Sherlock Gnomes: Una fantasía donde todo vale
Aún convencidos como estamos de que al público potencial de la cinta lo que vamos a aseverar de aquí en adelante le va a importa un pimiento, empecemos diciendo que Sherlock Gnomes no se puede considerar una secuela de Gnomeo y Julieta, sino eso que de un tiempo a esta parte se ha dado en llamar, cuando el chicle/secuela no estira más, ‘Capítulo del Universo…’; en este caso Universo Gnomeo y Julieta. La verdad es que el que esto escribe, allá por los 90´, creyó tener claro que el pináculo de la carrera de un gnomo de jardín en la pantalla grande era haber hecho una la colaboración especial en Full Monty. Sí, en casa del personaje embauca esposas y en alguna que otra valla más. Pues a la década siguiente resulta que no. Una romántica mirada shakesperiana, con contorno y alma cerámicos, bañada en brillantina pop made in Sir Elton John dieron al traste con mi convencimiento. El cine, que tiene estas cosas: Terminator fue bueno en la segunda, la tercera, la quinta, malo en la primera y desconcierto en la cuarta.
No nos desviemos, que para eso ya está, y mucho, Sherlock Gnomes. A lo que íbamos: Sir Elton John ejerce de productor, sin dejar el acompañamiento musical, en esta segunda aventura entre la porcelana aguerrida y bondadosa y el plástico con M de malvado, de mainstream o de Moriarty. Porque sí, (¿giro dramático?) aquí los que cortan el roast beef son los personajes que creara Sir Arthur Conan Doyle. Claro está, construidos con el material que tan fuerte pisa, con todo el garbo, Isabel Preysler. Eso sí, al menos todo sigue quedando en Reino Unido en esta segunda parte, de no sabemos qué todo.
Pongamos un poco de orden. Intentémoslo. Tras los acordes de Don’t go breaking my heart sin RuPaul y compañía, que nos hace sonreír por lo bien traído, nuestros, pensamos de entrada, ornamentales jardineros en ‘roles principales’, tienen que viajar con sus dueños de la campiña inglesa a la ciudad. O se conoce que en el campo con Peter Rabbit hay mucho lío, o es que los humanos responsables de nuestra pareja ‘protagonista’ quieren tener cerca a sus familiares más jóvenes. Dejemos la intriga en esta locura de guión.
Que sigan los desvaríos. El Londres en el que desembarcan nuestra empoderada Julieta y nuestro viril y compresivo Gnomeo es el actual. Aunque unos Holmes y Watson en porcelana sigan deshaciendo entuertos por callejones, plazas, puentes y casas de juguetes muy Toy Story 3. Alguien se está llevando a todos los gnomos de jardín… ni en las grandes superficies de esas de Háztelo Tú Mismo -Si McGyver Pudo Tú También-, deben quedar. Hagamos un inciso para meter más cizaña a la ¿cuerda historia?: pues resulta que en mitad de la búsqueda de los adornos perdidos entramos en un lugar que podría ser la sala de fiestas de Valerian Y La Ciudad De Los Mil Planetas, donde nos encontramos con una muñeca bastante transformista cual personaje de Rihanna en la mencionada película del que dio con el quinto elemento… Pues resulta también que esa muñeca, protagonista del número musical más innecesario que un servidor recuerda en la animación reciente, se nos antoja que no ha dado con la importancia de un tal Ernesto, ni con el abanico de una tal Lady Windermere, ni por supuesto con el marido ideal. ¿Cómo se quedan? ¿De porcelana, que no? Si en la primera se referenció al Bardo, aquí a Oscar Wilde. Por no hablar de las escaleras a ninguna parte de Escher, por las que transita un Sherlock Gnomes pensativo y resolutivo. Vamos todo muy loco. Si resulta que por el inconsciente acabamos consiguiendo que los más jóvenes amen el arte y a los clásicos, pues bienvenido sea.
Sea dicho también de esta Sherlock Gnomes que tiene claramente dos lecturas: la familiar para acabar con las reservas de palomitas y la referencial de sus autores. Segunda lectura esta que nos pide investigar el porqué de la animación 3D combinada con la tradicional, el porqué de la mención a museos de antaño y contemporáneos, el porqué de acertijos de novela de misterio, el porqué de que los que creíamos protagonistas sean secundarios, el porque de unas gárgolas sacadas, muy reviradas por cierto, de un animado Notre Dame en el que sonaba Eternal o Luis Miguel, según la versión. El porqué de tanto rollo dadaísta… El porqué de que no la proyecten con audiocomentarios para que encontremos el sentido… Igual ese sea el sentido: que no lo tenga.
Detengámonos cual Sherlock Gnomes cuando cree que le están mirando y pensemos: igual estamos siendo demasiado quisquillosos con un cine familiar repleto de gnomos de jardín. Jardín éste donde crecen seguro esos pimientos que acabarán por no importarle a nadie cuando las risas de los niños resuenen en la sala. Elemental, querido Jude Law.
Luis Cruz