La caída del imperio americano: sobre las cenizas
Denys Arcand domina la contradicción: conoce su terreno y sus limitaciones y se vale de ello para explorar aquello que controla. Ahora, con La caída del imperio americano ahonda en el uso del dinero y sus excesos a través de una cinta optimista y con una enorme carga humorística. Sin embargo, Arcand lo tiene claro: no podemos cambiar el mundo.
El comienzo es brillante: el doctor en filosofía Pierre-Paul (Alexandre Landry) intenta convencer a su novia de que, cuanto más inteligente es alguien, más difícil lo tiene para ganar dinero. Él lo tiene claro: pertenece a ese vasto conjunto de personas que la vida maltrata sin ellos merecérselo. Sin embargo, la contestación de ella crucial para marcar el rumbo del metraje: para ser feliz no hace falta ser inteligente sino tener corazón. La suerte de Pierre-Paul ha cambiado: presencia un atraco y se hace con el botín. Ahora sí, comienza el juego. El filósofo, ahora repartidor de paquetes, se convierte en el protagonista de una red en la que intervienen mafias, policías y cierta tensión sexual.
No obstante, todo esto es un pretexto para hablar del dinero como motor existencial, la solidaridad, los celos y el deseo. Lo hace a través de la comedia, pero en ella inciden otros géneros y se nutre de todos los prototipos: desde la ineficacia del cuerpo de policía y la astucia del atracador hasta la comedia romántica y la prostituta que sobreexcita el corazón.
Ya en El declive del imperio americano Arcand se atrevió a poner patas arriba y contra el suelo todas las estructuras. Ahora en La caída del imperio americano persiste en su desfile de la mediocridad y la contradicción propias de la decadencia humana a través de la observación y el detalle. El resultado es una ardiente crítica a la sociedad en la que vivimos e invita a reflexionar al espectador a través de un guion hilarante y astuto.
Paloma Lubillo Fisac.