La Tapilla Sixtina

La Tapilla Sixtina

Hubo un bar de tapas en la calle de Ayala al que, en mis años de soltería y primeros de casada, apodábamos entre los amigos: el «centro de operaciones». Día que no habíamos hecho la compra, que andábamos perezosos para cocinar o que nos apetecía salir pero cerquita de casa…pues allí nos dejábamos caer!! Era “ El Olivar de Ayala», en la Calle de Ayala número 84. Hoy ese bar ya pasó a mejor vida y, en su lugar, abrieron hace un par de años otro: La Tapilla Sixtina.

Aunque el nombre tiene sus defensores y sus detractores, según el mayor sentido del humor o la sensibilidad cultural del que lo escucha, desde luego, es un nombre que, no se puede negar, no se olvida fácilmente…

La otra cosa que cambió del bar, a parte del nombre, y esto sí que, indiscutiblemente, con un gran acierto es la entrada. Aquí, al contrario de lo que hace todo el mundo en Madrid, que en cuanto se mete en obras integra la terraza en el salón, bajo la excusa, que nunca he acabado de entender, de que “ganan metros” (¡cuando los metros son los mismos!), los nuevos gestores de “la Tapilla” sacaron terraza de donde antes había bar. TAPILLA SIXTINAAsí que ahora el bar tiene una agradabilísima terraza techada donde, entre un dibujo de un intenso mar azul a la derecha y un jardín vertical a la izquierda, es fácil olvidar que se está en la gran ciudad y se ve ya uno de vacaciones. ¡Excelente para desconectar y crear buen ambiente!

No lleven grandes expectativas, eso sí, porque por experiencia sabrán que, cuando uno lleva muy altas las expectativas, al final, se suele salir decepcionado. Y “La Tapilla” no es un restaurante de los de primera división. Se trata más bien de un “bar de barrio”. Háganse cargo que los platos son de los blancos redondos de toda la vida, nada de pizarra y platos cuadrados, que últimamente se ven tanto. Pero dentro de esto, un bar de barrio excelente para hacer una parada de caña y tapa en su terraza. En el interior del local, la mejora respecto a “El Olivar” no ha sido tanta. Un pequeño “lavado de cara”, pintándolo de colores algo más claros y algún detalle más, de cierta gracia, pero sin grandes alardes: un local espacioso, con barriles y mesas, sin mucho más.

En cuanto a la comida diría que no es para gourmets pero que cumple los estándares. En nuestro caso, pedimos la ensalada de jamón con salmorejo que quizá fue de lo que más nos gustó; berenjenas rebozadas con roquefort, que tengo que admitir que su predecesor, El Olivar, hacía con más gracia (y con una miel de caña que le daba un toque especial) y unos huevos rotos, ricos, pero sin destacar.
El postre, tarta de chocolate muy contundente y algo bastorrilla, fue lo que menos nos gustó. Tenía un toque de nata, de la que canta mucho que es de las de spray de supermercado (o sino, lo imitaba muy bien) que no mola.

La Tapilla Sixtina Huevos RotosDe todas formas, quizá con esta última referencia está sonando algo peor de lo que, en realidad, resultó. Quizá es que me falte matizarles que es que el sitio va de lo que va. Y, aunque en la web pueda parecer otra cosa, va de ser un bar de los de siempre con un toque ligeramente más moderno, donde pasar un rato a gusto, sin grandes pretensiones pero agradable, con una carta suficientemente surtida “de tapas nacionales” clásicas, y alguna que otra innovación a un precio medio.  Y eso, lo consigue. Ha mantenido, de hecho, muchos de los ricos platos que tenía El Olivar y los ejecuta, aunque con una calidad un pelín inferior al que estábamos acostumbrados,  con un nivel aceptable. Y de postre te obsequian, finalmente, con un chupito que siempre se agradece y te hace terminar de buen rollo. Buen rollo que se mantiene, además, con la cuenta que es muy acorde con lo recibido. Por todo lo anterior, más pan y bebidas, pagamos entre tres 40 EUR (es decir, menos de 15 por barba! Que se agradece…) . Ayuda también a disfrutar del lugar un servicio de camareros muy amable y bastante eficiente para el tamaño del sitio.

En fin, un bar correcto en la comida, donde  mejoraría los postres pero donde la terraza está tan conseguida que merece la pena, al menos, una visita entre semana en este caluroso verano de Madrid o incluso, en primavera u otoño. Les aseguro que después de conocerlo estarán convencidos de que la frase de “En Madrid no hay playa” no es cierta. O de que si lo es, por lo menos lo que sí hay, seguro, es un agradable “balcón sobre el mar”, en plena calle Ayala, en el que recalar para tomarse unas cañas y unas tapitas, en familia o entre amigos.  Disfrútenlo.

La Guindilla

 

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