Entrevistamos a ANDRÉS DUQUE por OLEG Y LAS RARAS ARTES
Oleg y las raras artes es uno de los estrenos más curiosos de la cartelera. Un documental dirigido por Andrés Duque, en el que el protagonista absoluto es el pianista ruso Oleg Karavaychuk. Nacido en Ucrania y fallecido este mismo año en Rusia, su figura siempre fue un misterio para sus compatriotas. El director venezolano quiso acercarse a ella y nos la muestra en un documento fascinante que provoca tantas reflexiones como preguntas. De las primeras se encargarán los espectadores, de algunas de las posibles segundas, se hizo cargo La Cronosfera, que entrevistó a un Duque cercano encantado de responderlas.
La Cronosfera: ¿Quién es Oleg y cuáles son las raras artes?
Andrés Duque: El título surgió de una forma muy espontánea. Desde luego es un título que se presta a muchas lecturas. Pero el hecho es que cuando yo empiezo a buscar a Oleg, yo era como el personaje de la novela Drácula, de Bram Stoker. Yo iba para allá y decía que quería hacer una película sobre Oleg Karavaychuk y la gente me cerraba las puertas. No me querían ayudar, decían que estaba loco por querer hacer algo así. Yo me preguntaba por qué lo odiaban tanto. Había quien me preguntaba que por qué, con la cantidad de compositores buenos que tenemos aquí, precisamente quería hacer un documental de ese hombre. Yo preguntaba que por qué era tan malo, por qué no les gustaba, y nadie me daba una respuesta convincente. Hasta que uno me dijo: «Es que yo no sé si es hombre o mujer». A lo que yo respondí: «¿Y ese es un problema?». Y claro, la respuesta fue: «Hombre, sí, para los rusos eso es un problema». Yo contraataqué preguntado que por qué era un problema y la respuesta fue aún más escueta. Se limitó a decirme que era raro. Por eso titulé así la película, porque si había algo que quería decir con ella es que lo raro es bello.
L.C.: Muchos de los espectadores conocerán a Oleg gracias al documental. ¿Cómo lo conociste tú y cómo decidiste que querías hacer un documental sobre él?
A.D.: Yo tenía música de Oleg, porque yo soy melómano y colecciono música y tenía la banda sonora de Los largos adioses, una película de la ucraniana Kira Murátova. La música la hizo él. Es una música que te embruja. Es piano que suena como metido dentro de una lata. Pero no fue hasta el 2012 en que conocí a una comisaria del Museo de Arte Contemporáneo de Moscú que le pregunté por quién había compuesto esa música y me dijo que Karavaychuk, todo un personaje. Y me añadió que con los retratos que yo hacía, me podía interesar mucho. Así que ella empezó a enviarme información y a meterme el veneno y me sedujo completamente.
Me armé de valor, hablé con los del Museo, me alojaron en una casa y estuve un mes buscándolo, sin conseguirlo. Porque él no me quería ver. Se preguntaba por qué un cineasta español lo quería ver, le parecía una tontería. Fui conociendo gente de su reducido círculo y a uno de ellos le caí bien. Me llamó y quedó conmigo en una plaza por la que iba a pasar con Oleg a determinada hora. Yo llamé entonces a Karina, la que me hacía las traducciones del ruso, y casualmente íbamos los tres vestidos de azul. A Oleg le gustó y le pareció que lo único importante era sentarnos a hablar. Más tarde me preguntó quién era yo y cuando supo que era el director interesado en él, para entonces ya me lo había ganado un poco.
Él por entonces estaba muy obsesionado con los valses rusos, que por supuesto consideraba mejor que los austriacos, y los estaba estudiando, y yo, como soy de Venezuela, conozco muy bien la tradición latinoamericana de valses, y la verdad es que son una tendencia muy diferente. Así que le empecé a hablar de los valses, y una amiga de Venezuela me consiguió partituras de la época, y ese fue el único regalo que me ha aceptado. Intenté regalarle boinas, jerseys, y nada, no me los ha aceptado, solo las partituras.
L.C.: Las boinas que aparecen en la película son todas suyas, entonces.
A.D.: Sí, son suyas, no aceptaba regalos de nadie. Únicamente me aceptó las partituras, lo cual explica mucho cómo él ve las cosas.
L.C.: ¿Qué has descubierto de él que no esperabas?
A.D.: Cuando empecé a hablar con la gente, encontré mucho miedo. La gente le temía porque tiene muy mal genio. Y yo lo trataba con mucho respeto. Y había algo que no estaba funcionando en esta relación, algo que me hacía pensar que la película no saldría adelante. Y gracias a un bailarín, Marat, que un día lo vi conversando con él y me dio envidia, me di cuenta de que tenía que observar cómo ganármelo. Me di cuenta de que Marat era como un Peter Pan, un niño grande de más de dos metros y yo empecé a comportarme también como un niño. Y entonces él se dejó llevar. Para mí fue como estar con una persona de noventa años que infunde mucho miedo pero a la que yo le había visto su faceta de niño, y esa fue toda una experiencia.
L.C.: ¿Concebiste la película en esas secuencias tan largas?
A.D.: Hubo dos ideas previas para intentar darle forma a la película, pero no funcionaron. Y es que él me dijo algo que me supuso un reto. Me dijo tanto mis películas, como su trabajo, trataban sobre la improvisación, así que no entendía por qué le estaba ofreciendo un guion. «¿Por qué me quieres psicoanalizar?», me preguntó. Y tenía razón. Me dijo que los cineastas teníamos la manía de psicoanalizar a sus personajes y que eso no podía ser, que tenían que ser libres. Y yo pensé que quería transmitir eso. Por eso son planos secuencia donde intento mostrar esa libertad. Lo planteé así para que te dejes llevar por esa manera que él tiene de asociar ideas. Para mí eso es muy bello.
L..C.: Una de las secuencias más importantes es aquella en la que Oleg lee la carta que le dedica a la Reina, pero él no aparece, únicamente se le escucha.
A.D.: Yo lo traje a Madrid . Él no me dejaba grabar en el Hermitage, en el piano donde toca, ese era su santuario y ahí no puede entrar nadie. Mi única opción era traerlo a Madrid para que viese El Bosco, porque a él siempre lo han comparado con el pintor, y pensé que esa era una vía a explorar. Quería que diera un concierto. Para la película. Se invitaron a los amigos pero la ola fue creciendo y fueron cuatrocientas personas. Hasta el cónsul y el embajador de Rusia fueron a ver a Karavaychuk. Pero él no tocó el piano. Llegó, tocó cuatro notas y decidió que no podía tocar más.
Estuvo una hora explicándole al público las razones por las que no podía tocar el piano, y fue muy gracioso porque la gente estaba alucinada. La gente se preguntaba si eso estaba planificado como parte de la película. Y yo quería que tocara porque era la única posibilidad que tenía de poder grabarlo, y no la tuve. Entonces, como siempre estábamos jugando y mintiéndonos, en un momento determinado le dije que la Reina de España había estado allí para escucharlo tocar y él se lo creyó y entendió lo importante que era todo y al día siguiente, cuando fui a buscarlo, me tenía preparada esta carta de veinte páginas. En realidad se estaba disculpando conmigo porque la Reina era yo.
Yo le pedí que me leyera la carta porque su caligrafía era indescrifrable, y me parecía también que era otra manera de mostrarlo. Y cuando la leyó yo lloraba de la emoción. Porque lo estaba odiando y amando a la vez.
L.C.: Pero sí que lo tienes tocando el piano en dos secuencias fantásticas, una de ellas en la que está con los ojos cerrados, siendo él y la música ambos uno, y otra en la que toca sin tocar, como en El pianista de Roman Polanski.
A.D.: Es verdad (Risas), es verdad. Todo el mundo me decía que con Oleg era como jugar al ajedrez, porque hay batallas que se ganan y otras que se pierden. Como gané unas cuantas, gracias a eso él accede y me pregunta qué necesito para la película. Yo le dije que no lo tenía tocando el piano. Y esperar a un concierto no parecía factible. Entonces me propuso grabar en el Hermitage. Yo no lo podía creer, pero estuvo súper entregado. Otro problema que tenía era que este señor, cuando iba los lunes a tocar al Museo, se pasaba seis horas tocando sin parar. Y yo le pedí una pieza corta, de ocho minutos. Me tocó la pieza y fueron ocho minutos absolutamente precisos.
L.C.: Esto nos lleva directamente al momento en que Oleg asegura que ya no hay genios porque solo quieren ganar dinero.
A.D.: Esa es una filosofía de su propia vida. Él es así. Hasta hace poco no tenía ni agua corriente en su casa, ni electricidad. Y no le importaba, para él era la manera en que se concibe la libertad. A mí todo esto me parecía tan raro que esa rareza era muy bella y para mí fue urgente grabarla.
Silvia García Jerez