MIENTRAS DURE LA GUERRA, NUESTRA GUERRA CIVIL CON VOZ DE AMENÁBAR Y MIRADA DE UNAMUNO
Amenábar convence con su mirada a través de Unamuno, de una guerra civil española con apenas tres tiros y un pequeño reguero de sangre, que nos recuerda con intención didáctica y desde la valentía de la trinchera de la intelectualidad, la sinrazón de una batalla entre hermanos aún presente -en esta España mía, esta España nuestra, de lazos amarillos y exhumaciones a debate-.
En Mientras dure la guerra habrá quien sólo ponga el foco en las cuestiones políticas, e incluso quien contabilice la presencia en metraje de aquellos dos bandos, midiendo un guión entre nacionales o republicanos, patriotas o antipatriotas. Pero Amenábar tiene muy claro lo que quiere contar y sin esquivar tales cuestiones, expone en palabras de Unamuno los ideales de esa “España siempre a la gresca”, con todo el simbolismo de unas banderas -convertidas luego en escaños- que igual enmarcan un cartel promocional cayendo cual telón, que abren y cierran el filme ondeando del mismo mástil, desde el rojo, amarillo y morado inicial, al rojigualda final.
No es la primera vez que nuestra guerra civil queda retratada en el cine español; desde Raza -basada en una novela escrita por el mismísimo Franco- hasta Balada triste de trompeta, hemos pasado por el conflicto entre La vaquilla y La mula, y con Las bicicletas son para el verano, Las 13 rosas, Libertarias, o El laberinto del fauno, aunque casi siempre con lo militar como paisaje y excusa, sin llegar a analizar ese suicidio colectivo -que diría el escritor vasco-.
Sin embargo en Mientras dure la guerra, lo intelectual gana a lo bélico, resultando una cinta didáctica y hasta algo teatral, siendo además el mayor acierto de la cinta; no solo por la recreación de Karra Elejalde como Miguel de Unamuno, sino por mostrar esa realidad de desconcierto, dudas y miedos de un hombre ateo y cristiano, que igual se le desata la lengua con el socialismo, el marxismo, los masones, los judíos, o los monárquicos, mientras como pensador, rector y concejal, que no perdonaba el café ni la tertulia diaria, sembraba opiniones entre rojos y fascistas, para después recoger los reproches de ambos bandos sublevados. Claro que alguien que llega a escribir San Manuel Bueno, mártir, como también “Antes la verdad que la paz”, deja bien clara su paradoja existencial (y ser un tipo cambiante es permanente seguridad).
Desde la defensa de los libros y entre marciales dirigentes, Amenábar nos cuenta el principio de la Guerra Civil Española con ese primer alzamiento militar en Salamanca, cuando aún parecía que tres tiros eran tan sólo aviso, aunque de repente se desapareciera en un paseillo por no ir a misa.
Habrá quienes encontrarán diferencias históricas ante una veracidad a favor de la tensión dramática, pero la propia Historia suele ficcionar sus recuerdos, tendiendo además a la versión de los ganadores. Y quizá es irrelevante si Unamuno se relajaba haciendo figuritas de papel, si un falangista le pidió un autógrafo por sus ocurrencias en prensa, o si verdaderamente fue su poesía cristiana y las manos de Carmen Polo, esposa de Franco, lo que le salvó de un posible linchamiento y arresto.
Arresto que cumplió en su domicilio, entre sus lecturas y reflexiones, llegando a declarar que la barbarie es unánime en una España, asustada de sí misma… donde unos y otros piden sangre… mientras mi pobre España se desangra y entontece.
Porque En mientras dure la guerra se profesa la emoción y la compasión, para no repetir una historia, contada ahora a tres manos; narrando las de Unamuno, y recopilando las de Alejandro Hernández y el propio Amenábar -que como es habitual en sus películas, firma también la música-.
Toda guerra duele. Y aunque ahí está la modificación de la contienda, queda esta guerra civil con la voz de Amenábar y la mirada de Unamuno.
Del movimiento de cámara nervioso en la toma de la Plaza de Salamanca y los rápidos paneos en exteriores, la película va aposentándose en la cercanía de los primeros planos según se adentra en la intimidad, tanto de la casa del autor bilbaíno con chapela y bastón, como en los tejemanejes militares en los interiores de la Junta de Burgos.
Karra Elejalde crea un Unamuno sin rival, rodeado de unas mujeres pendientes del padre e intelectual. Con una hija que le reta a escribir un articulo que conmueva -estupenda, Patricia Lopez- y otra que le cuida como una madre -la siempre solvente, Inma Cuevas-, mientras un nieto persigue al filósofo por doquier, velándole tanto las pesadillas como esas ensoñaciones donde aparece su esposa –mi costumbre, que la llamaba-.
No podemos dejar de destacar la colaboración especial de Nathalie Poza como la mujer del alcalde, encarnando a todas aquellas mujeres que lloraban a sus hombres.
Tampoco al resto del reparto masculino con varios Luises –Bermejo, Zahera y Calleja- en la piel de esos altos mandos militares, junto a Tito Valverde y Santi Prego, quien estremece con su Franco sin movérsele un pelo del bigote; ni cuando se queda extasiado ante un cuadro del Cid, o cuando se jacta de dar la opción de confesión a quienes enviaba a la muerte, ni tampoco transformándose en Jefe de Estado cuando decide, en el aire y volando, los años de dolor y enfrentamiento mientras dure la guerra.
Pero es Eduard Fernández el que más fascina -y parafraseándole, ahí lo dejo; probablemente se lleve un Goya-. En esta ocasión, interpretando a Millán Astray, ese Glorioso Mutilado, orgulloso de sus heridas de guerra y de ser de los matones en la primera linea de fuego, que se muestra soberbio, cruel, infantil y emocional, pero siempre fiel a su amigo y Caudillo, aún envidiándole esa baraka –esa suerte que dicen que Franco tenía guerreando en el Rif- esquivando las mismas balas que a él, le convertirían en tuerto y leyenda.
Sin grandes efectos ni un personal ejército de estilo, vemos la mirada clásica de un director que rescata fragmentos de la BBC de entonces, cual testimonio, mientras entona un himno con la letra aún tarareada, realizando una cinta con apuesta por el diálogo y la escucha, que hereda la fe, la patria y unas palabras ante una puesta de sol, que igual se las lleva viento que podrían empezar una guerra. O pararla, como Unamuno pretendió con la nuestra.
Franco se mantuvo en el poder durante cuarenta años. Y aún queda una generación que vivió el Régimen, de ese pobre hombre que llegó a ser el jefe de estado mientras duró la guerra, imponiendo una dictadura en toda España, ya muertos Hitler y Mussolini.
Cuando nací la democracia comenzaba y todo fascismo parecía lejano, así que nunca pensé que Amenábar -ese gran director de Tesis y Los otros- me enseñaría el reflejo más cercano de nuestra guerra civil. Y sólo por recuperar el discurso de Unamuno enfrentándose a su equivocación y a unos militares cargando sus metralletas mientras pronunciaba aquello de Vencer no es convencer y persuadir no es conquistar, merece la entrada y la reflexión.
Mariló C. Calvo