EL SILENCIO DE ELVIS
El silencio de Elvis es una de las obras teatrales más conmovedoras de la cartelera. Y más duras. Porque habla de temas que son prácticamente tabú en nuestra sociedad, y aunque lo haga con un tacto y un buen gusto encomiables, no deja de acercarnos a aspectos dolorosos de la existencia y eso, que se agradece para tener el problema presente y no olvidarlo, es también algo muy duro a lo que enfrentarse en un espectáculo.
Y es que al comienzo de El silencio de Elvis conocemos a Vicentín y a su familia, una familia modesta que tiene que hacer frente a una vida sencilla por culpa de la crisis. Su día a día, con su padre viendo la tele y su madre compartiendo recetas gastronómicas por teléfono, nos da una idea de que son una familia como tantas otras en los pueblos de España.
Pero Vicentín tiene un don: sabe con antelación lo que su interlocutor va a decir, ya sea este su padre o el presentador de la tele. Y además, es éste un mundo que le gusta. Se ve con futuro como concursante de cada uno de los programas de máxima audiencia de las cadenas y trata de participar en todos para hacer fortuna en ellos… sin recibir la llamada de vuelta que se lo permita.
Y poco a poco Vicentín va cayendo, entre esos días que pasan, en la profundidad de la enfermedad mental que se le diagnostica: esquizofrenia. Su querido Elvis, que lleva en el alma y cuyas canciones se sabe a la perfección, lo acompaña en el viaje a la oscuridad, también para darle la fuerza que él no tuvo para pedir la ayuda por la que ni siquiera cantó.
El silencio de Elvis es una obra que firma Sandra Ferrús, escritora del texto que se interpreta en el teatro Infanta Isabel de Madrid, que ahonda con una sensibilidad extrema la temible y terrible esquizofrenia,. Y lo hace desde todos los puntos de vista, para que tengamos claro lo que quien no convive con una enfermedad así solo sospecha: que la sociedad la tiene apartada y que ni siquiera las ayudas llegan cuando se las necesita.
Su familia no sabe ya qué hacer para hacerle frente, para curar a Vicentín y poder vivir con él, porque la convivencia es física y administrativamente inviable. Pero para Vicentín también es un calvario porque se da cuenta de lo que sufre, de que no puede hacer nada positivo para evitar su tormento y porque ve cómo lo pasa su familia por su culpa, aunque todos tengan presente que el pobre no tiene culpa de nada.
El sistema tampoco está de su lado, ningún aspecto parece ir bien en este descenso a los infiernos que todos los personajes de la obra experimentan. Un problema sigue a otro sin solución posible a corto o medio plazo. La pesadilla es cada vez más evidente y más real.
El silencio de Elvis plantea todo esto sin suavizar nada y con unas soluciones escénicas admirables, mezclando personajes, situaciones o momentos dentro y fuera de la mente de Vicentín sin que el espectador se pierda ni un solo minuto en esta propuesta.
La incorporación de Pepe Viyuela al reparto, sustituyendo a José Luis Alcobendas en este mismo papel, es un reclamo evidente para un público que ya lo conoce de sus interpretaciones televisivas, pero si queremos encontrar al Pepe Viyuela actor de comedia, aquí no vamos a encontrárnoslo. Tal vez se oigan risas al comienzo de la obra, sobre todo con su presencia en escena, es normal: su personaje da pie a ello, pero siempre dejando claro que lo que va a venir a continuación, lo que arrancará, además de aplausos, serán lágrimas.
Porque El silencio de Elvis comienza de una manera más ligera, casi costumbrista, para meternos, sin que nos demos mucha cuenta, en el drama de esta familia que pronto no sabrá encontrar puertas para salir del gran problema en el que se encuentra inmersa.
Y eso no es malo, al contrario. Está mejor que bien que el teatro, además de ser en sí mismo un medio de entretenimiento, entretenga, porque la obra aburrida no es, pero que sea también una plataforma para exponer una enfermedad mental a la que la sociedad le ha dado la espalda para no verla por fea, desagradable y, por qué no, por el miedo que da, y de este modo nos diga no solo que existe, que muchas personas la sufren, sino que la administración tampoco está a la altura.
Por lo tanto, Pepe Viyuela, a quien actualmente podemos ver cada semana en el capítulo que emita Antena 3 de su espléndida serie Matadero, continúa en El silencio de Elvis con un registro dramático muy diferente al de las comedias que ha protagonizado. Muy diferente y espléndido en la piel de un padre tan vulnerable.
Porque su personaje es el de un pobre diablo que quiere a su familia pero no sabe cómo decírselo, y ese amor incluye a su hijo, el Vicentín al que da vida de forma escalofriante Elías González, a quien tampoco sabe cómo ayudar. Y eso lo tiene preso en un estado de nervios imposible de apaciguar, como le ocurre también a su mujer y a su hija, hermana de Vicentín, que se vuelca en sacar a su hermano de la situación en la que está.
El silencio de Elvis es una obra maravillosa, conmovedora y especialmente catártica en la que como espectadores despertamos a una verdad de la que no se habla, de la que no se suelen hacer películas, de la que no hay apenas testimonios que salgan de las consultas de los médicos. Y nosotros, como espectadores, tenemos la oportunidad de despertar a una realidad que también merece ser contada. Y merece ser contada como Sandra Ferrús la expone en su obra.
Silvia García Jerez