MUSTANG: la cara amable del infierno
A El hijo de Saúl no había quien la derrotara. Ni en los Oscar ni en los Globos de Oro ni en toda la carrera de premios que suele durar varios meses y que comienza en diciembre con las decisiones de los críticos en los distintos estados de Norteamérica, empezando, generalmente, por los de Los Ángeles o Nueva York. El hijo de Saúl era una propuesta única acerca de un tema ante el que los académicos suelen tener pocas dudas a la hora de otorgarle la victoria, porque la II Guerra Mundial fue tan espeluznante que casi cualquier película que se meta de lleno en la misma nos acaba pareciendo un título gigante. Fue el caso de Ida, el año pasado, una pequeña película polaca que no convenció a todos pero que cerca estuvo de hacerlo. Y lo merecía, con esos encuadres tan extraños que, bien pensado, eran los únicos posibles para contar esa historia de desagradables reencuentros familiares.
Por lo tanto, se enviara la que se mandara al Oscar, por parte de cualquier país del mundo, estaba claro que no iba a tener la distinción de los votantes.
Mustang era, inicialmente, una rival muy seria para vencerle a El hijo de Saúl. Pero esos caballos salvajes a los que hace referencia el título no tenían tanta fuerza como prometían. Mostrar la vida de unas adolescentes en Turquía no es fácil, porque su existencia es básicamente un infierno y el cine, cuando sin ser documental se muestra demasiado explícito, pierde el interés para muchos potenciales espectadores. A no ser que se trate de algún director afamado precisamente por eso, y entonces en vez de huir, se acude a la llamada del morbo por comprobar hasta dónde ha sido capaz de llegar en su nuevo estreno.
Pero no estamos hablando ahora de Lars von Trier, sino de Deniz Gamze Ergüven, principiante en las lides de la dirección como lo fue también en 2012 en las de actriz gracias a Augustine, film francés que en ningún momento vio la luz de los proyectores de nuestro país. En su debut, Deniz afronta el complicado futuro de cinco jovencísimas hermanas huérfanas a las que su tío y su abuela se ven obligados, tras una conducta impropia demostrada en unas inocentes vacaciones escolares, a educarlas con la rapidez que exigen los matrimonios concertados.
Por supuesto, la decisión no será de su gusto. Del de ninguna, pero unas tendrán más fortuna que otras a la hora de demostrarlo. Y es en esa selección, natural por parte del guion, que debe seguir la estructura de la diversidad en la suerte que todas corran, donde la película cae en lugares que no debería, no tanto en cuanto al fondo, que ahí la cinta sí acierta, como en lo que a la forma se refiere.
Si lo que se pretende es dejar claro que el destino de las cinco chicas es vivir en el horror de la aleatoriedad matrimonial, de la esclavitud a la que su sexo las obliga a someterse en su país y a la falta de libertad que todo esto tiene como consecuencia, Mustang no lo logra como cabría esperar de una película con tanta repercusión en el circuito de galardones.
Hacerle fácil el visionado a quien lo contempla es muy honroso, pero ser sutil con las terribles consecuencias de los actos llevados a cabo por las chicas no implica que haya que utilizar el humor como escudo para cuanto les ocurre. Basta, tal vez, con no mostrar la desesperación a la cámara, caso que también se da en el largometraje en el momento posiblemente más acertado de toda la película.
No es necesario alcanzar el nivel de Michael Haneke, responsable de Amor, por poner un ejemplo de su dura filmografía, para sumir al público en el desasosiego de sus protagonistas. Pero tampoco los extremos son buenos, y si por un lado no se quiere avasallar con lo tremendo, por otro no puede resultarnos increíble lo que la abuela de las jóvenes llega a hacer para que en el pueblo no se sepa nada de sus travesuras. Más allá de que tal acción quede incluso impune para quien la idea, ni siquiera parece respetuoso con lo que de verdad deben vivir estas mujeres en el entorno que se muestra.
De todos modos, Mustang no es una mala película. Simplemente no es lo sobresaliente que indica su fama. Porque no esconde las dificultades en las que la mujer pasa su día a día, pero su tono alegre descoloca a los que imaginaban que la denuncia sería más contundente.
Silvia García Jerez