MORGAN: supervisando el experimento
Morgan es un sueño para cualquier científico. Crear genéticamente una inteligencia artificial con una apariencia humana total y sin fisuras en su comportamiento es un logro digno de estudio. Y precisamente a eso va a dedicarse Lee Weathers, una especialista que examinará su caso y tendrá que decidir si el experimento es válido o si, por el contrario, no se continúa con un proyecto que inicialmente parecía menos peligroso.

El ambiente en el que Morgan vive recluida en la compañía tecnológica que la ha creado, tras serle prohibido salir al exterior, es opresivo, lleno de profesionales recelosos de sus actos. Pero ella sabe que no puede descuidar sus instintos si quiere superar la prueba.
La tensión que sugiere el argumento de Morgan es, por momentos, realmente efectiva. El prólogo del film funciona como interrogante, como fuente de la intriga que se requiere para mantener al espectador pendiente de lo que vendrá: la explicación de lo que ha ido sucediendo hasta dar lugar al evento que desencadena la película. El tradicional qué ha pasado y qué podemos hacer para evitar que se repita.
Es en este último punto en el que los acontecimientos se disparan. Hay que tomar una decisión con respecto a Morgan y hay que hacerlo ya. Y será entonces cuando la cinta coja la velocidad para la que se ha estado preparando. Desde gran altura, como ocurre con una montaña rusa, comienza a ofrecernos loopings, vueltas y más vueltas, y se torna trepidante.
Pero hay atracciones que vistas desde abajo aparentan resultar mucho mejor de lo que acaban siendo. Una vez finalizadas nos quedamos contentos por haberlas probado pero sabemos que la próxima visita al parque no será una prioridad subir en ellas.
Ese es el caso de Morgan, un filme que ve con agrado, con mucho interés, incluso, desde el instante en que entra en escena ese prodigio de la interpretación que es Paul Giamatti, pero que baja el nivel que ha ido logrando hasta entonces al llegar el turno del desenlace. El tramo final es un ramillete de ideas que pretenden deslumbrar pero que solo consiguen entorpecer el camino a la gloria.

Morgan es el debut en la dirección de largometrajes de Luke Scott, hijo del mítico Ridley, con el que ha trabajado en varias de sus películas, y que ahora comienza sus andanzas lejos del cobijo del genio. Cuenta con cortometrajes en su pequeña trayectoria, pero es Morgan la cinta que lo ha hecho volar al gran formato.
Como ya pasara previamente con La isla mínima y su paralelismo con la mini serie de televisión True detective, del que la cinta española salía extraordinariamente bien parada, a Morgan le ha ocurrido algo similar con la cinta que encumbró a Alicia Vikander al estrellato hollywoodiese. Su parecido más que razonable con Ex machina es tan patente como perjudicial: nacer a la sombra de un film así de icónico equivale, de manera inmediata, a salir perdiendo en las odiosas e inevitables comparaciones.
Pero la dignidad de Morgan es un valor a tener en cuenta. No reinventa el género y, a pesar de todo, sus detalles y aportaciones ayudan a que éste pueda ser un poco más grande. Y esa es otra manera de salir victorioso: que un film aparentemente menor sobreviva al lado de los que le sirven de referencia.
Silvia García Jerez