TITANE (TITANIO)

Electrizante transformación del cine fantástico y prodigiosa aleación de géneros

No hace mucho leía sobre Carlos Boyero y su hartazgo del cine al considerar que el nivel de las películas, últimamente, es ínfimo y que los grandes premios han sido para ganadoras, por cintas dirigidas por mujeres que obedecía a una cuota por cubrir. Parece ser que algo así comentaba, visto lo visto en los recientes festivales, donde todas esas películas le parecían un sin sentido, refiriéndose en concreto a Titane (Titanio) de Julia Ducournau, Palma de Oro 2021. 

Comparto con el crítico lo referente a la calidad de los filmes -aunque sea tirar piedras contra mi propio tejado-, cierto es que cada vez cuesta más encontrar aquel que sorprenda sin trucos ni efectos especiales, o que realmente emocione, ya sea alterando los sentidos o incitando a reflexionar; que te sacuda el cuerpo, el alma o la mente, que el cine es más que entretenimiento y espectáculo.

Personalmente, lo justifico con que es cuestión de edad y con el abuso de múltiples visionados, pero quizás el cine va por ciclos como la vida y ahora, está de bajada. La verdad es que ahora el mejor cine se hace a través de las series, y aunque en estos tiempos se encuentran algunas películas buenas -muy pocas, muy buenas-, para la infinidad que se estrenan al año, en todo el mundo, la mayoría son de perfil bajo.

También es cuestión de gustos y géneros, de ahí que existan premios para la comedia o el drama, y otros tantos para el thriller, suspense, terror, o el cine de autor. Por ende, a los festivales -con sus distintas tendencias y hasta especializaciones- llegan los filmes que pueden permitírselo por el negocio de la promoción, y se premia lo que en el mercado hay. Lo que entre tanto, se halle.

El hecho, o el hito, de que una cinta de género fantástico llegue a Cannes -y no a Sitges, como se esperaría que le correspondiera- llevándose el máximo galardón, no es solo una evolución del género, también es una revolución en los premios del cine -pues aunque Parasitos ganó en Hollywood con su mezcla de géneros, parece que también lo asiático tiene su cupo a alcanzar-.

En el pase de prensa fue tal la expectativa y tantas eran las ganas de verla, que había colegas sentados en el suelo de la sala de cine -ahí lo dejo-. Y sin embargo, nadie salió ni se levantó durante la proyección -que ahí quede-.

Y vista Titanio (Titane), aquí es cuando discrepo con Boyero, pues la reciente Palma de Oro es brillante como el metal que baña al trofeo, y brutalmente revolucionaria.

Que esté dirigida por una mujer, debería ser anecdótico, pues la cuestión sería más bien si que las cineastas estén haciendo filmes más que interesantes por su calidad, o porque ahora son más visibles (Nomadland, dirigida también por fémina, ganó el Óscar a mejor película).  

Poco cuenta la sinopsis -como debería ser, evitando así prejuicios y condicionantes-, y en el caso de Ducournau, apenas tres líneas sobre una serie de asesinatos no resueltos, un bombero obsesionado con su crío desparecido y la aparición de un hijo pródigo.

Pero en Titane hay mucho más en las imágenes y en las propuestas expuestas entre coches, sexo, fuego, bailes y mucha, mucha violencia, siendo finalmente, una fantástica historia de amor.

A una le viene a la cabeza Christine de Carpenter (1983) y Crash (1996) de Cronenberg, incluso algo de su Mosca (1986), junto a toques de Lynch y hasta algo de Tarantino, pero los menciono como meros referentes, pues Ducournau es tan personal como flipante.

Tras ver Titane, además, queda la sensación de estar viviendo un acontecimiento cinematográfico.

Titane es el equilibrio del exceso. Un frenesí, medido y coherente, para una película de terror. Un cuento casi distópico de maternidad y paternidad, seas hembra, macho, trans… Llena de matices y simbolismo, siendo incluso sutil cuando muestra gore -aunque parezca contradictorio-, el filme de Julia Ducournau se adentra en la masculinidad, la feminidad, la aceptación y el rechazo, difuminando todos los géneros -fílmicos y de identidad- hasta del mismo género humano, de esta sociedad actual, cada vez más individualizada y biónica, donde la relaciones son más con máquinas que entre personas, comunicándonos con aplicaciones dentro y fuera cuerpo.

Así irrumpe Titane, la nueva biblia del cine fantástico, pues además de marcar un cambio cinéfilo, su historia contiene un asombroso nacimiento, un dios, su hijo y hasta casi un resucitado.


Un accidente de coche de un padre y su hija tiene por resultado una placa de titanio en el cráneo de la pequeña, dejándole de por vida un tatuaje de piel y metal sobre la oreja.

Quizás, también, un profundo distanciamiento entre ambos que se refleja prodigiosamente durante un desayuno, años después, sin dirigirse mirada ni palabra alguna (recordándome la cocina de Alas de mariposa, de Bajo Ulloa, con una madre, una hija, sus silencios y la maldad de por medio).

Y así conocemos a Alexia, de niña a ya mujer, convertida en perturbadora gogó de parda discoteca, seduciendo con su baile sobre un coche ( a ella le gusta la gasolina, dale más gasolina), para mostrarse más que agresiva con sus fans después el show.

No es tan descabellado, entonces, ver que le suba la líbido al rozarse con el auto y sienta una atracción sexual hacia la máquina, de alucinantes consecuencias.

Seguimos a Alexia -Agathe Rousselle, novata en las pantallas- sin poder dejar de mirarla, sea cual sea su aspecto, o comportamiento, dejándonos llevar en su carrera hacia una nueva vida con múltiples transformaciones, moviéndose entre lo cotidiano, lo turbador y lo macabro, como adentrándose en un Jardín de las delicias 3.0, donde las vértebras son metálicas y la sangre, densa y negra, cual aceite de motor, puro petróleo.

Y es que Titane es otro nivel.

Solo decir que el golpear la puerta de un aseo nunca me ha dado tanto miedo desde El resplandor, mientras a la vez, me reía tanto -y no por los nervios del susto, sino por los chispazos de buen humor-.

No obstante, hay más acercamiento a la verdad, el dolor, el amor, la compasión y el miedo en Titane, que en cintas consideradas más serias o convencionales.

Hay secuencias asombrosas y van por pares; dos con coche y un par de bailes sexies que su paralelismo define toda la película -cambiando el objeto de deseo, enfrentando arquetipos y sentimientos; una, sobre el capó de un vintage y la otra, encima de un camión en un fiesta de bomberos, que ahora, son compañeros de trabajo. Pues en Titane todo es cambio y cambios, hasta los que conllevan un embarazo -y atención a las realistas prótesis de látex que se utilizan-.

Llegando a ese nuevo oficio, de nueva influencia paterna, todo es apagar fuegos -que igual queman lo malo, que traen la redención-, quizás para derretir el dolor y la culpa, quizás para inmolarse.

Bien lo sabe Vincent (Vincent Lindon, en uno de los mejores personajes de su carrera), el disciplinado capitán del parque de bomberos, como un dios auto-proclamado, que espera hace una década la llegada de un hijo, sin aceptar el paso tiempo desde su desaparición, ni el envejecimiento de su cuerpo que también se transforma. Teniendo además tanta necesidad de entrega y cuidado, que acepta la compañía de alguien que ni le habla…
Que no hay más ciego que quien no quiere ver, ni mayor iluminado

Queda por remarcar su acertada música y una secuencia más, donde Alexia toma conciencia de quién es y como debería actuar ante unos chavales, burlándose de la violencia diaria que sufren las mujeres, aunque sea verbal y en un común bus urbano. Más que escalofriante -y aparentemente, no pasa nada-.

Queda claro ya qué tipo es este Titanio; frío y resistente al calor, como Vincent y Alexia, o viceversa. Mientras seguimos hipnotizamos por su universo freaky, huyendo del pasado, de su identidad y de su propio cuerpo.

Alcanzando el final, llega la metamorfosis definitiva. Para ambos. Aún dándose ella a conocer y pronunciando su nombre; volviendo así al origen y sacrificándose por el nuevo ser, aunque no sea una mariposa.

Y si el largometraje permanece en la retina y en la memoria no será por el gore.

Serán los ojos, llenos de lágrimas, de Vincent al abrazar la criatura recién nacida, mirándonos entre el consuelo y la repulsión, con miedo y tremendo amor.

Una vez terminada Titane, surgen preguntas ¿cuál es la esencia de ser padre: el cuidado y protección, o una gota de sangre?. Y la cualidad de lo femenino, ¿es un tanga y unos tacones, o un golpe de cadera bajo un uniforme, sea disfraz o de oficio?

Titane desconcierta tanto como Crudo, la anterior película de Ducournau, quien sin adoptar ningún género, concibe y pare todos a la vez, creando estilo y estupor.

Al igual que la declaración de intenciones de la cineasta, en Cannes, recordándonos que la mujer aguanta más el dolor y que el titanio, conductor de electricidad, es también bueno para las alecciones.
Tanto como su cine, esta última Palma de Oro, de un humanismo electrizante.

Merci.

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