dentro de la otra, cada vez más pequeñas porque era el tamaño que ya les quedaba en ese espacio.
Raúl, en la piel de Robert, nos ofrece un recital de capas de emociones, parecido al que realizó en El plan, pero en un contexto, el de esta obra, que necesita de otras armas. Así, lo que vemos aquí es un prodigio desplegado por el escenario que es un placer contemplar. Los momentos de humor son suyos, los momentos dramáticos son suyos, la desesperación está presente en su nerviosismo, en esa escena gloriosa en el bar pidiendo una copa tras otra, incluso la botella. Qué manera más metafórica de contar lo desbordado que está.
Miki Esparbé e Irene Arcos también están espléndidos, porque cumplen a la perfección con su cometido de pareja que engaña, pero el que se lleva los laureles por el desengaño es un Raúl Arévalo, que sin ser su primer trabajo teatral muchos lo verán en este formato de interpretación por primera vez y lo cierto es que no defrauda, al contrario, demuestra que es un camaleón, que si en el cine es un maestro también en los escenarios es un actor del que aprender y con el que el público puede tener la seguridad de que va a disfrutar.
Por lo tanto, a pesar de que Traición es una obra que no acaba de convertirse en la maravilla que debería ser, lo que sí es seguro es que merece la pena por su asistir al espectáculo que es ver el trabajo de su trío de actores, acompañados de un piano tocado en directo por Lucía Rey, que acopla a la perfección cada nota no solo con los movimientos de los tres personajes, también con la palpitante escenografía, que junto a la iluminación de Paloma Parra le dan al conjunto una vida adicional a la historia que se cuenta.
Es decir, Traición es una producción asombrosa que parte de un texto no tan colosal. Israel Elejalde lo dirige todo con una maestría digna del teatro Kamikaze, insisto, uno de los que ofrece mejor programación de toda la capital, lo cual es concederle un nivel de exigencia máxima, pero es que el Teatro Kamikaze lo da, e Israel Elejalde, director de la obra y codirector artístico del teatro, demuestra que su buen hacer está más allá del texto de Harold Pinter, que no es todo lo redondo que debería.
Silvia García Jerez