LA TERNURA
Triunfo cinematográfico del éxito teatral
Alfredo Sanzol, actual director del CDN, traspasó las tablas del teatro español al darse a conocer por su autoría de La ternura, un éxito aún en cartel tras más de dos años de representaciones y gira, subiendo al escenario una gran comedia de enredos y apariencias con unas mujeres queriendo ser hombres y unos hombres huyendo de las féminas, escapando de los destinos concertados y previstos. Un acertado montaje que es todo un homenaje al teatro Isabelino y del Siglo de Oro, convertido ahora de la mano de Vicente Villanueva en una triunfante versión cinematográfica con aires de filme de aventuras y romances.
Con guión según la dramaturgia del propio Sanzol y la narrativa del mismo Villanueva, quien ya demostró oficio en Toc Toc, otra adaptación teatral, la película resultante de La Ternura es tan divertida como bonita, y tan atemporal como para gustar a todos los públicos, destacando su banda sonora y un cuidado diseño de producción.
Viniendo de donde viene, la cinta apunta hacia lo teatral en gesto y forma, sin embargo La ternura respira cine a través de sus primeros planos y de una cámara que participa del ritmo de cada escena, incluso rompiendo la cuarta pared y otorgando así una mayor cercanía a las interpretaciones, en tono de histrión, que tan bien defiende el sexteto protagonista.
Un logrado reparto que cuenta con Gonzalo de Castro, el Leñador Marrón, cual padre temeroso de las mujeres junto a sus vástagos, el Leñador Verdemar (Fernando Guallar) y Leñador Azulcielo (Carlos Cuevas), ambos llenos de curiosidad, pesadillas y sueños por ellas.
Encontrándose, entonces, con la Princesa Salmón en la piel de Anna Moliner -quien también está estupenda como abogada en la brillante serie El cuerpo en llamas-, y con la Princesa Rubí en la de Alexandra Jiménez, que haga lo que haga, enamora una vez más.
Y luego está la Reina, la Reina Esmeralda, recelosa de los hombres y con algo de hechicera, en una inmensa Emma Suarez, en un registro poco visto en ella y casi irreconocible en la pantalla, dominando su personaje y controlando a los restantes, al grito de De madres valientes, madres dolientes, ¡hijas inteligentes!.
En La Ternura vemos tendencias de Shakespeare y Lope de Vega, desde Noche de Reyes, o aquella del Sueño de una de verano, pasando por La tempestad y Como gustéis, e incluso de La dama boba, mas todo ocurre junto a palmeras y un mar cercano, con barcos varados como hogar y restos de un naufragio con aroma a butifarras, longanizas, o faisanes.
Todo funciona en este filme de verso libre, magia y guiños al espectador. Y en La Ternura todo queda entre las risas, los entrañables equívocos y unas antológicas disputas por género.
No obstante, alcanzando el final y cuando toda catarsis aparece, la diversión se torna repetición -ocurría también en la obra de teatro, abusando del gag-, y sin ser una cuestión del texto, o reiteración, pues ya todo es acción en el deliro de los amores imposibles, sorprende igualmente la elección de Villanueva para tal desenlace al recurrir a una secuencia, más de clip que de video, en un espacio casi vacío y excesivamente teatral, que bien podría sacarnos del cuento y a punto, de la película, como olvidándose de ese logro en La ternura aunando el lenguaje del escenario con el del rodaje de planos.
La ternura no crea comparación alguna, siendo la obra y el largometraje de aplauso mutuo, manteniéndose todavía el éxito en la escena del teatro Infanta Isabel de Madrid, con el libreto y la dirección original de Sanzol, mientras en este viernes que despide el verano se estrena la triunfante adaptación cinematográfica con sus trajes y parlamentos de época, mostrándonos la valentía, la libertad y por supuesto, la ternura, tan necesaria siempre en cualquier tiempo y lugar.
Mariló C. Calvo