GLADIATOR II

De epopeya y de opereta 

Casi un cuarto de siglo después del revival de cine de romanos que supuso Gladiator, la arena del Coliseo vuelve a llenarse de luchas, animales y gladiadores bajo la dirección de Ridley Scott. Regresando con la épica del honor y coraje de quienes combaten a muerte por su vida y libertad, tras la leyenda de su predecesora, Gladiator II logra salvarse de su propia historia gracias a sus protagonistas y a un comienzo apabullante para una historia irregular, que va de la epopeya a la opereta entre sorprendentes espectáculos navales, traiciones clásicas y crueles venganzas. 

Nadie puede negar a Ridley Scott su buen hacer en la realización de superproducciones y su maestría rodando la acción, con ese gusto por los relatos históricos y legendarios. Su anterior película, Napoleón, deslumbró con sus batallas -incluso con esos efectos digitales que distraían- pero resultó un film largo e incongruente, que llegó a acumular numerosas críticas por su falta de fidelidad histórica. Con la cinta que ahora estrena, reviviendo al Imperio Romano, Scott parece no haber aprendido la lección, entregándonos un metraje extenso que va desmereciendo el relato al permitirse demasiadas licencias sin rigor.
Cierto es que comienza grandiosamente con violencia, estilo y poderío, a través de un principio dramático y tras unos créditoscual acuarelas en movimiento narrando a pinceladas la historia de la que parte; la de aquel Gladiator que fue un general romano convertido en esclavo y luego, leyenda de la arena del Coliseo. Ese Gladiator que llegó también de la mano se Ridley Scott, encumbrando a Joaquin Phoenix y Russell Crowe, y resucitando el género péplum por el año 2000 de nuestra era. 

Han pasado más de veinte años y de nuevo, un gran soldado termina preso y se convierte en un magnífico luchador. Este Gladiator II -con números romanos, por favor- hereda el coraje, honor y venganza del protagonismo de su epopeya, triunfando en cada duelo a muerte en la arena y en cada interpretativo, imponiendo su carisma y fuerza ante quienes se le cruzan en su camino y su destino entre sueños, presagios y el Thymós, -la mayor pasión de cualquier persona-. 

Y ahí está este gladiador, llamado Lucio Vero (Paul Mescal), luchando contra su dueño y su ambiciosa crueldad. Un personaje fascinante -encarnado por Denzel Washington- con mucho arte para elegir a los gladiadores triunfadores y para moverse entre esclavos, combatientes y traidores, y ante ese par de hermanos-emperadores, tan déspotas como sádicos, que estremecen en cada plano (Joseph Quinn y Fred Hechinger).
No se puede obviar a Pedro Pascal, gran reclamo del film, aunque su general combatiendo aquí y allá por el Imperio, parece pasar por ahí sin pena, ni gloria. NI tampoco olvidar a Lucilla, con su ramita de tomillo a su vera. Esa hija, esposa, madre y amante -en la piel de Connie Nielsen, única que repite en el reparto de ambas producciones- que alberga el pasado y futuro de Roma. 

De come-monos a vengador absoluto de todo un imperio, mientras la locura y brutalidad con espadas de hierro y madera, aumenta entre puñetazos, polvo y sangre. Así es este Gladiator II, arrastrando un legado de sangre y lealtad junto a un poema y un anillo, garantía de eternidad y libertad. 

A través de unos efectos 3D más sutiles que en la anterior y gozando de un diseño producción descomunal, con esa asombrosa entrada a la ciudad de Roma y la recreación del Coliseo con ese sistema de sombrillas en las alturas, extendida por esclavos-, no se entiende que según avanza el metraje los fallos históricos fastidien una trama que además, se vuelve histriónica y algo ridícula, quizás por esos detalles que rechinan aunque no se sea especialista de la cultura clásica -como ese romano con lista de invitados y lápiz incluido, una especie de periódico y también de graffiti, que mejor hubieran quedado fuera plano, por fuera de época-, pues aun siendo ficción y un espectacular entretenimiento, a la Antigüedad se le debe respeto y veracidad.

No obstante, cuando la intuición se convierte en certeza llega el número final en el majestuoso anfiteatro con exhibiciones de bestias y humanos, donde la plebe y las clases privilegiadas disfrutaba de tal circo y pan. Una comida gratis que aumentaba el número de espectadores y a veces era lanzada a la arena de esas peleas de gladiadores, shows de caza y ejecuciones públicas, cuando los que iban a morir saludaban con sus pulgares -porque lo del palco del emperador decidiendo “vida o muerte” y el dedo gordo hacia arriba o abajo, es un maravilloso invento cinematográfico-.
Claro que alucinarán con las recreaciones de las famosas victorias navales del Imperio romano, cuando la arena se vuelve una piscina… Y esa fantasía ocurrió, ya que el Colosseum podía llenarse de agua con un sistema eficaz y veloz del que todavía no se conoce su funcionamiento, que actuaba cual plancha inundada y con poca profundidad, con lo cual solían representarse con barcos a menor escala, o con un decorado simulado. 

Todo estas celebraciones están documentadas -como las calzadas y los acueductos-, y eso Scott se lo sabe bien. Igualmente los diferentes animales que se guardaban en los pasillos subterráneos; como los elefantes, cocodrilos, hipopótamos, rinocerontes, tigres y por supuesto, leones, pero de ahí a haber fieras marinas es ya otra leyenda y además, innecesaria, porque la secuencia naval en sí ya es puro show-.  

Lo que hacemos en esta vida, tiene su eco en la otra, en la eternidad, se repite en uno y otro gladiador (inspirados en personajes reales). Pronunciadas en palabras de Maximus, ese primero y memorable que ganó cinco premios Óscar, incluido el de mejor película, y en este segundo -en números romanos-, y en boca de Lucius, pudiendo recibir igualmente alguna estatuilla como secuela de aquel Gladiator que revolucionó la gran pantalla de principios de siglo, con el resurgir de un cine épico muy hollywoodense. 

Mariló C. Calvo

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