SECRETOS DE ESTADO: Ficción dolorosamente real
Secretos de Estado viene a corroborar que estamos en un momento particularmente inspirado dentro del cine político. Por la calidad de las películas que nos están llegando, y porque lo están haciendo casi en grupo, sin apenas darnos tiempo para tomar aire y cambiar de sala.
Mientras dure la guerra, la espléndida cinta de Alejandro Amenábar se une a otra no menos interesante y recomendable, Comportarse como adultos, de Costa-Gavras, y ahora llega, Secretos de Estado, de Gavin Hood.
Secretos de Estado cuenta la historia real de Katherine Gun, traductora del Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno (GCHQ), quien en 2003, poco antes de la invasión estadounidense en Irak, filtra un correo electrónico confidencial, por lo que puede acabar en prisión por infringir la Ley de Secretos Oficiales.
Dicho correo era lo suficientemente importante como para que Katherine, después de pensárselo mucho, decidiera difundirlo para que llegara a la prensa. En el mismo se insta a espiar a miembros del Consejo de Seguridad de la ONU para forzar su aprobación para ir a la guerra.
Política y periodismo se dan la mano, como ya hicieran en Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula, o Los archivos del Pentágono, de Steven Spielberg, dejando claro que hay quien está por encima de las órdenes o de la línea editorial del periódico para el que trabaja.
En esta ocasión, quien firma la película es Gavin Hood, un director todoterreno que ganó con Tsotsi el Oscar para Sudáfrica en 2006 para luego rodar títulos tan variados como X-Men Orígenes: Lobezno, El juego de Ender o Espías desde el cielo, protagonizada por la maravillosa Helen Mirren, la sobrecogedora película en la que los drones tenían una implicación fundamental en el curso del espionaje a unos terroristas en Kenia.
En Secretos de Estado, tan importante es lo que se cuenta como la manera de contarlo. Porque que la guerra no se paró eso lo sabemos todos. Que George W. Bush consiguió sacarla adelante, lo constatamos, lo vimos y lo vivimos. Pero que nos vayan narrando el día a día de una mujer que tuvo en su mano la verdad y que la quiso dar a conocer a su país, y de paso al mundo, es algo muy duro. Lo que fue contra lo que pudo haber sido.
No todos los superhéroes llevan capa. En este caso, la nuestra, lleva cascos. El mismo con el que escucha la grabación que la deja helada, que le da pie a preguntarse si debe, más allá del código ético que le exige su trabajo, ir hasta el final y revelar una verdad que podría cambiarlo todo. Si la tomasen en serio.
Porque verificar la fuente, principio básico del buen periodismo, es un deber. Pero cuando sabes que estás publicando algo cierto, las consecuencias son incalculables, y la cárcel tal vez sea el último paso que te espere.
Secretos de Estado está contada desde el rigor más absoluto, y con una fuerza dramática, cercana al thriller pero sin llegar al género, que no puede resultar más apasionante. La verdad siempre lo es, y más cuando un film relata hasta qué punto una cadena de mandos estuvo equivocada. Y viendo la película nos damos cuenta de hasta qué punto esa equivocación es buscada y forzada, lo cual pone aún más los pelos de punta.
Gavin Hood nos ofrece en Secreto de Estado una de las mejores películas del año. Pocas veces el cine nos estremece de la manera en que lo hace la película. También es cierto que es un film intenso, que exige una atención y una concentración claves para seguir el curso de los datos, los nombres, el funcionamiento del sistema jurídico y la historia del mismo, que se remonta, como bien apunta en un momento de la película el abogado Ben Emmerson (Ralph Fiennes en una interpretación prodigiosa) a los tiempos de Margaret Thatcher. Casi nada.
Todo está controlado en y por el sistema, y Katherine tiene que enfrentarse a él, porque ante todo es una ciudadana con un secreto que ella cree que no debe permanecer oculto, porque sabe que se le va a mentir a su país, y de paso al mundo, pero todo lo que la rodea la invita a que se calle y coopere con la cadena de desinformación a la que está sometida. Menudo calvario para la joven.
El espectador, años después de que sepa el devenir de la historia, se sienta en la butaca para situarse mentalmente en la época a la que nos retrotrae el film: al otro día, en la historia de la humanidad, y tan sumamente lejos en el tiempo para poder hacer nada y para sentirnos tan impotentes como la propia Katherine. Y volviendo al momento en el que todo pudo evitarse, la rabia es mayor, porque la película nos cuenta con una claridad asombrosa todos los rincones ocultos del Gobierno británico y la manipulación a la que estuvo sometido su pueblo, a instancias de la prensa, que siguió sus indicaciones sin torcer nunca el gesto.
Keira Knightley da vida en la gran pantalla a la traductora que se jugó su trabajo, su matrimonio y su vida en libertad por dar a conocer algo que ella creyó que no podía mantener en el secreto que se le exigía, y lo hace con solvencia pero sin una brillantez particular, simplemente estando ahí y dándole voz a una mujer tan temeraria como admirable.
Es de agradecer que Keira, que saltó a la fama gracias a la estupenda comedia Quiero ser como Beckham y que más tarde se convirtió en una estrella gracias a Piratas del Caribe y a Love Actually, haya dejado a un lado el cine más dulce y comercial y se haya atrevido a meterse de lleno en un cine político, absorbente en la forma y asfixiante en el fondo, que no da tregua en la persecución a su protagonista y que deja al descubierto tanta información áspera y necesaria.
Keira demuestra, en cualquier caso, que no es la mejor actriz para el proyecto, le falta intensidad y credibilidad en su transmisión del discurso, aunque éste sea contundente, porque es una actriz que por mucho empeño que le ponga a sus interpretaciones resulta excesivamente sosa, y uno piensa en Margot Robbie en ese mismo papel y las alas que le hubiera dado a la Katherine original, también rubia por cierto como nos enseña Gavin Hood en imágenes de archivo, hubieran sido claramente otras. Y muchísimo mejores.
En cualquier caso, Secretos de Estado es tan impactante, tan compleja, tan estimulante en su consecución de los hechos, que lo que importa es la película en sí, no que su protagonista, por mucho que lo sea, no esté como debería. Porque como ya ha quedado dicho lo importante es el mensaje, y ese nos lo traslada como una linterna ilumina una cueva: sin rodeos, sin obstáculos, sin concesiones ni timidez.
La cinta es directa y no pierde un segundo en desviarse del objetivo, que es que sepamos que Gran Bretaña fue engañada y que hubo alguien que lo sabía e intentó darlo a conocer a tiempo. El resto ya es Historia y ahora la vemos en los cines. Como si fuera ficción, pero es real. Dolorosamente real.
Silvia García Jerez