LADY BIRD, Bonita de rosa
En la edad de permitirse tener pájaros en la cabeza, Christine sólo quiere ir a lugares donde encuentre cultura y que la llamen Lady Bird.
Tal cual se lo expone a su madre, cuando está a punto de saltar del coche desde el que observa las calles del pueblo al que se acaba de mudar.
Parece pues una obviedad que esta dama pájaro quiera volar, salirse de ese camino que recorre a diario como copiloto, siendo una adolescente más dirigiendo su vida del instituto hacia la universidad, sin embargo, su personalidad engancha en cuanto abre la boca o una puerta cualquiera. Y es que Christ…, quiero decir, Lady Bird tiene power.
Lady Bird va a cumplir los 18, esos años con los que se supone ya puedes hacer cosas de adulta que ella pretende conseguir.
Mientras asiste a un instituto católico (más por una beca que por fe, aunque todo se pega) e igual es la mejor amiga de la gordita de la clase que de la pija provinciana, con esa misma naturalidad con que la cuenta todo lo que piensa o conquista al chico que le gusta siendo capaz de hacer teatro por amor; así, sin grandes dramas ni excesivas pasiones, en lo que dura el curso.
Pero no nos desviemos; la película no es una comedia romántica teen ni un film de iniciación a cómo ser mujer -en todo caso y por lo que implica, es más una justa incitación al feminismo-, y aunque algunas escenas tocarán la memoria personal y recordarán aquello que nos une a la colectiva, desde la simpleza de lo común, Lady Bird es una vuelta de tuerca a ese periodo de búsqueda de identidad constante, de hormonas en revolución permanente y de primeras decepciones vitales… De una dama. De una lady.
Con chispas de Blossom, algo de Girls y un pelín de Lisa Simpson, esta dama pájaro es directa, inquieta, ingeniosa, tierna, artística y además adora el rosa; para su pelo, las paredes de su cuarto y en el vestido que llevará al baile de fin de curso. Rosa. Rosa-chicle. Demasiado rosa…
Y lo dice su madre tras verla arreglada para esa vida en rosa que le gustaría aún sin saber ni una palabra en francés, mientras lo único que desea Lady Bird es que le diga lo bonita que está en ese color.
Bonita en rosa, Pretty in Pink, que es la traducción literal de aquella cinta ochentera con una estupenda banda sonora, enamoramientos cruzados y amistades púberes que se dobló con el acertado título de La chica de rosa y que se homenajea, en cierta forma, en Lady Bird.
En aquella conquista la pelirroja Molly Ringwald y ésta no existiría sin Saoirse Ronan, aunque se auto-bautice en la ficción y realmente sea el alter ego de la directora y guionista Greta Gerwig, que con esta ópera prima retrata mucho de su autobiografía, resultante del signo de sus tiempos vividos y de los films vistos, con cierto paralelismo con ese otro sobre otra peculiar adolescente, Juno, escrito igualmente por una chica y con el que comparte rasgos en los personajes de los progenitores (y el resto de la familia, muy de su rollo).
No obstante el protagonismo de Lady Bird prevalece sobre logros y reflejos, sorprendiéndonos con la importancia de la religión como rebeldía, referencia personal y refugio, o la desmitificación de ese primer amor y primer sexo (que no tienen porqué ir juntos).
Y entre esos guiños, instantes de humor y la reafirmación de su individualidad, la vida pasa y ahí queda la ceniza en la frente durante la celebración de la Cuaresma, con ese ‘polvo eres y en polvo te convertirás’, en plena maduración en rosa.
Cierto es que ha habido muchas otras narraciones de evolución juvenil, pero siempre en versión masculina o desde punto vista de un hombre, aunque se hablase de una fémina. Por eso son merecidas las 5 nominaciones de Lady Bird a los premios Oscar; por estar dentro de las opciones y por ser una historia de mujeres, realizada y contada por mujeres.
Si bien no es la mejor película del año -quizás Yo, Tonya, producida también por una mujer y con dos pedazos de actrices igualmente nominadas, es mejor cinematográficamente-, pero Lady Bird debe mencionarse en esta época de igualdad de género, marcando ese comienzo de vuelo fuera de la sombra del macho.
Y si todas las chicas de la peli molan, los chavales que rondan a Lady Bird no pueden ser menos; ahí está el estudiante lleno de dudas y miedos, formidable Lucas Hedges, quien ya nos gustó en la estupenda Tres anuncios a las afueras, y también Timothée Chalamet, como el músico guay de la pandilla, tan impresionante como en la maravillosa Call Me by Your Name.
Todo empieza por el nombre, incluso eligiendo besar o dar la mano al presentarnos. Y siempre se termina volviendo a casa, a esa identidad conocida… Retornando al nido después de haber conocido la gran ciudad.
Parece entonces que esas mismas calles del paleto hogar se ven más bonitas que nunca, cuando al final se consigue uno de esos carnets de mayores con licencia para conducir por un@ mism@.
Y Lady Bird buscará a su madre para contárselo. O al contestador, que el caso es contárselo. Porque Lady Bird es además un canto a la relación madre-hija, hija-madre.
Vale que no nos descubrirá el mundo, cada cual con el suyo, pero Lady Bird es un buen reflejo de cómo ser una chica.
Luego ya vendrá lo de cómo ser mujer… y no morir en el intento.
Mariló C. Calvo