GLASS: La disección del superhéroe
Hablar de Glass es hacerlo del cierre de una trilogía tan esperado que, incluso sin saber nada de ella, ni del argumento, ni de las criticas recibidas en su país de origen o en el nuestro, donde llega dos días después que en Estados Unidos en uno de esos estrenos simultáneos que aunque no lo parezca en 2019 no suelen darse con asiduidad, pero tanto si se está al día de su acogida como si permanecemos al margen de ella, Glass es el título más deseado del momento.
Y es lógico. Su director y artífice, creador de un universo único de superhéroes reales, se lo ha ganado. Deslumbró al mundo cuando nos presentó a David Dunn (Bruce Willis) y a Elijah Price (Samuel L. Jackson) en El protegido, cuyo título original era Unbreakable, es decir, Irrompible, adjetivo más acorde con lo que le sucedía a David en la historia.
Pero es que M. Night Shyamalan, que así se llama el hombre de la mente prodigiosa, no solo volvió a deslumbrarnos, sino que nos desequilibró cuando 15 años más tarde enlazó con El protegido su aplaudidísima Múltiple. Ese giro final que tanto caracteriza a Shyamalan y a sus películas más celebradas desde que estrenara El sexto sentido, se volvía un cataclismo cuando un universo que aparentemente no tenía nada que ver con El protegido se hermanaba con él.
Todo hacía indicar que una película posterior los uniría a los tres como el Anillo de Sauron estaba destinado a hacerlo en otra trilogía, y el propio Shyamalan confirmaba durante la promoción de Múltiple que tenía esa idea en la cabeza. Desde hace mucho tiempo.
Y se nota, porque ahora que llega Glass, el cierre de las tres y la cinta que ubica a los personajes en sus casillas y los sitúa frente a frente para alborozo de sus admiradores, cuida al detalle cada propuesta previa y las actualiza sin que se pierda ningún eslabón de cuantos Shyamalan ha ido enlazando para que el conjunto sea glorioso.

Lo primero que hace en Glass es encauzar las acciones para que los tres personajes a los que esperamos ver compartiendo plano logren ese objetivo. El lugar elegido para conseguirlo es un hospital psiquiátrico en el que a los tres los trata la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson), una mujer especializada en pacientes con el mal del superhéroe, es decir, que se creen que son uno de los personajes que nacen en los cómics.
Con esta premisa, Shyamalan despliega, en un guion que se toma su tiempo en posicionarse en cuanto a la narrativa argumental, toda una excelsa sabiduría en el noble arte de contar historias con viñetas. Y no se limita a exponer situaciones y sus consecuencias como en una charla de café, sino que ilustra sus teorías con el desarrollo de los acontecimientos en la pantalla.
Y claro, el resultado es un derroche de talento que la desborda. Algo así como lo que hizo Wes Craven con el cine de terror en Scream. Vigila quién llama, pero en el mundo de los superhéroes.
Shyamalan se acerca con maestría a todos los aspectos que tienen que ver con estos personajes superdotados, desde su concepción hasta su habitat, de lo que son capaces de hacer en los tebeos y lo que en la realidad pueden permitirse. Todo está abordado porque Shyamalan es un amante de los cómics y lo demuestra en cada frase, en cada plano, en cada diálogo, en cada acción que se lleva a cabo. Nada es casual en Glass, como nada lo fue antes, y aquí une las piezas para crear el collar perfecto.
A pesar de todo es un film que decepcionará a más de uno, y a quien esto firma, que no es precisamente seguidora del Shyamalan de los giros finales en sus películas más laureadas y que por lo tanto no suelo dedicarle palabras amables ni a El Protegido ni a Múltiple, me salen, con Glass, a auténticos borbotones.
Creo que es una película que necesita varios visionados para captar, y disfrutar por completo, de todos los guiños y alusiones a la historia que lleva años proponiendo y a su conexión con las reglas del cómic que le dan forma, pero está claro que en Glass no hace uso de ese giro final sino que, a pesar de contar con él en su desenlace lo va dejando surgir de manera tan lineal como en sus películas menos admiradas, El incidente o La joven del agua. Y eso, en la carrera de Shyamalan, nunca ha sido bien recibido.
Pero hay que ser muy grande para haber puesto sobre la mesa a superhéroes con problemas psiquiátricos, como si de Christopher Nolan se tratara, y llevar el film por un camino que descoloque de esa forma sin dejar de ser coherente con su propuesta, con la realidad con la que se enfrentan estos personajes fuera de las páginas. Es de una genialidad que abruma.

Por supuesto, en Glass volvemos a tener a los actores que previamente le dieron vida a los personajes que interpretaron en El protegido y Múltiple. Recuperamos a un Bruce Willis que hacía tiempo que no transitaba por una película comercial estrenada en salas, y aquí vuelve, no en demasiado metraje, pero el suficiente como para colmar la nostalgia que provoca su David Dunn y la emoción de verlo interactuar en este universo enfrentándose con la estrella de la trilogía que, le pese a Willis y a Jackson, cuyo personaje da título a la película, no es otro que James McCavoy.
El escocés que saltara a la fama interpretando al fauno de Las crónicas de Narnia: El león, la bruja y el armario, y que luego fuera Charles Xavier en parte de la saga X-Men ha alcanzado la gloria trabajando a las órdenes del director de El sexto sentido con una interpretación tan icónica como la que Bruce Willis ofreciera en ésta del pequeño que veía muertos continuamente, no solo en ocasiones, como afirmó su inexacto doblaje.
El mundo del cine se volvió loco cuando lo vio desplegar en Múltiple algunas de las personalidades que habitaban en su Kevin Wendell Crumb, el personaje con el que Casey Cooke (Anna Taylor-Joy), una de las chicas que secuestra en Múltiple y con la que aquí nos reencontramos, lo conoce. Porque en Kevin viven más de 20 personas, y en Múltiple conoceremos a Patricia, a Dennis o a Hedwig. Y en Glass hasta a un profesor de cine japonés especializado en las décadas en las que este arte es considerado un clásico.
Así que si en Múltiple asistir a los cambios de personalidad que interpreta James McCavoy es maravilloso, en Glass lo es aún más, porque aquí no los separa, como en Múltiple, el tiempo que sea necesario entre una visita y otra a las chicas secuestradas, sino que estando confinado en una habitación, con su infraestructura médica, las personalidades de Kevin saltan como en una fiesta de disfraces. Y como espectador resulta un espectáculo apoteósico. Uno tiene que rendirse ante la habilidad de McCavoy para hacer que parezca fácil algo tan complicado.
A su lado, por muy bien que estén sus compañeros, solo él tendrá la admiración absoluta y las mejores notas de la película. Y no podremos rechistar ante eso porque el resultado de su trabajo es de los que no se olvidarán nunca. Ese va a ser su mayor premio. Y el lamento de quienes recuerden que la Academia nunca se fijó en él. Probablemente tendría que haberse puesto mucho más maquillaje encima en lugar de aparecer en pantalla con su auténtico rostro, cambiando únicamente de voces, comportamientos, miradas y actitudes. Menuda osadía.
Glass, ahora sí toca hablar de ello, está siendo masacrada por la crítica norteamericana, algo que siempre han hecho sus profesionales con las cintas de Shyamalan. Pero no pasa nada. Si las dos precedentes son legendarias ésta también ocupará, con el tiempo, el lugar que le pertenece. Y no tardará en llegar dicho reconocimiento. Cualquiera que la analice con detenimiento se dará cuenta de que decir algo malo sobre ella no conduce a nada. Pero a veces el cine imperecedero tiene que esperar a ser considerado como tal. Está bien, M. Night Shyamalan no tiene prisa, porque en cualquier caso su trilogía ya ha hecho Historia.
Silvia García Jerez