PERSONAL SHOPPER: Subidón de creatividad
Al mirar el cartel de Personal Shopper, de Olivier Assayas, uno se pregunta si el film que se esconde tras él será tan bonito. Porque si es así, podríamos estar ante una de las películas del año. Y lo que es un hecho es que al verla, la cinta se consagra como tal.
Kristen Stewart probándose unos diseños a la preciosa contraluz de un ventanal evoca un cine de autor exquisito que posteriormente vamos a encontrar reflejado en la pantalla. El francés Olivier Assayas, que ya trabajó con ella en Viaje a Sils Maria y consiguió arrancar a Stewart de las garras de la mala fama, ya que la saga Crepúsculo no le hacía ningún favor artísitico a ninguno de los nombres vinculados a ella, ha logrado mezclar la atmósfera terrorífica que implican las muestras de existencia paranormal que espera la protagonista con su convivencia con el trabajo que desarrolla en París a la espera de confirmar que su fallecido hermano sea quien se manifiesta a través de los extraños sucesos de los que es testigo en la que fue su casa. La casa de su hermano en tierras francesas.

Una auténtica locura que en manos del director inadecuado resulta risible y provocadora, pero que en las de Assayas se torna absorbente y fascinante. Cuando un género rompe las reglas y da, con buenos resultados, lo que no se espera de él, nos envuelve con ideas que no habíamos previsto y nos noquea con una fuerza que sabíamos que el cine tenía pero que muchas veces olvidamos al atender únicamente a celuloide confortable, ese del que sabemos lo que esperar y al que más nos aferramos por comodidad.
En los últimos años, dentro del terror, nos hemos enfrentado a productos tan inusuales como Maggie, posiblemente el trabajo menos conocido del popular Arnold Schwarzenegger, en el que se nos muestra de manera dramática el cambio a zombie de su hija adolescente, interpretada por Abigail Breslin, el caso de Una chica vuelve a casa sola de noche, película de culto producida por Elijah Wood rodada en blanco y negro y en persa, ya que su directora es iraní, en la que la protagonista es una solitaria mujer vampiro, o con I am a ghost, del californiano H. P. Mendoza, sobre un espíritu atrapado en un bucle del que no puede salir.

Personal Shopper es otro de esos ejemplos a recordar. Compitió el pasado año en el mejor festival de cine del mundo, el de Cannes, y allí se alzó con el premio al mejor director por ella, ex aequo con el rumano Cristian Mungiu por su magnífica Los exámenes. Pero el film de Assayas es más arriesgado, si tenemos que decantarnos por uno.
Assayas traspasa muros que creíamos infranqueables. Juega con el espectador hasta el punto de hacerle dudar de lo que ve. Nos sentimos como Maureen, el personaje de Stewart, en muchos momentos de la película porque el punto de vista de la narración es el suyo, la jaula en la que vive. No le gusta su rutina, aferrada a una jefa que sin estar presente le prohíbe probarse lo que le manda comprar y la cohíbe. No siempre es necesario invocar a los fantasmas para que éstos nos persigan.
Y tampoco se siente bien cuando alguien, o algo, la acosa por medio del WhatsApp del móvil. Assayas desconcierta a cada giro de guion que propone. Y, como espectadores, nos saca de nuestra zona de confort para llevarnos al lugar en el que el cine nos pregunta, nos zarandea y nos hace cuestionarnos qué creemos que está pasando. Y aunque nos responda nos sigue removiendo por dentro.
Personal Shopper parece dirigida por Nicolas Winding Refn, cuyo The Neon Demon supone una referencia bastante aproximada al el cine extremo al que aquí nos enfrentamos. No cuenta la misma historia pero parecen unidos por el hilo invisible de una genialidad que se adora o se rechaza, pero que es innegable que existe.
La instrucción más precisa que puede darse para disfrutar Personal Shopper es dejarse llevar. No aferrarse a lo que el cine tradicional nos tiene acostumbrados. Abrir nuestra mente a la experimentación que supone lo que Assayas nos muestra. Solo así se puede admirar su trabajo y comprender por qué el jurado de Cannes se rindió a una película semejante.
Un subidón de creatividad corre por cada fotograma y es de aplaudir que un cine tan poco común siga teniendo cabida en una época en que la rutina de secuelas, reboots, precuelas e historias mil veces repetidas parece no dejarle espacio a nada mínimamente arriesgado.
Silvia García Jerez