MACBETH
ALGO HUELE A SHAKESPEARE
por Mariló
Al cerrar el año, Macbeth se cuela en las pantallas el mismo día de Navidad.
Una nueva versión de la tragedia shakesperiana que se fijará en su retina y memoria. Porque el filme, candidato en los próximos Goya a mejor película europea, es brutalmente estético y visceralmente fiel al texto. Turbador. Impactante.
Posee pulso, estilo y verdad como tiempo ha…
No es casualidad su reciente estreno; el aroma a homenaje mundial estará en breve por todas partes, puesto que en el 2016 se conmemora los 400 años de la muerte del dramaturgo inglés (de Cervantes, también)
Así que vendrán otras adaptaciones y demás revisiones pero veremos si lo venidero, asombra tanto como el Macbeth de Justin Kurzel.
Pictórica y cuasi operística, pero aún con el artificio de una impronta visual heredada de estos tiempos, es rigurosa y veraz; con una estupenda puesta en escena y una prodigiosa ambientación de la época, aportando realidad a una bella crueldad, entre el frío y la niebla que llega a sentirse; como la culpa y la ambición de Macbeth y su Lady.
El clásico ya había sido tratado en el cine por tres grandes: Polanski, Kurosawa y Welles (quizá, algo de aquel tiene este último Macbeth) contando a su manera la historia del héroe guerrero al que el presagiado del imparable destino le convierte en rey y asesino, enloqueciendo a la sombra de la complicidad de una codiciosa dama. Pero el director australiano se desmarca de prejuicios y predecesoras con su arriesgada autoría y rotunda personalidad. Convence y vence.
Y entiendes porque Shakespeare sigue vigente tantísimos años después, aunque hay que saber contarlo y Kurzel lo logra plenamente con planos cercanos para atisbar el alma humana y panorámicas desoladas para inmiscuirnos en aquellos lares de entonces.
Sin la impecable fotografía de Adam Arkapaw la película quizá no transcendería, pero podría mantenerse indiscutiblemente con el magnifico texto adaptado por Louiso, Koskoff y Lesslie, y por las sensacionales interpretaciones de Marion Cotillard y Michael Fassbender; ambos, sobrados y sembrados.
Sobrecogen los cambios de animo del personaje principal en el rostro y la mirada del Fassbender, junto a la belleza de la francesa que humaniza a Lady Macbeth con su manipuladora pasión y lujuria de poder; haciendo realista el verso, con un perfecto acento británico que les dejará con la boca abierta.
La luz y el color, extraordinariamente utilizados, oníricamente, conmueven ante una Edad Media palpable y paradójicamente tan terrenal, aún en tiempo de brujas… Cala el frío y la humedad, la sangre ya en costra y el barro pegado. Empapan la pantalla los rojos y dorados, el gris piedra y el verde Escocía, los negros y blancos majestuosos, los oros de palacio y las velas por doquier…
Envuelven y paralizan los escenarios naturales y los interiores teatrales.
También las espadas.
Remueve su violencia -la de las batallas en el campo y la de las dudas de conciencia- sin dejarse engullir por las tendencias tecnológicas ni por la grandilocuencia de la historia (ni de la obra de William Shakespeare)
Y es en la batalla que abre el filme -de esas a cámara lenta que ya han sido utilizadas en otras de cine moderno para emular a griegos y romanos-, donde la sensibilidad estética de esta cinta traspasa la técnica, quedando congelados planos cual cuadros místicos, que aportan profundidad visual y moral.
Una vez concluido el épico drama, no dejarán de recordar algunas secuencias como la lucha final entre el fuego, el asesinato de Ducan, la presencia de las brujas con sus distintas edades y ese entierro del chaval con monedas sobre los ojos al comienzo de la película.
De lo mejorcito del 2015, este Macbeth intenso y de poderío, producido por los hermanos Weinstein (vaticinio de futuros premios)
Regálensela estas Fiestas. No se arrepentirán… Es el destino irremediable y liberador.