MUSTANG
Vitalistas vírgenes suicidas
Por fin llega a los cines, la optimista y dulce ópera prima de la directora turca Deniz Gamze Ergüven, que triunfó indiscutiblemente en los Premios César del pasado año, fue Espiga de Plata en Valladolid y ganó en los recientes Goya, el de mejor película extranjera. Pero es que además de los galardones, el boca a boca que genera esta película, deja al público con una gran sonrisa.
Y se estrena en la semana recién acabada de celebración del día de la mujer (que ya ni trabajadora), siendo casualidad u obligación; porque a veces se consigue lo que se quiere y otras lo que se necesita. Como bien saben las cinco protagonistas de Mustang -como los caballos salvajes readaptados, de ahí el título-, que de manera amable nos muestra uno de esos lugares del mundo donde la mujer sigue siendo esclava de la cultura y la religión mientras en otros, la misma lucha pasa por frivolidades tales como si son leones o leonas lo del Congreso. Y dicho esto cual reivindicación que toca, vuelvo a la misma que tan bien aparece en la luminosa y madura cinta a pesar de su dirección novel.
Cinco hermanas de un pueblo remoto en Turquía, predestinadas por su lugar nacimiento y encerradas a las órdenes de los mayores, se revelan del entorno opresor, familiar y social, escapando de matrimonios pactados como yeguas imparables a la aventura. La suya será un partido de fútbol (ese deporte tan masculino) y su odisea llegar al estadio, saltando verjas y mentalidades.
Mustang retrata una sociedad arcaica y machista pero también refleja el despertar sexual y la rebeldía juvenil. Todo un canto a la iniciación de la madurez por encima del clásico enfrentamiento generación; porque aunque estas adolescentes sienten igual que las restantes del planeta, sus travesuras tiene consecuencias más serias. Y estas andanzas que atrapan igualmente a espectadores y espectadoras con su simpática historia adolescente -de lo local denunciable a lo universal compartido-, demuestran el papel predominante de la mujer en el futuro del cualquier país.
Mustang podría ser un dramón a lo Mujercitas o Bernarda Alba y por supuesto a lo Coppola de Las vírgenes suicidas, pero la película no juzga y sugiere más que enseña.
Porque pudiendo llegar a ser casi un suicidio la valentía de estas chavalas, la directora opta por el humor sin perder la tensión dramática que el tema requiere -y un secreto familiar que arrastra-
Y aunque hay momentos que podrían resultar algo previsibles, como la retransmisión televisiva del partido en cuestión, el ritmo está tan bien llevado que cuando estalla el chiste, ya estás riéndote, deseando que ocurra; como asimismo, la tremenda exigencia de la virginidad presente en aquella sociedad, se resuelve en el film con situaciones surrealistas y repetitivas que evolucionan hasta estupendos gags.
Todo comienza con un inocente baño, celebrando la llegada del verano y el principio de las vacaciones. Chicos y chicas se despiden hasta el nuevo curso, jugando a caballito en el mar, detonando sin saberlo, la revolución de toda la aldea. Porque en el agua -que no todo lo limpia-, los adultos ven pecado en las transparencias de las camisas mojadas y ocultos de pies a cabeza, tras sus vestidos color mierda -como bien dice la pequeña de las cinco-, se creen en posesión de la verdad.
Una verdad que cuestionará esta benjamina –el alma de Mustang, la jovencísima Gunes Sensoy-, tambaleando las distintas personalidades de las hermanas y la relación entre ellas, que descubrimos en pequeños detalles entre la admiración y el temor; entre la ternura, el calor, los mensajes de amor y los encuentros en los coches con los chavales del lugar.
Una pizpireta heroína que nos seduce desde el principio, cuando se despide de su maestra favorita como de la edad de la inocencia según avanza la cinta; eligiendo aprender a conducir en lugar de cocinar, sin perder ninguna oportunidad para escapar. Osada, tenaz y con la ayuda de su fiel escudero -preciosa la amistad con ese repartidor con coleta y espíritu libertador- que a lomos de una destartalada camioneta, conseguirá llegar a la capital donde vive la profesora.
Y apuntando un delicioso guiño a la educación como herramienta de cambio, se cierra magistralmente esta fábula combativa y luminosa –también en la fotografía– que no deberían perderse.