THE PRODIGY: El niño de mirada aterradora

El género de terror es uno de los más controvertidos. Si las películas que se encuadran dentro de su género no dan miedo, su director no va a tener sitio donde esconderse por las represalias ante su fracaso. Pero si la película, por el contrario, da un miedo escandaloso, la taquilla se ve menguada en base a que los espectadores no quieren pasar el mal rato que la fama de la misma asegura que da. ¿En qué quedamos?
Lo cierto es que el terror es un género muy agradecido, cuyos títulos, cuando los espectadores saben que van a llegar, son tremendamente esperados. Porque en teoría, si la película cumple con los tópicos que se esperan de ella, el resultado suele ser muy divertido, para pasar la tarde en pandilla encogidos en la butaca o abrazados a nuestra pareja.
Todo el mundo sabe que si al público le gusta pasar miedo es porque lo que ocurre en la pantalla le ocurre a otra persona, a una en una ficción que por mucho que recree la realidad, en ficción se queda. Y todo lo que se cuenta se procura hacerlo con tensión, así que la experiencia no deja de ser parecida a la que se obtiene en un parque de atracciones.
Salvo cuando pasamos mucho miedo, que entonces la diversión se acaba. Muchos espectadores decidieron que ante la potencial angustia que iban a vivir viendo Buried (Enterrado), de Rodrigo Cortés, mejor la obviaban, y la película, de lo más grande de su filmografía, no recaudó tanto como debiera.
Pero si nos vamos al cine de James Wan, el maestro consiguió, a pesar de que sus trabajos ya son famosos por lo bien que funcionan a nivel terrorífico, que cada película que estrenara se convirtiera en un éxito mayor que el anterior. Empezando por Saw, la cinta con la que lo conocimos, y siguiendo con Expediente Warren: The Conjuring, la que lo consagró con todo merecimiento.
En medio de esta dualidad, llega a nuestras pantallas The Prodigy, el último trabajo de Nicholas McCarthy, director de El pacto, y ahora de esta historia de un niño prodigio capaz de empezar a hablar antes que los demás, que es más listo que la media de su clase y que a los ocho años empieza a mostrar síntomas de un comportamiento extraño, como saber lenguas que no conocen ni 400.000 personas en el planeta.

El pequeño Miles (Jackson Robert Scott) lo pasa fatal en THE PRODYGY

The Prodigy es una de esas películas que mejor no tomarse a broma. Porque está muy bien hecha y cuenta con momentos que darán verdadero pánico. La atmósfera te envuelve en esa presencia que intuimos está haciendo con el pequeño Miles (Jackson Robert Scott, el Georgie de It) lo que quiere, sin contar con lo que el niño desea. Y el pobre está muerto de miedo, porque sabe que cada vez tiene menos sitio dentro de sí mismo.
Y a nosotros también nos va arrastrando al terror que producen las buenas películas, las que nos mantienen pegados a la butaca, las que incluso, de tan bien que funcionan, nos sacan la risa floja, esa que sirve de defensa, porque aunque lo que estamos viendo no tenga ninguna gracia, es nuestra manera de soltar la tensión que se nos acumula en los huesos.
Ver a ese niño entre las sobras de su habitación o en el pasillo de su casa no augura nada bueno, y nos ponemos en guardia. The Prodigy funciona mucho mejor que las películas que utilizando los mismos elementos no son capaces de producir las mismas sensaciones.
Ese niño de ojos de distinto color que van a significar algo terrible en su vida, transforma su dulce mirada en otra inquietante que hiela la sangre. Y cuando habla, ni su voz ni cuanto dice, ayudan. Sería el hijo del diablo si no fuera porque el guion de Jeff Buhler nos cuenta otra cosa. Otra cosa que además cierra con una enorme sabiduría.
En realidad, The Prodigy no rebosa originalidad. Cuando el espectador se sienta delante de la pantalla, a medida que avanza el metraje se da cuenta de que esto ya lo vimos hace muchos años, tantos que al famoso personaje le nació una saga.
Pero no importa, porque aunque ya la conozcamos, The Prodigy es, como su título indica, un pequeño prodigio dentro del cine de terror, en el que por mucho que juegue con cartas mil veces utilizadas, todas ellas parecen nuevas en manos de quien sabe qué hacer con ellas.
Un juego de escondite que asusta desde el primer movimiento, un niño que a su corta edad quiere especiar la comida como muchos adultos, o ese mismo niño, que habla en sueños y no precisamente para narrar una dulce historia… nada de lo que vemos u oímos en The Prodigy renueva el género, pero lo cierto es que con su autenticidad consigue que ese universo tan manido recobre una frescura que nos haga sentir que volvemos a ser los espectadores asustadizos que un día descubrían un género que los paralizaría ante títulos como este.

Silvia García Jerez

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