ÉRASE UNA VEZ EN EUSKADI: Verano envenenado
Érase una vez en Euskadi tiene un título que mezcla el principio de los cuentos con el nombre de una ciudad que también parece pura ficción: porque ya no existe. Lo que ocurría en ella en los años 80 ha cambiado tanto que ya no es la misma.
Ese Euskadi visto desde los ojos de unos niños, la pandilla protagonista, es el que refleja un verano en el que van a dejar atrás la infancia. También por eso estamos ante un cuento, porque cuando que se abre la mente a los conocimientos, impartidos en el colegio o no, ya no puedes negar que sabes lo aprendido. A partir de entonces no escuchas igual el prólogo ‘Érase una vez…’, eso forma parte del pasado.
Marcos, José Antonio, Paquito y Toni son los niños de 12 años que van a pasar unas vacaciones diferentes, en las que van a descubrirse a sí mismos, a sus hermanos y a sus padres. Van a ser conscientes de que a lo mejor en casa no hay dinero para todo lo que queremos, que la idea de ser ciclista profesional tal vez no sea la más práctica, que el hermano yonki no tiene el mejor futuro posible o que meterse en manifestaciones en esa Euskadi de los 80 no tenía solo ese propósito.
Un montón de vivencias que los chicos van a enfrentar con la inocencia de sus 12 años y el comienzo de una madurez a la que la vida los va a obligar a entrar con celeridad.
Érase una vez en Euskadi es una película de iniciación. Hoy se rebautizaría su género con la expresión anglosajona coming of age, que es lo que siempre ha correspondido a las películas sobre el aprendizaje, sobre cambiar de etapa en la vida, pero hacerlo en el Euskadi de los 80 era particularmente duro porque no solo estaba la precariedad laboral o las drogas, sino que también era el tiempo en que la ETA estaba consolidada y el pueblo vasco tenía que lidiar con el movimiento de liberación.
La película muestra todo eso desde un punto de vista casi infantil, en el que la inocencia era combatida a diario por todo lo que le iba, poco a poco, cortando las alas.
Pero la amistad de los chicos es lo más importante. Porque solo gracias a su consuelo, a su apoyo mutuo, en medio de apodos que son insultos y demás muestras de cariño salvaje tan propio de la edad, serán capaces de sobrellevar lo que les suceda.
Actores desconocidos para interpretarlos pero todo un plantel de intérpretes inmensos para darles vida a sus padres y hermanos. Un reparto de talento descomunal en el que encontramos a Vicente Romero y Marian Álvarez, a la abuela que es María Alfonsa Rosso, a ese yonki en la piel de Aron Piper a Ruth Díaz o a Luis Callejo, grandes nombres que van a tener un protagonismo también importante. No solo los niños, los adultos son un peso enorme en este relato en el que ellos, no aceptando la realidad que les toca en sus empresas o con sus familias, se vuelven de nuevo niños.
Érase una vez en Euskadi es un magnífico caleidoscopio de historias que no acaban de cristalizar en la gran película que debería ser. Le falta garra dramática en los tramos más terribles, emotividad en los que piden más ternura y contundencia en el tono, que se encuentra en tierra de nadie para agradar a la mayor amplitud de público posible. Y eso hace que más allá de verle su potencial a la película no seamos capaces de concretarlo en un conjunto poderoso donde la forma y el fondo se reúnan de manera brillante.
Por momentos, la película tiene destellos admirables, pero en otros cae en una rutina de película apagada, y remonta con dificultad. Lejos de la genialidad de Cuenta conmigo o de la española Héroes, Érase una vez en Euskadi recorre los 80 con una nostalgia más oscura que esperanzadora, aunque en el horizonte de la edad adulta se vislumbre una forma de vida que deje atrás todo lo conocido.
Silvia García Jerez