LA REINA DE LA BELLEZA: Matriarcado venenoso

Para el antes dramaturgo que cineasta Martin McDonagh, La reina de la belleza fue la primera obra que escribió el autor londinense. Lo hizo en 1996 y ésta fue la primera de su trilogía de Leenane, ambientada en el Condado de Galway, que incluye A skull in Connemara y The Lonesome West. Y a ésta trilogía le sigue otra, The Aran Islands Trilogy, dentro de la cual su tercer título, nunca editado por no considerarlo el propio autor lo bastante bueno, fue Almas en pena de Inisherin, que sí llevó al cine él mismo con Colin Farell y Brendan Gleeson como protagonistas.

En efecto, el responsable de Escondidos en Brujas o Tres anuncios en las afueras lo es también de La reina de la belleza, cuya adaptación por parte de Bernardo Sánchez, con dirección de Juan Echanove, ha llegado al Teatro Infanta Isabel de Madrid y estará representándose allí hasta el 28 de julio.

De la mano de las actrices Lucía Quintana, la auténtica protagonista de la función, y María Galiana, que interpreta a su madre en esta ficción, vamos a conocer a Mag Folan y a su hija Maureen, que conviven, a mediados de la década de los 90, en una casa encaramada en una colina en el extrarradio de Leenane, en la región de Connemara, al noroeste de Irlanda. Las dos hermanas de Maureen hace tiempo que se casaron y tienen sus vidas aparte de su madre y de ella, por lo que Mag sólo cuenta con Maureen para cuidarla, ya que se niega a ir a una residencia.

Pero Mag es muy exigente, requiere de la presencia de Maureen de forma continua y la chica no tiene tiempo para otro extra que no sea darle de comer a las gallinas. Pareciera que el hecho de poder irse de fiesta y conocer hombres que la pudieran sacar de allí y darle una vida más propia de su edad le estuviera prohibido, y precisamente esa es la principal fuente de conflicto con su madre. Las discusiones entre ambas son impresionantes, y cuando parece que nada ni nadie va a cambiar esa rutina, llega Pato Dooley (Javier Mora) desde Londres, momentáneamente, a una fiesta familiar, para ponerlo todo patas arriba… 20 años después de haber conocido a Maureen, reencontrándose ahora con ella.

Mag (María Galiana) y Maureen (Lucía Quintana), en la obra de teatro la Reina de la Belleza
Mag (María Galiana) y Maureen (Lucía Quintana)

La reina de la belleza es un texto delicioso. Delicioso entendido como magnífico, como una gozada para contemplar como espectador desde la butaca, porque en realidad se trata de una obra dramática durísima en la que dos actrices, inmersas en sus personajes, van a pelearse con toda la intensidad posible. Es espeluznante asistir a ese pulso entre ambas porque tanto Lucía Quintana como María Galiana están sublimes y es especialmente llamativo en el caso de la segunda, que con 89 años brilla en un papel secundario tan complicado como exigente de representar.

Vamos a disfrutar mucho de verlas a las dos defendiendo sus respectivos territorios, odiándose porque ninguna quiere ceder nada para encontrar un punto medio en el que ambas puedan ser felices. Y es que así una es feliz exigiendo ser atendida y la otra infeliz no pudiendo hacer otra cosa. Y la situación se va haciendo más y más insostenible y sus interpretaciones van girando hacia lados más oscuros, llegando La reina de la belleza a tornar de drama costumbrista a thriller escabroso.

Nada en La reina de la belleza es casualidad. Todo está muy bien pensado, muy medido. Es un texto propio del talento de McDonagh, que es capaz de tocar varios géneros en sus guiones, drama, comedia con humor negro o thriller descarnado. Su cine es así y se agradece que su teatro sea igual de reconocible. Su marca personal se hace notar también sobre las tablas.

La dirección de Juan Echanove es muy solvente. Tal vez se echa de menos un poco más de ritmo, sobre todo en los cambios de escenas, pero es querer ir a detalles que son más subjetivos que objetivos. La realidad es que La reina de la belleza es una obra espléndida sobre cómo el matriarcado puede arruinar vidas, sobre cómo una madre posesiva, y una sociedad que no ve mal que lo sea, es capaz de sembrar la discordia allá donde pisa. Una obra sobre el daño que puede llegar a hacer la educación que hemos recibido y que inculcamos a nuestros descendientes, más que nada si son del sexo femenino. Así ha sido la vida en los sitios pequeños y así seguirá siendo en muchos de ellos. Hay cantidad de ‘Mags’ y ‘Maureens’ que no conocemos y que sólo queremos conocer en la ficción, en este caso del teatro. Miércoles a domingos. Hasta 28 de julio, en el Teatro Infanta Isabel, Calle del Barquillo 24, Madrid.

Silvia García Jerez

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