LA CENA: Risas en la postguerra

La cena da comienzo tras una secuencia de créditos tan llamativa como espectacular. Unos títulos de crédito que recuerdan, por el tema, sin ser ni remotamente parecidos, a los de Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia. Ambos sirven para contextualizar lo que estamos a punto de presenciar. Y para admirar el arte con el que están realizados, porque es una gozada cuando la secuencia de créditos se toma en serio. Parece un detalle menor en la confección de una película pero no debería ser así. Y si además se incluyen al principio, para que identifiquemos los rostros que van a pasar por la pantalla, mejor aún.

Una vez acabados sabemos que los protagonistas son Mario Casas y Alberto San Juan. A la par. Casas interpreta a Alfonso, un joven teniente que tiene la orden de organizar una cena en el hotel Palace en abril de 1939 para Franco y sus generales con el objetivo de celebrar la victoria de la Guerra Civil, y Alberto San Juan da vida a Genaro, el encargado de que la cena se cocine y se sirva como Franco desea. El único inconveniente es que el hotel ya no tiene disponible ni a su chef ni a su equipo a los fogones: están todos en la cárcel por rojos.

Genaro, presionado por Alfonso, accede a llevar a cabo la tarea, pero a cambio Alfonso deberá liberar a los presos durante un día para que puedan hacer el trabajo asignado. Otra cosa es que ellos, una vez puestos en libertad, no se rebelen contra el régimen. La cena no lo sabemos, pero el lío sí está servido.

Basada en la obra teatral La cena de los generales, de José Luis Alonso de Santos, la adaptación al cine corre a cargo de tres nombres imprescindibles en los guiones de comedia de la industria, porque cuando un libreto te lo firman Joaquín Oristrell, Yolanda García Serrano y Manuel Gómez Pereira, y la película la dirige este último sabemos que estamos ante un proyecto con todas las trazas de grandeza posibles.

Para la gran pantalla el título se acorta pero la genialidad permanece. Si la premisa de la historia es buena, el resto del metraje no decae en absoluto. Ser testigos, como espectadores, de lo que va a suceder en ese hotel es lo que puede calificarse cinematográficamente como una auténtica fiesta en la que el ritmo no decae y los personajes van interactuando los unos con los otros para ir desatando el caos en las entrañas del Palace.

Mario Casas y Antonio Resines en primer término

La cena cuenta con todos los elementos de una comedia loca. Cierto es que no es desternillante. Tiene toques de humor muy efectivos pero sobre todo lo que es muy divertida. Mantiene el tono de comedia como lo hacía La niña de tus ojos, de Fernando Trueba, película que tampoco estaba llena de gags a lo Aterriza como puedas pero sí era muy eficaz. Por cierto, ambas tienen a Antonio Resines como nexo de unión, aunque aquí Resines sea mucho más secundario que en aquella.

Las dos podrían calificarse de vodevil si no fuera porque la crítica social que hay en ambas le quita la ligereza y frivolidad que caracterizan al género, pero son lo suficientemente divertidas, y con los momentos musicales necesarios, para poder incluirlas en su casillero sin temor a que no quepan en él.

Y partiendo de esta base ya podemos imaginar lo que vamos a disfrutar con La cena. Aunque también vamos a sufrir. Porque el grado de crítica social es alto. La época que retrata lo requiere. Tenía muchas capas: riqueza, pobreza, escasez de víveres… Esas son sólo algunas de ellas y La cena las retrata todas con acierto.

La ayuda de los actores es otro aspecto fundamental en el resultado. Todos están fabulosos, desde los protagonistas y hasta el último secundario. En cuanto a los primeros, es curioso cómo los personajes, y las interpretaciones de Mario Casas y Alberto San Juan se complementan. Son las dos caras de una misma moneda aunque pertenezcan a distintos, y opuestos, estratos de la sociedad. Sus fortalezas y sus debilidades son dos piezas de un puzzle en el que ambos se necesitan para sus propios fines. Y la película va retratando sus procesos personales con una precisión fabulosa.

Respecto a los secundarios, destacan especialmente Asier Etxeandía, en un papel detestable pero inevitable, y la gran Elvira Mínguez, que con aparecer tres o cuatro veces a lo largo del metraje tiene de sobra para llevarse todos los laureles disponibles. El cine acude poco a su presencia y lo cierto es que no sólo nunca falla, es que se agradece verla porque es un prodigio en lo suyo y cuando está presente no puedes mirar a nadie más en la pantalla. Y se merece conseguir algo así.

Puede parecer una más pero La cena es una película excepcional. Una radiografía de la España de postguerra en una misma localización, en un edificio símbolo del lujo que las hambrientas calles desconocían. La cara y la cruz de un régimen que la película retrata con mucho arte.

No se suele decir que una comedia es una joya hasta que se convierte en una película de culto adorada por todos básicamente porque la comedia no suele considerarse para nada más allá de los resultados de la taquilla. Los premios huyen del género y normalmente obvian su existencia, está mucho más repudiado que el drama tal vez por la errónea creencia de que es más fácil de hacer porque todos han debido pasárselo muy bien en el rodaje. Y no es cierto. Ni es fácil de hacer ni muchos de sus rodajes suelen ser sencillos. Pero es complicado que el estereotipo se disipe cuando hablamos de un género que vive de forma permanente con ese sambenito. Y La cena es una joya. Con mayúsculas. Toda ella sin excepción, desde esos fabulosos créditos iniciales hasta un final que no puede hacer gala de mayor brillantez. El epílogo eleva el nivel de una obra ya de por sí prodigiosa y nos deja salir con una sonrisa en la cara, la misma con la que llevamos casi dos horas de metraje y que corona a la que debería ser considerada como una de las mejores películas del año.

Silvia García Jerez

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