INFERNO: descompensación de logros
Hablar de Inferno es hacerlo de cuatro nombres: el de Dan Brown, escritor del que nace la novela y la saga del profesor Robert Langdon, el de Ron Howard, director que se encarga de las tres que se han llevado al cine, el de Tom Hanks, protagonista de todas ellas y por último el de David Koepp, quien firma junto a Brown el guion que luego se rueda. Aunque lo cierto es que el de Koepp debería ir acompañado de un pequeño recordatorio de su filmografía, en la que constan cintas tan míticas como Parque Jurásico, Atrapado por su pasado o el Spider-Man de Sam Raimi con Tobey Maguire como el hombre araña.
En el año 2006, El Código Da Vinci, segunda entrega de las novelas editadas, supuso todo un fenómeno en muchas carteleras globales, entre las que, por supuesto, se encontraba la española. No paró de hablarse de ella, tanto cosas buenas como malas, que de todo hubo, pero una vez apagados los extremos que siempre surgen con los títulos más polémicos podía concluirse que se trataba de un producto entretenido que no inventaba nada en el género de los thriller de misterio pero que tampoco resultaba mayor pérdida de tiempo que otros films de peor envergadura y similar resultado.
Lógicamente, a raíz de semejante éxito, otra adaptación de las novelas de Dan Brown se puso en marcha un par de años después, esta vez la primera de ellas, Ángeles y demonios. Su nivel bajaba respecto a la entrega previa y han pasado siete años hasta que ha llegado Inferno, cuarta y de momento última publicada de las aventuras de Robert Langdon, a la espera de que en poco menos de un año sea Origin la que tome las librerías, en inglés y en sus correspondientes traducciones al castellano y al catalán.
Inferno, con un más que correcto Tom Hanks, que solo flojea cuando el montaje se ve obligado a falsear su capacidad para correr y saltar muros, cuenta también, a la cabeza del reparto, con la emergente Felicity Jones, quien triunfó el pasado año gracias a La teoría del todo y la nominación al Oscar a la mejor actriz que obtuvo, y continúa haciéndolo en el presente gracias a Un monstruo viene a verme, sigue con el declive de la calidad de las cintas de la, hasta ahora, trilogía de Ron Howard.
Pero no hay que llevarse a engaño al respecto del trabajo del director de Un, dos, tres… ¡Splash!, primera de sus colaboraciones con Tom Hanks, porque su labor detrás de la cámara es solvente: está claro que Howard sabe dirigir aunque a veces, caso de Una mente maravillosa, patine hasta hacerlo dudar.
No, la culpa de que Inferno merezca reproches hay que achacársela al intrincado guion, lleno de recovecos a cual más inverosímil, de giros que se intuyen mucho antes de que tengan lugar y de un clímax final tan improbable que el correcto arranque de la cinta, con una media hora inicial más que admirable, se olvida bajo tal cantidad de errores. A medida que la película se acerca a su conclusión no podemos sino lamentar que el prometedor comienzo no siquiera la misma senda. Porque sus primeros minutos, en los que el profesor Langdon no recuerda nada de lo que la trama le exige para resolverla, son especialmente absorbentes, con acertadísimos planos subjetivos, inofensivos unos, alucinatorios y terroríficos otros, en los que la mirada del protagonista nos lleva a lugares incómodos pero necesarios.
Tras esto, la rutina se instala en el modo en que los personajes interactúan y descubren las pistas que les ayudan a esclarecer el caso que parte de la primera secuencia. Nada a lo que el género no nos tenga ya acostumbrados, con un ritmo frenético que no por acelerado va a ofrecer más coherencia. Todo es susceptible de contarse mejor y de Inferno cabía esperar esa posibilidad. Tendremos que esperar a la próxima adaptación.
Silvia García Jerez