El perro y la galleta

El perro y la galleta, buena opción para una cenita de amigas.

A puntito estuve de no poder ir….y eso que había reservado con más de 3 semanas de antelación. Cosa que me da mucha rabia tener que hacer cuando un sitio se pone de moda (lo de reservar con 3 semanas digo) y, más aún, cuando es en un sitio que tiene dos turnos.  Que cuando llamo y me preguntan eso de ¿a las 9 o a las 11? me dan ganas de decirles: ¡me quedo con los dos turnos! ¡cóbreme el suplemento, si hace falta! Eso cuando estoy de buen humor. Que cuando estoy de malo, suelo decirles con tono de vinagre que no me apunten y les cuelgo, aunque me suelo quedar con las ganas de desahogarme con cuatro frescas…. Pero, en fin, eso es lo que tienen los sitios “in”. Que impera la más estricta ley de la oferta y la demanda (o el enchufe, claro).

Pues lo que les estaba contando, que después de reservar con más de 3 semanas y venir pitando del trabajo para una “más-que-breve” pausa en casa, pintarme los morros y salir corriendo, pillo un taxi y cuando me siento, me relajo un poco y doy ese suspirito de «lo he logrado y hasta voy a llegar puntual», desenfundo el móvil para cotillear mis whatapps, que no he tenido tiempo de mirar en todo el dia…  y zasss!! ¡¡No me lo puedo creer!! Que mi plan de cenita de amigas se me había ido al garete y yo sin haberme enterado. De 4 que éramos, dos se habían caído. No daba crédito. Se me produjo un vacío en el estómago, que no os imagináis… como delante de un precipicio estaba.

Menos mal que no me puse a chillar y le dije al taxista que diera la vuelta y, en vez de eso, me puse a repasar otra conversación que me faltaba por actualizar. Cuantas cosas pasan en el mundo paralelo del wapps cuando uno está ocupado. En fin, que menos mal que mi amiga restante es una superwoman, una de esas tías con super-poderes que todo lo resuelve.  Así que en un plis-plas,  rescató a otra de nuestras amigas del alma…y ala, cena salvada!!!! ¡ Eso sí que es un lujo!

Así que, a la hora convenida, allí que estábamos las 3 Marías en “El Perro y la Galleta” para darle, sobre todo, a la lengua pero también, como no, a la mandíbula. ¡Que para eso nos cuidamos el resto de la semana! Y eso, aunque estemos estupendas, estupendísimas (o eso nos repetimos siempre, a lo largo de los años, en todas nuestras citas como un “mantra”. Porque eso, aunque no nos mejore el cuerpo, nos mejora el carácter y nos reconforta el espíritu).

Yo traté de empezar la noche con un Martini rojo y pinché porque no les quedaba. Estaba claro que, esa noche, las buenas cartas no me venían de cara. Y no me sentó muy allá porque considero que el Martini es un aperitivo básico que todo bar tiene que tener. Si se te acaba, ¡error de logística! Y está mal. Muy mal. Tuve que sustituirlo por un tinto de verano que tenía más de tinto que de verano y que no me dio resaca pero que dejaba un regustillo intenso en la garganta, que el miedo si me lo metió en el cuerpo.

Lo bueno fue que con él, “como si llevara ajo” en vez de limón, los malos espíritus se alejaron y la mala suerte se esfumó. Cierto, que el trío inquebrantable que configuramos estas dos amigas del alma y yo y las pocas veces que podemos disfrutar de una  cenita de chicas en las que cotillear las tres a nuestras anchas, bien a gusto, son tan contadas que muy mal se tenía que haber dado la noche para no disfrutarla. Pero la verdad es que la cena y el ambiente  nos acompañaron y nos lo pusieron muy fácil. Porque en “El Perro y La Galleta” no encontraréis una comida muy elaborada, ni tampoco es un sitio muy elegante al estilo tradicional/rancio pero es que no va de eso. Es un sitio simpático, alegre, para gente joven (al menos de espíritu) y que da buen rollo; y donde uno pasa una noche muy a gusto, por un precio un poquito más que medio (33 EUR por cabeza pagamos).  Recuerda un poco el estilo y propuesta gastronómica del anterior local de su mismo creador, Carlos Moreno Fontaneda, el “Bar la Galleta”, pero más sofisticado, más club inglés a la española (como lo describió Telva en un artículo que leí hace unas meses)…o más pijillo, por entendernos.

El local es un local con una decoración moderna y muy original. Muy bonita. En la que se encuentran desde una colección de radios antiguas y un estante lleno de libros, hasta un jarrón con lilas (o siempre-vivas). Y, como especialmente destacable, el emblemático “retrato del galgo”, referencia a la gran afición que Carlos tiene, por lo visto, a esta raza de can y que sin duda, es un acierto absoluto y dota al restaurante de una gran personalidad. Obviamente esta afición del Sr. Moreno Fontaneda por los galgos y, su relación familiar con las galletas Marías (¿a qué de algo les sonaba el apellido “Fontaneda”?) es lo que explica, como habrán adivinado, el nombre del restaurante. Por otro lado, como datos significativos para que se sitúen en el registro del mismo, les contaré que el suelo es de esas baldosas que se lleva ahora tanto, imitando los suelos de las casas antiguas (baldosas hidráulicas, para los expertos), y que las mesas son de madera rústica y se sirven sin mantel. Se hacen una idea, no?

Y entre que si arreglábamos el mundo que si no – que al menos el nuestro sí salió un poquito más recompuesto – ¿qué tomamos? Pues, de entre todos los entrantes que ofrecen, elegimos dos: berenjenas rebozadas en galleta con parmesano y pomodoro=tomate (por eso de que en este sitio lo “típico” es pedir alguno de los platos cocinados con galletas María)  y ensaladilla rusa con gambón. De las berenjenas diré que la combinación es un acierto si les gusta la mezcla  “dulce- salado”; de la ensaladilla con gambón, que es enorme, la ensaladilla se entiende, no el gambón. El perro y la galletaLos dos muy recomendables. Y de segundo, por orden de éxito, aunque todos nos gustaron, pedimos: los tacos al pastor con piña, qué probé y no me mataron porque no son tan de mi gusto (pero admito que no están malos), tiradito de salmón, bueno aunque un pelín soso (seguro que porque lo probé después del intenso sabor de los tacos) y tartar de atún con mango que estaba entre bueno y excelente, tirando más bien a excelente. Eso sí, si el criterio de calificación hubiera sido el tamaño, hubieran ganado por goleada los tacos. En último lugar, según este rasero, el salmón. Así que la amiga que había optado por esta opción sugirió, muy acertadamente, pedir una tarta de postre que según llegó fue “vista y no vista”. Me recordó la situación a eses clásico fragmento de Félix Rodriguez de la Fuente: (¿a ver si son capaces de leerlo con la debida entonación?): “el agazapado lince que se tira sobre su presa”….Pues una experiencia similar.  La tarta que era la de “mamá de chocolate y galleta” (de nuevo aparición de la galleta en el plato) era, efectivamente, muy casera y estaba buenísima, siendo muy apta para golosos, cosa que yo ya venía echando de  menos   últimamente. No se que ojo he tenido en los últimos restaurantes que hemos estado que siempre me tocaba el “poste-no-postre”, sin azúcar y con menos calorías de las que debe tener un postre. Que si lo que quiero es adelgazar no pido postre! Que manía con ayudar al que no quiere ser ayudado. Es como cuando pides una Coca -Cola y el camarero sonriendo te espeta y siempre bien alto:  ¿light?. ¡No, ¿es que me ve gorda?! Si la quisiera light ya la hubiera pedido light. …

Pero, en fin, volvamos a nuestro tema de la tarta. Que me despisto. Y hablando de “postres-no-postres”, este que sí era “postre-postre”, lo que no era es una “tarta-tarta” porque servida en un vaso de cristal, un poco tipo zurito, era más mousse de chocolate con galleta que tarta. Y eso sí, muy casera. La típica que casi hasta yo me veo capaz de hacer en casa con receta del micro-ondas y leche condensada. Que seguro que luego no me queda igual, pero quiero vivir con esa ilusión. Tan casera que al acabar te queda un poco la sensación final de que el restaurante es de comida  poco elaborada aunque buena. Y esta afirmación sé que no es del todo justa con el chef porque es más bien comida moderna con toques de fusión e influencia de otras cocinas (mexicana, oriental, etc) y muy bien elaborada…pero te queda un poco ese regusto final, no se porqué.

A pesar de eso, la combinación de platos ricos y originales (sean sofisticados o no) con buena preparación y una presentación  agradable, funciona. El perro y la galletaY la clientela “cool”, con un toque entre pijo y bohemio, que encaja perfectamente con la decoración del local,  le dan al restaurante un toque de gracias especial, que hace el resto.

Así que sí, si tienen ganas de pasar un buen rato y van sin esperar un restaurante de Estrella Michelín, que tampoco creo que sea el objetivo de su dueño, pero dispuestos a comer bien en un sitio con buen ambiente, saldrán satisfecho y de buen humor y les diría que es una de las mejores opciones que conozco actualmente para ir en grupo, salvando el tema de los dos turnos que mencioné anteriormente. Y saldrán de buen humor porque es un restaurante agradable, “de los de moda” pero con buen servicio, comida rica con precio adecuado y donde la gente guapa que te rodea te hace sentir un poco así, como si tú estuvieras allí  porque también tú estás estupend@. Y sino les pasa, repitan conmigo el “mantra” y verán como acaban sintiéndose así.

 

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