BAJO LA PIEL DE LOBO: rústica aridez

Bajo la piel de lobo supone el reencuentro del público con uno de los actores más taquilleros de nuestro cine, Mario Casas.
Tras sus éxitos a comienzos del pasado año de Contratiempo, magnífica película de suspense que en realidad donde ha triunfado de manera rotunda ha sido en China, donde ha logrado incluso convertirse en un fenómeno, y de El bar, la primera de las películas que Álex de la Iglesia estrenó en 2017 y en la que él era parte fundamental de un reparto coral en el que, como suele pasar en los trabajos de Álex, nadie desentonaba, ahora Mario casas nos presenta un film muy distinto a aquellos y un trabajo especialmente alejado de casi todo lo que ha hecho en los años que lleva en la profesión, que son ya trece.
Y es que Bajo la piel de lobo es un retrato feroz de un hombre solo en un tiempo indeterminado que ronda los años 20 y 30, que vive de la caza y del comercio que dos veces al año hace con las pieles de los animales que lo rodean en un entorno hostil de montaña en el que el frío y la rutina lo son todo y el contacto con otros seres humanos, siendo tan escaso, no tiene consecuencias reales en el propósito de limar un alma brava.
Por lo tanto, su Martín, es un ser de pocas palabras, las justas para dejar claros los conceptos, para justificar sus actos poniéndolos en consonancia con los de los demás. Porque uno es como es, y más si su entorno no lo pule, pero también es verdad que no haría ciertas cosas si no se viera obligado a aceptarlas.
De este modo, un matrimonio de conveniencia no es el estatus más buscado por alguien que consigo mismo ya está a gusto, pero una vez inmerso en él actúa de la mejor manera que conoce, aunque no sea, bajo nuestro punto de vista, la más ortodoxa.
Su sexo con las mujeres puede parecer violento a unos ojos contemporáneos, pero no a los de alguien que, demostrando ser buena persona cuando llega la oportunidad, simplemente no ha sabido hacerlo mejor, ya sea porque su nula educación al respecto no le permite un mayor nivel de caballerosidad, ya sea porque al no haber sentimientos por medio la preocupación por los efectos secundarios ni está ni se la espera.

Mario Casas e Irene Escolar en BAJO LA PIEL DE LOBO
Mario Casas e Irene Escolar en BAJO LA PIEL DE LOBO

Ruth Díaz, ganadora del Goya a la mejor actriz revelación por Tarde para la ira, e Irene Escolar, también ganadora del Goya en la misma categoría por Un otoño sin Berlín, son, respectivamente, Pascuala y Adela, las dos hermanas que han de enfrentarse a la vida con Martín. Dos actrices excepcionales cuyos personajes luchan por no convertirse también ellas en parte del paisaje que las rodea.
Porque el Martín de Mario Casas, y sobre todo Mario Casas, lo ocupa todo. Apenas hay planos en los que no aparezca. La película es suya y en sus hombros recae la responsabilidad de llevarla a buen término. Y como el gran actor que es, aunque no esté valorado como tal, el resultado de su trabajo resulta asombroso.
Ya en Toro, de Kike Maíllo, interpretó a la personificación del toro del título, embistes incluidos cuando el momento lo requería y aquí, en Bajo la piel de lobo, se transforma en uno de los animales que lo rodean, a pesar de los trazos humanos que asoman por los huecos que dejan sus modales de hombre rudimentario.
Y brilla como nunca, Mario, en un film complicado, de tempo lento, casi aburrido, en el que la rutina de su personaje resulta primordial: un Martín que apenas habla porque no tiene con quién ni por qué, que solo come y camina para procurarse el siguiente plato y cuya diversidad de actos no difieren unos de otros, es lo que tiene el día de a día de quien intenta sobrevivir a la montaña y a los duros inviernos.
El trabajo físico y psicológico de Mario Casas es espectacular. No en vano, por momentos recuerda al realizado por Leonardo DiCaprio en El renacido, la película que le acabó dando el Oscar como mejor actor que llevaba años mereciendo.

Cartel de BAJO LA PIEL DE LOBO
Cartel de BAJO LA PIEL DE LOBO

Sin la épica de la joya infravalorada por muchos de Alejandro González Iñárritu, más bien abusando de todo lo contrario, yendo hacia el intimismo más propio de los interiores de nuestro cine, Bajo la piel de lobo es un ejercicio rudo y áspero, de difícil pero satisfactorio visionado en cuanto tenemos completo el cuadro que su director y guionista, el debutante en estas lides Samu Fuentes ha pintado con la cámara.
Y es éste, el retrato de un hombre que a pesar de sus apariencias no deja de ser un alma pura que prefiere el bien de quienes lo rodean aunque los actos de los demás no solo no se parezcan a los suyos sino que incluso le sean perjudiciales.
Maravillosamente filmada y concebida (atención a ese acuerdo de venta visto únicamente a través de las ventanas), Bajo la piel de lobo es, insisto, una película destinada al público más cinéfilo. Aquellos fans de su protagonista masculino que esperen un torrente de emociones ayudado por un montaje frenético, característica del cine de acción que tanto ha protagonizado Mario, en Grupo 7, Las brujas de Zugarramurdi o Carne de neón por poner solo tres ejemplos, que borren dicho ritmo de sus memorias y se intenten adecuar al del cine pausado, ese que da premios y prestigio en festivales pero no consigue abultadas taquillas.
Que nadie se deje tampoco engañar por su cartel. La película romántica que se intuye al verlo está lejos de encontrarse en el metraje. Bajo la piel de lobo es únicamente la historia de un hombre empeñado, qué cosas, en su propia supervivencia. Si la vida le pone a alguien al lado ya veremos qué y cómo hacemos, pero los obtáculos no deben empañar la meta. Y nosotros, como espectadores, también debemos saber a qué nos enfrentamos, a un film que merece verse a pesar de su aridez. El frío y la naturaleza es lo que tienen y el cine a veces los capta tal y como son.

Silvia García Jerez

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