MÍA Y MOI: La terapia del silencio
Mía y Moi son hermanos. Han perdido a su madre y ahora solo se tienen a sí mismos, dentro del vínculo familiar. Solo quedan ellos y el trauma de una pérdida que los ha cambiado, sobre todo a Moi (Ricardo Gómez), que ha dejado de ser el chico alegre que era y ahora combate su depresión con la medicación que toma. En el caso de Mía (Bruna Cusí), se adapta a las circunstancias intentando que Moi salga de su burbuja, y lo hace con tacto y cariño.
Ambos deciden que lo mejor es aislarse de todo el tiempo que se sea necesario, por lo que se marchan a la casa familiar que tienen en el campo, sin apenas cobertura para los móviles. Ellos dos junto a Biel (Eneko Sagardoy), el encantador novio de Moi.
Los tres pasan los días en la casa, intentando que la tristeza no consuma su convivencia pero sin poder hacer mucho por evitarlo, ya que Moi avanza muy lentamente, y el horizonte de la mejora se ve aún muy lejos.
La rutina a la que ahora están sometidos da un giro cuando Mikel (Joe Manjón), el ex novio de Mía, aparece en la casa, tras tener un accidente, para que Mía le cure las heridas.
El conflicto con todos no tarda en llegar y el ambiente se enrarece dando lugar a una situación cada vez más tensa que acaba con la buena sintonía que hasta entonces estaba reinando entre los tres.
Mía y Moi supone el debut en la dirección de Borja de la Vega, un representante de actores que ha decidido dar el paso y trabajar con sus representados desde otro lado. El resultado no ha podido ser más interesante.
Se trata de un película introspectiva en la que la cámara sigue a los personajes retratando su angustia, su dolor, porque aunque Biel no pare de hablar y de ser una persona extremadamente simpática, también a él le corroe no poder llegar como antes al corazón de su chico. Lo intenta, pero cuando el muro sigue siendo impenetrable la resignación es la que toma el mando.
En la casa vuelan los chistes y las anécdotas, se cocina y se juega a las cartas, pero la receptividad de Moi no admite muchos cambios. Ni siquiera esa vuelta a la infancia a través de los juegos supone una terapia muy prolongada. Su mutismo y su tristeza suman un peso enorme y continuamente va dejando su poso amargo a cada intento de insuflarle aliento.
Dentro del interés que suscita cómo terminará esta historia existe un sentimiento de desazón ante lo imposible, ante la cadencia interminable de un drama que convierte en lúgubre todo lo que toca.
Por eso el giro que contiene la historia rescata al conjunto de que éste se sumerja en un perpetuo letargo, y nos lleva a una senda inexplorada en la que, al igual que en el momento en que llegan a la casa, todo es ahora posible. En ese entonces la corriente se revuelve y el río escoge otra senda.
Y es bonito sentir que la película evoluciona hacia su propia lógica, dejando de lado aquello a lo que la vida obliga. Por eso Mia y Moi es un film valiente que sigue sus normas desde el punto de partida sin desviarse hacia donde se le exige.
Sí, Mía y Moi no es una película fácil. Ni de ver ni de asimilar. Pero eso no evita que una vez superado el escollo de su tempo lento y de su narrativa aparentemente encallada en la tragedia familiar, asumamos su universo y nos concienciemos de que una vez dentro de él su coherencia interna es su auténtico tesoro.
Ella, esa coherencia, y los cuatro intérpretes que le dan sentido, están maravillosos cada uno en su esquina del cuadrado. Lo de Eneko Sagardoy es un espectáculo, tan diferente a lo logrado en Handia y tan parecido en el asombroso resultado. Y Joe Manjón, que nos aterroriza nada más conocer a su Mikel, es puro fuego en una atmósfera ya de por sí viciada.
Mía y Moi no es para todos los públicos, y es bueno saber que nos exponemos a una obra bastante extrema, digna del mejor neorrealismo encontrado tanto en nuestro cine como en el francés o incluso el italiano. Pero una vez que están repartidas las cartas y sabemos a lo que nos exponemos, la partida puede ser de lo más satisfactoria.
Silvia García Jerez