SOUND OF FREEDOM: Realidad entre polémicas
El día 11 de octubre llega a las carteleras españolas Sound of freedom, una de las películas más polémicas de los últimos meses. Polémica y taquillera, porque su presupuesto ha sido de 14 millones de dólares y en el primer fin de semana ya había recaudado en Estados Unidos más de lo que costó, 19 millones y medio. Pero es que en tres semanas logró más de 125 millones, lo que la convierte en un fenómeno de masas en el continente americano.
Y la polémica viene por varios flancos. Uno de ellos es el tema en el que pone el foco, el tráfico de niños en Suramérica. Sound of freedom cuenta la historia real de Tim Ballard, al que interpreta Jim Caviziel. Ballard es un exagente del Gobierno de Estados Unidos que formó parte del Departamento de Seguridad Nacional y dejó su trabajo cuando supo del caso de Gardy Mardy, el niño que inspiró la película, que fue secuestrado en 2009, cuando sólo tenía 2 años. A partir de entonces se dedica al rescate de niños en estas circunstancias.
En el film son dos hermanos los que son vendidos al mercado de tráfico infantil, sexual sobre todo, pero también de cara a trabajos forzados, y será el Tim Ballard personificado en Jim Cavieziel el que trate de dar con sus paraderos, en contra de todos los que le van aconsejando que abandone, que es imposible encontrar a nadie en medio de esa jungla. Literal y figurativamente hablando.
Pero la polémica no se queda sólo en un tema complicado al que ningún cineasta quiere prestar atención. También está en algunas de las personas que participan en esta producción del actor Mel Gibson, porque no sólo cuenta con su nombre a la hora de producir, sino que estamos ante una de esas cintas rodadas gracias al crowdfunding y uno de los que dieron su aportación para hacerla es Fabián Marta, que fue arrestado por secuestro de niños. Otro de ellos, el mexicano Eduardo Verástegui, que aparece en un pequeño papel en el film dando vida a Pablo, también pone su aportación a la producción, y se trata de un hombre muy arropado por Donald Trump, quien sabiendo de las intenciones de Verástegui para postularse como presidente de México, organizó un pase privado de la película en su club de golf de Bedminster, en Nueva Yersey.
Polémicas razonables aparte, si se pueden apartar en casos así, hay que centrarse en lo que ofrece la película, cinematográficamente hablando. Y lo cierto es que a pesar de estar Mel Gibson en el equipo y Jim Cavieziel, su Jesucristo de La Pasión de Cristo, en ella, es decir, a pesar de que Sound of freedom tiene nombres importantes en su ficha técnica, da la impresión de estar dirigida por un principiante que está aplicando los métodos de la telenovela a la hora de narrar.
Porque Sound of freedom tiene una historia muy potente que contar, realmente escalofriante. El tráfico de niños es algo conocido pero verlo expuesto en la pantalla sin una trama secundaria que alivie el contenido de su crudeza es terrible. Lo malo es cuando todo lo que vemos está envuelto en una narrativa de telefilm rodada como si de una telenovela se tratase. No parece una producción norteamericana contemporánea.
Sí, tiene localizaciones en Cartagena, en Isla Barú y en Bogotá, todas ellas de Colombia, y está bien situar la historia donde geográficamente ha ocurrido, en lugar de recrear los lugares en otros países, en estudio incluso, con pantalla verde, a la que luego se le añadirá la selva en la postproducción. Eso es magnífico, pero si el director, en este caso Alejandro Monteverde, no aporta una realización propia de la gran pantalla el relato pierde buena parte de su potencial.
Es de agradecer que el reparto esté compuesto por personas de la tierra en la que todo ocurre, no por actores norteamericanos intentando pasar por suramericanos de cara a las ventas de la película en el mercado internacional. Y también que se hable español en parte el metraje, incluyendo los esfuerzos de Jim Caviziel por comunicarse también en nuestro idioma con los niños. Aún así, la sensación de estar más ante un telefilme que ante una gran producción no se disipa.
Y eso que en Sound of freedom la acción no se detiene. No aburre, es una película adrenalítica en la que siempre está pasando algo, y eso se agradece. Pero a pesar de todo, la sensación de que el conjunto podía aspirar a ser mejor, porque la historia real es demoledora, no se desvanece en ningún momento.
El éxito de la película en Estados Unidos es comprensible. Es posible que ellos no conozcan estas historias, no sepan que este tráfico infantil está tan arraigado en el mundo. Si lo sabes, Sound of freedom no es más que una constatación y una manera de conocer el modus operandi del funcionamiento de la organización. Más allá de eso, la película funciona mejor como una exposición de hechos que como una narración sólida de lo que implican. No es que no nos conmuevan, es que la crudeza de la película más que plasmarse en la pantalla la asumimos al saber lo que descubrimos siguiendo los pasos del protagonista. El concepto en sí es brutal, la película no lo es tanto. Por eso se entiende que Sound of freedom haya sido tan taquillera pero también se entenderá que, más allá de las razones que han causado su polémico estreno, no pase a formar parte de las películas más brillantes del año.
Silvia García Jerez