THE END OF THE TOUR
Descubriendo a Wallace: chuches, tele y Alanis Morissette
Mostrar lo personal en la vida de los artistas da mucho morbo y siempre ha funcionado en el cine, la literatura y últimamente también en televisión, pero no es nada nuevo.
Contar el lado humano de estos idolatrados es un género periodístico en sí, buscando en su día a día, fuera de los focos, el proceso creativo -si lo hay- y esa supuesta rutina de fiestas y caos de músicos, actores y actrices, deportistas, cantantes y también escritores; admirados por sus vidas de dioses aún siendo tan vulgares como el vecino de al lado, al bajarse de cada escenario.
No es una cuestión de marketing y fama, que también, o de mediocridad y talento, que seria lo realmente relevante; al hacer pública la intimidad, se descubre el fraude de la normalidad. Y no tiene gracia.
Algo nada nuevo para David Foster Wallace, treintañero norteamericano, que allá por los ’90 se convirtió en la gran esperanza de la literatura contemporánea, tras publicar La broma infinita. Un libro de más de mil paginas y un kilo de peso, con un listado de tres folios de personajes y plagado de múltiples notas de autor sobre el malestar americano de esta sociedad consumista, para explicarnos lo que el más temía; que todo es mentira y una broma pesada.
Pero Wallace tenía su gracia aun siendo un tipo depresivo, obsesivo y algo desaliñado.
Wallace no pilló el chiste a la vida y se ahorcó en el 2008. Fue el suicida amable, como lo llama algunos, porque como San Manuel Bueno, mártir; no creía pero hacia creer.
Menos popular aquí que en el país que analizaba, la nueva película de James Ponsoldt nos acerca a la american way of life de Wallace y logra que disfrutemos de la compleja y contradictoria personalidad del novelista y su anti-personaje, huyendo de todo malditismo y hedonismo de literato de leyenda.
The End of the Tour es el final de la gira promocional en hoteles, librarías y centros comerciales, del tocho de best-seller que marcó a toda una generación y cambió la vida del periodista David Lipsky. A modo de road movie, compartimos los cinco días que pasó junto al escritor y que se convirtieron en un libro años después, tras la muerte del Wallace; ese escritor con bandana que adoraba la tele, la comida basura y era feliz paseando a sus perros.
Con aire de película independiente y sin grandes alardes de conversaciones intelectuales ni crisis existenciales, transmite con muy buen ritmo y en sencillas secuencias, el proceso periodístico así como la evolución de cada personaje, consiguiendo momentos de auténtica profundidad entre los dos Davids enfrentados desde los egos de escritores y la relación pupilo-profesor, como mágicos guiños en la excepcional rutina que establecen, entre el desconcierto y la admiración que se profesan con la grabadora encendida o no.
Y aunque uno se posiciona cual entrevistador (interpretado estupendamente por Jesse Eisenberg) averiguando gustos y manías, es el personaje de Wallace (genial Jason Segel, que sorprenderá a los fans de Cómo conocí a vuestra madre), el que termina fascinando.
Y no porque descubramos un alma atormenta y destellos de genialidad y locura que suelen emparejarse, sino porque desde la simpleza de un tipo frente al televisor o adecentando un caótico cuarto de invitados, intuimos la soledad y la tristeza del escritor que se convirtió en víctima de si mismo, entre la humildad y la normalidad que algunos veían como impostura.
¿Por qué un tipo que sufría por el absurdo del comportamiento humano retorciendo las palabras en laberínticos datos y analizaba una jugada del tenista Federer en un ensayo meta-linguístico y casi filosófico como una experiencia religiosa, no podía llevar un pañuelo en la cabeza por simple pereza y sudor ni considerar un planazo ir al cine a ver una de palomitas y acción, tras una jornada de sesudas lecturas de su propio libro? Porque al final acabas convirtiéndote en ti.
Foster Wallace no cumplía las expectativas de novelista revolucionario y épico, posible portada de la Rolling Stone a la sombra del sexo, drogas y rock and roll. Wallace prefería la compañía de sus perros, su atracón de chucherías frente a la caja tonta y los bailes de los viernes con los baptistas. Porque no creía en el sarcasmo ni en Dios, pero sí en el baile.
Inmiscuyéndonos en la intimidad de los protagonistas con permiso del director -que no de la familia del escritor grunge que no quiso serlo, como Kurt Cobain-, asistimos una verdadera amistad y descubrimos a dos personalidades que tiene más en común de lo que se piensan, aunque ninguno desearía ser el otro (fantástico el paralelismo de chicos celosos; Wallace advirtiendo a Lipsky con su ex novia de instituyo y Lipsky contra Wallace, tras media hora de conversación telefónica del literato con su novia)
Una inesperada relación que condiciona toda una vida y una entrevista que nunca llegó a publicarse con puñados de cintas de cassette grabadas y doce años de diferencia hasta la publicación del libro de Lipsky en el que se basa la formidable The end of the tour.
Vean la película y lean a Wallace, algún cuento corto si cabe, que los hay muy buenos y divertidos, porque para enfrentarse a La broma infinita hay que morirse de risa antes.