EL PADRE: La angustia del Alzheimer
El padre, película dirigida por Florian Zeller basada en su propia obra de teatro, es una de esas maravillas que no te esperas y de las que es mejor no saber demasiado para ir asombrándote con cada paso que da la historia, con cada revelación de la manera en que está contada.
Porque todo versa acerca de una aproximación a la figura del padre de Anne (Olivia Colman), Anthony (Anthony Hopkins), un hombre ya mayor que padece Alzheimer y al que su hija quiere comunicar una noticia: se va a marchar a vivir a París con su novio y él tiene que aceptar a su nueva enfermera, Laura (Imogen Poots), para que lo cuide mientras ella no está.
Pero Anthony, que parece muy amable, simpático y bonachón, en realidad es testarudo y no admite ningún tipo de cambio de vida. Y por supuesto, tampoco quiere que su hija se marche, a París, donde insiste en que allí ni siquiera hablan inglés, ni que se quede con él alguien que no le satisface.
Él sabe cuidarse solo, no necesita un apoyo extra y menos de enfermeras que no le caen bien, porque todas las ha ido echando, pero su hija le advierte de que tiene que estar con alguien y que Laura es la chica perfecta para ayudarle a lo que cada día vaya requiriendo.
La realidad se va a ir imponiendo y Anthony va siendo presa de una enfermedad que lo va trastornando y va haciendo que confunda lo que él ve con lo que de verdad ocurre fuera de su cabeza, y su batalla contra su enfermedad va teniendo un claro ganador, que no es precisamente el paciente.
El padre es una de las mejores películas del año. Lo es a pesar de su extrema dureza, porque Florian Zeller nos introduce hábilmente en la visión subjetiva del mundo que tiene Anthony, y atravesamos junto a él los estadíos por lo que él pasa mientras el Alzheimer va haciendo presa de sus recuerdos, llevándolo a olvidar incluso a las personas que lo rodean.
Zeller introduce su cámara en la psique del personaje al que el título se refiere y somos partícipes de sus miedos y sus inseguridades, porque también nosotros vamos a estar confundidos y vamos a sentir la empatía necesaria para que la historia nos duela tanto como a su protagonista.
La dirección de Florian Zeller, por lo tanto, no puede ser más acertada. Es fabuloso cómo nos traslada a una realidad que ninguna película antes nos había hecho tan obvia. Descubrir el mundo del Alzheimer a través de los ojos de Anthony como lo hace Florian Zeller es un acierto, y cuando descubrimos el método narrativo para lograrlo nos quedamos sin palabras. Somos todo asombro.
No todo va a depender de Anthony Hopkins, él va a ser nuestro guía por esta enfermedad terrible que nos va aterrorizando tanto como a él, pero a este logro dramático va a contribuir un reparto en el que no solo brilla Olivia Colman como su hija, también los demás. Pero todos ellos, fundamentales en el entramado del terror, deberán permanecer ocultos en su designio de personajes para mantener la excelencia del hallazgo que supone ir descubriendo en qué consisten sus trabajos.
Eso sí, a Anthony Hopkins hay que reconocerle su mérito, que es mucho. Su interpretación es sobrecogedora, de las mejores de su carrera, a la altura en excelencia de la del gran Hannibal Lecter de El silencio de los corderos que no solo le otorgó el Oscar al Mejor Actor sino que lo convirtió en una leyenda del cine.
En El padre vuelve a hacer una proeza y nos angustia a medida que él mismo va padeciendo los estragos de la enfermedad. Si alguien pensaba que el Alzheimer era algo sencillo de sobrellevar, o lo tenía subestimado, esta película le va a dejar claro que es más horrible de lo que nunca pudo imaginar.
También los espacios son importantes en esta película. El uso de pasillos, tabiques, de la decoración de la casa del anciano Anthony es digno de estudio. Porque la dirección artística de El padre, llevada a cabo por Peter Francis, va a ser también decisiva en la percepción de la enfermedad en el personaje. Y nosotros, como espectadores, vamos a encontrarnos tan aturdidos como él.
Todo en El padre funciona. Nos olvidamos de que una vez fue una obra de teatro y comprobamos cómo el cine, gracias también a la labor de Yorgos Lamprinos en el montaje, le viene estupendamente para confundirnos tanto como al protagonista.
De este modo, El padre se va transformando en una película necesaria que nos expone una realidad tan dura para quienes la padecen y para quienes la sufren desde fuera, asistiendo a la impotencia que supone ser testigos de una degeneración tan dolorosa.
El padre es cine muy potente, muy intenso y muy eficaz en su transmisión del mensaje, pero también es de una ternura sin límites, que en medio de la incomprensión por lo que Anthony está sintiendo, percibiendo, viviendo, nos muestra a un entorno volcado en su problemática, que procura tratarlo con todo el cariño del mundo y siendo lo más paciente posible ante un drama de semejantes proporciones.
Todo esto convierte a El padre en una experiencia cinematográfica extrema, realmente devastadora, para la que ni estando preparado uno puede protegerse de la sacudida emocional que le espera en la sala.
Y a pesar de las advertencias respecto a su crudeza es una cinta altamente recomendable porque se trata de cine de primer nivel, de una de las mejores películas del año.
Inolvidable tanto por sus logros como por su contundencia, El padre se ha de convertir en uno de los títulos de referencia de todo amante de las historias bien contadas y mejor ejecutadas.
Silvia García Jerez
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