MARY SHELLEY: El genio y sus demonios
Mary Shelley es Historia de la Literatura universal. Y lo es por haber creado, escrito, inventado, a Frankenstein a la tierna edad de 18 años y no en el 2018, sino hace exactamente dos siglos, en 1818, cuando las mujeres lo tenían muy complicado para escapar del destino de señora de, con lo que eso implica.
Mary nace como Mary Wollstonecraft Godwin pero desde muy joven, a los 16 años, conoce al hombre que le va a cambiar la vida. Y el apellido. Percy Shelley es un poeta, también joven pero un poco mayor que ella, de 21 años, y con una perspectiva de la vida un tanto adelantada respecto a los hombres que lo rodean. No en vano, no está en contra del amor libre, algo enormemente desconcertante para Mary.
Pero los dos quieren estar juntos y el padre de la incipiente escritora no aprueba la relación porque, entre otros pequeños detalles… él está casado. Se trata de una historia que nació muerta, y en la que a pesar de eso hay una niña como fruto de la unión.
Aún así, nada parece ensombrecer lo que sienten Mary y Percy y ambos se marchan con Claire, la hermanastra de Mary, a vivir primero en la casa que Percy dispone para ellos, aunque su padre paga los gastos, y después, cuando la existencia se oscurece, en la que Lord Byron los acoge como excelsos invitados.
Una vida itinerante en la que nada es reflejo de algo positivo. Todo es horrible en la existencia de una chica que antes de la mayoría de edad ha vivido cosas que cuaquiera calificaría como catástrofes, incluyendo perder a su madre casi al nacer y luego, siendo un bebé, a la niña que tiene con Percy, un Percy que en medio de la rutina y los días contrariados ha olvidado lo que es la convivencia conjunta y el apoyo a su amada. Y de ese espanto surge el monstruo que la hace célebre.

Elle Fanning es la absoluta protagonista del relato. Una Mary con personalidad, con el aire fresco que en la sociedad en la que vivía no era bienvenido. Una Mary capaz de enfrentarse a todo y a todos, con las palabras, que tan bien dominaba, o sin ellas: con unas miradas que gritan o que acarician, según el caso. Y no había espacio para la duda. Si Mary se enfadaba, corre; si Mary te quiere, sonríe.
Es una mujer inteligente. Lo vamos viendo a lo largo de la película. Cuando escribe, a retazos, escondida de obligaciones que no le permiten efectuar una fluidez narrativa, o cuando habla, con réplicas brillantes en conversaciones a la altura del hombre que la desafíe o que se vea desafiado… fantástico momento ese en el que el escritor John Polidori le admite que no esperaba tener enfrente a una mujer de su nivel.
Mary no está por debajo de nadie y aprovecha hasta el último conocimiento que pasa por sus ojos. Era una mujer a la que la ciencia también le apasionaba y sus ansias de aprendizaje la llevan a quedarse absorta, como todos los asistentes a los escpectáculos en los que se ponía a prueba, con la galvanización química que da lugar a descargas capaces de devolver la vida a seres que la hayan perdido.
Juntemos esta demostración con las experiencias previas en la vida de Mary, pesadillas incluidas a las que por cierto, la película dirigida por Haifaa Al-Mansour, directora de la estupenda La bicicleta verde, no da la importancia que tuvieron para Mary, y obtendremos una situación de la que nace la escritura de Frankentein o El moderno Prometeo.
Realmente resulta mágico el tramo en el que la directora cuenta la creación de esa obra maestra, un momento precioso donde la tinta le da forma a una novela que nadie le borrará ya de la Historia.

Muchas cosas se le pueden echar en cara a Mary Shelley. Que si es un culebrón, que si en una noche escribe una novela de ese calibre y calado… Pero es que la película no versa sobre la escritura en sí de la novela sino sobre lo que Mary experimentó, sobre el cúmulo de circunstancias que vivió y la llevaron a confeccionar un personaje fabricado con los temas que por desgracia tenía muy dominados.
Tal vez centrarse en la creación en sí de la novela fuera un poco tedioso para el espectador, por lo que optar por una escritura rápida no es una mala decisión dramática. En el momento en que lo hace en el film entendemos sus motivaciones y resulta emocionante asistir a una plasmación casi urgente de los conocimientos adquiridos, como si Mary tuviera la necesidad imperiosa de soltarlos para seguir adelante y salir de una vida que la asfixia y cuyo relato supondrá una auténtica salvación.
Pero para ello, Mary necesitará encontrar su voz. Ya se lo dice su padre en los momentos en que se muestra más dulce con ella, si es que eso es posible en un hombre de rudas maneras. Sabe que su hija tiene talento y no debe desaprovecharlo copiando las formas de otros, porque más pronto que tarde ese don la hará célebre. Y no le faltaba razón.
Y ese más pronto que tarde sería tan pronto que los editores no creían en su talento. No podían concebir que una mujer y menos tan joven, hubiera creado semejante prodigio literario, por lo que lograr el apoyo de Percy será un hecho fundamental para que su personalidad como escritora pudiera verse valorada.
Todo esto lo refleja una acertada película que nos lleva a una época oscura pero en la que vemos a Mary brillar por encima de adversidades que no consiguieron hundirla por muy duras que fueran. Elle Fanning borda un personaje que a pesar de su complejidad a la joven actriz de tan solo 20 años no parece resultarle difícil. De hecho, se impone con autoridad a un reparto en el que se mide con Stephen Dillane, Tom Sturridge y a un rostro que sonará a casi todos, Maisie Williams, por haber aparecido en la serie Juego de Tronos.
A pesar den intento, loable, de cada uno de ellos, es esa fuerza de la naturaleza llamada Elle Fanning quien consigue alzarse por encima y ser el nombre que inevitablemente se recuerde cuando la peícula acabe. Porque Elle Fanning es una de las mejores actrices de su generación y tiene el aura de una estrella del cine clásico. Se mueve, mira e interpreta con un lenguaje cinematográfico que la cercanía en las formas que imponen los nuevos tiempos ya no recuerdan. Por eso ha viajado al siglo XIX con algo más que el vestuario y la peluquería. Por eso, dos siglos más tarde, Elle, como Mary Shelley, sigue siendo única.
Silvia García Jerez