EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS de A. Rodríguez
Un thriller más que correcto
Correcto era la palabra que utilizaba Luis Roldán cuando algo le resultaba bien planteado, bien planeado. Ni vale ni bueno; correcto. Y normalmente la utilizaba con un tono casi de disciplina militar, muy adecuado para quien llega a ser Director General de la Benemérita, siendo además el primer civil en conseguirlo.
Durante su cargo, cuentan, que la Guardia Civil se modernizó con la incorporación de la mujer al cuerpo y que mejoraron muchas casas-cuartel. Pero fue destituido y huyó al enterarnos que se llevó una pila de millones sin justificar, mientras aumentaba su patrimonio familiar y aparecía en Interviú gastándoselo en orgías, en calzoncillos y sin gabardina -prenda que a la par le caracterizaba, siendo el fetiche común de los truhanes en una época de maletines y gabanes-.
Estamos en los ‘90, tras la Expo en Sevilla y las olimpiadas en Barcelona, ETA descubría al GAL y el nuevo boom comenzaba a ser inmobiliario; entonces, políticos y empresarios se contagiaban de una picaresca, que todavía sigue definiendo el folklore patrio y -cualquier- gobierno de España.
De ese periodo no tan lejano y aquel inicio, quizá, de nuestra corrupción, centrándose en el escapismo del prófugo, trata El hombre de las mil caras, dirigida por Alberto Rodríguez (Grupo 7, El traje, 7 vírgenes…)
Una entretenida película de espías donde la realidad supera a una estupenda ficción, basada en infinidad de recortes de prensa y un par de libros (Manuel Cerdán y Sánchez Dragó) que nos acercan al personaje y la persona de Roldán; autentico y tierno en la calva maquillada y la voz trabajada de un arriesgado y convincente Carlos Santos, la revelación del film. Aunque el verdadero protagonista de la rocambolesca trama y cerebro de aquella huida es Francisco Paesa; una especie de negociador que le guardó 1500 kilos al ex jefe de la Guardia Civil, sin que sepamos aún dónde fueron a parar. Este banquero, playboy y hasta traficante de armas, inquietante y frío, se recrea en el cuerpo de Eduard Fernández que como de costumbre está magistral.
Pero ni uno ni otro cuentan la historia, ya no la verdad, de esta farsa a ratos divertida y otras peligrosa e irreal entre París, Madrid y Laos – o no-; que es relatada por un tercer tipo, en off y durante todo el metraje. Camoes, el hombre que sabía demasiado pero no sabía estar callado; un piloto pícaro y ligón en la piel de José Coronado, inspirado en un amigo del embaucador Paco Paesa, que nos desvela cómo posiblemente fue el gran engaño a todo un país. Y como en un divertimento, consigue que quede algo más claro… En este thriller más que correcto.
Cigarrillos, lenguas y un ciervo.
El trío de estafadores se deja acompañar por tres mujeres que brillan en sus escasas apariciones, dibujando con pequeños detalles -un cuadro, unos pendientes y un attaché– la personalidad de cada uno de estos embusteros profesionales y sus negociables relaciones de pareja.
Sorprenden los secundarios como el irreconocible Luis Callejo en el papel del ministro Belloch, el clásico Emilio Gutiérrez Caba y algún otro como escapado de la TIA de Ibáñez más que del CESID del agente Paesa; que mantiene la mentira y no su palabra, por encima de todo, sin dejar de fumar y hablando en inglés, francés o castellano -que saber idiomas entonces era más raro que ahora y le facilitó esos contactos extranjeros que han sido su continua salvación-.
Desde hace años andaba desaparecido, pero el Sr. Paesa que ha tenido varias vidas y otras tantas muertes sin resucitar, reaparece en la portada de este mes de Vanity Fair, a colación de este estreno. Vamos, de película, que ya todo es vanidad y atrápame si puedes.
En El Hombre de las mil caras no falta la poesía visual que suele disfrutarse en las cintas de Alberto Rodríguez -ese arce en un aeropuerto-, gozando en ésta además, de un humor menos usual en el director, ganador de una decena de premios Goya con su anterior trabajo.
El realizador demuestra una vez más que no solo es bueno en la dirección de acción, también con los intérpretes por los que apuesta, que elige y expone, y terminan destacando siempre (Javier Gutiérrez fue premiado por La isla mínima y Guillermo Toledo debería haberlo conseguido por After)
Parece que vuelve a esa contemporaneidad en su siguiente proyecto en el cine aunque antes y para la televisión llegará La peste, que veremos sin duda.
Mientras, sigan con la charla que mantuvimos con Alberto Rodríguez y Carlos Santos porque aún hay más; como con Paesa, que casi invisible pero omnipresente, aparece asimismo hasta en los Panama Papers.
Mariló C. Calvo