LA LEY DE JENNY PEN: La muñeca infernal

La ley de Jenny Pen es otra de esas películas que llega a la cartelera con el visto bueno de Stephen King. Tras hacerse viral en redes su admiración por La mesita del comedor, de Caye Casas, protagonizada por David Pareja, y comprobar muchos usuarios de las plataformas en las que podía encontrarse la cinta que la apreciación de King era más acertada, el maestro del terror en versión literatura ha seguido recomendándole al mundo sus preferencias. Y La ley de Jenny Pen ha sido la última.

Se trata del nuevo film de James Ashcroft, que debutó en el largometraje con Atrapados en la oscuridad, que en España sólo se ha visto en festivales de género pero que gustó mucho en el de Sundance de 2021 y acuñó a Ashcroft como promesa del terror en la industria. Cuatro años después estrena en nuestro país su segundo trabajo como director en el que también escribe el guión junto a Eli Kent basado en un cuento corto de Owen Marshall titulado exactamente igual.

En el film, Stefan Mortensen (Jeoffrey Rush), un juez con secuelas de un ictus es internado en una residencia en contra de su voluntad. Esperando recuperarse para poderse marchar a su casa, pasa los días aburrido en una habitación compartida con un amable compañero, el exdeportista Tony Garfield (George Henare), pero para Mortensen esa no es la cuestión, porque él simplemente no es que no quiera estar con nadie, que también, es que se quiere ir de allí. Pero como no le queda más remedio que quedarse, comienza a conocer el miedo de los residentes hacia uno de los internos, Dave Crealy (John Lithgow), un hombre perturbado que por las noches aterroriza a aquellos a cuyos cuartos decide entrar… por iniciativa de Jenny Pen, la muñeca que lleva permanentemente en la correspondiente a su izquierda. Con ella, Crealy desarrolla un juego macabro en el que Jenny Pen es la dueña absoluta de la situación, para desesperación de los internos. De los que tienen conciencia para enterarse de hasta qué punto Dave Crealy y Jenny Pen son una amenaza para todos.

Dave Crealy (John Lithgow) con la muñerca Jenny Pen

La ley de Jenny Pen es una película curiosa. Stephen King tiene razón en lo que respecta a la atmósfera que crea, al mal rollo que da todo a lo largo del metraje. La residencia a la que va a parar el juez no es terrible pero sí lo es la actitud con la que enfocan al interno más conflictivo, el de la muñeca en la muñeca. El infierno que se desata cada noche en la institución no anima nada durante el día a estar de buenas y eso también se nota en el ambiente. Y es que ese infierno nocturno está muy bien resuelto y a nivel cinematográfico funciona de maravilla, acongojando también al espectador en su butaca.

Porque Jenny Pen tiene un diseño especialmente acertado. Parece una muñeca normal pero tal y como está filmada e iluminada da la impresión de que pudiera estar incluso poseída. Es magnífica la dirección de James Ashcroft, que nos aterroriza sólo con la sombra de la muñeca tras la cortina que separa a los internos por la noche, y cuando se materializa porque la traspasa, ahí ya nos da muy mal rollo. Incomoda mirarla. Deja de ser una muñeca normal de plástico para pasar a ser un ente con personalidad propia, y nos impone muchísimo también a nosotros. Nos podemos creer que los internos la teman porque está muy bien hecha.

Y manejada por el personaje al que interpreta John Lithgow, actor mítico al que acabamos de ver en el reparto de Cónclave, nos paraliza del todo. Qué bien está Lithgow como interno perturbado atado a una muñeca que pensamos tan inocente cuando la vemos por primera vez. Una muñeca no puede hacerte nada… Jenny Pen puede mirarte y dejarte helado. Puede obligarte a hacer algo que tú no quieres. Sólo tienes que hacerlo para tenerla contenta. Porque no quieres que Jenny Pen se enfade. No, no quieres.

Pero antes decía que La ley de Jenny Pen es una película curiosa, y la curiosidad estriba en el hecho de que la atmósfera, los actores, la residencia, que es lúgubre cuando ha de serlo, y por supuesto la propia Jenny Pen son un hallazgo, pero lo malo es la historia que le debe dar sentido a todo, que debe unir estos elementos para ofrecer un mosaico consistente y de auténtico peso narrativo, y la película no lo tiene.

No hay una historia con enjundia. Tras sus logros de terror psicológico no encontramos un hilo argumental que eleve el conjunto. Ni una resolución que nos impresione. Es todo demasiado plano, como si el esfuerzo real se hubiera volcado en conseguir una muñeca amenazante y una vez en la mano, nunca mejor dicho, no hubiera otro propósito que sacarla de forma estremecedora en el relato que fuera, el que sea, el primero que se os ocurra nos vendrá bien. Y no, también hay que trabajar esa parte, la de darle sentido a todo para que no sea sólo la muñeca la que cargue con las bondades de la película.

Salimos relativamente satisfechos del cine porque lo hemos pasado mal. Menuda es Jenny Pen, menuda presencia en la pantalla, vaya forma de iluminarla, de encuadrarla. Los planos nocturnos son sobrecogedores. A la muñeca a y a los residentes que la sufren. Está muy bien dirigida la película, contiene una tensión que si se correspondiera con una buena historia que contar y un buen final que la rematara habría podido darnos, efectivamente, una de las mejores películas de terror del año. Pero Stephen King acierta sólo en parte. En la buena, en la del mal rato en la sala, pero no en la de que La ley de Jenny Pen vaya a ser el clásico, o la película de culto, que podía haber llegado a ser, que tenía los mimbres para ser. Lo que acabamos teniendo es una cinta curiosa, que se ve con interés pero que en su conjunto se desinfla a medida que vamos descubriendo que no oculta en su interior nada de lo que, a tenor de algunos elementos que vamos encontrando por el metraje, prometía. Se queda en muy poca cosa a nivel narrativo. Una lástima, pero sí recomendamos que se vea porque a esa Jenny Pen, si nosotros la hemos conocido, vosotros también la tenéis que conocer. Os estará esperando para jugar por las noches…

Silvia García Jerez

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