EL NIÑO Y LA BESTIA: fascinante animación nipona

Akira, El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro, La princesa Mononoke, El castillo ambulante, Ponyo en el acantilado o más recientemente, El viento se levanta, El recuerdo de Marnie o El cuento de la princesa Kaguya. La lista es interminable, aunque no siempre la tengamos presente porque lo que suele primar en la cartelera, y en las taquillas, son los títulos de Disney, Pixar, DreamWorks, Fox y demás productoras norteamericanas, que cuentan con la solidez de compañías que hacen las delicias de niños y mayores en la misma sesión cinematográfica.

EL NIÑO Y LA BESTIA en pleno desayuno
EL NIÑO Y LA BESTIA en pleno desayuno

Pero la animación asiática tiene también un público entregado que hace muchos años comprendió que la singularidad de su cine no excluía la genialidad en sus fotogramas. O lo que es lo mimo: la cultura oriental posee claves específicas de la tierra de la que proviene que no siempre son asimiladas con la facilidad con que se asumen los códigos que ya tenemos aprendidos. Sirva como ejemplo que si bien para nosotros el agua no va más allá de ser un elemento básico para vivir, lo cual no deja de ser fundamental en nuestra existencia pero no goza de ningún significado especial en narrativas terroríficas o dramáticas, para ellos es muy distinto porque simboliza la pureza y la vida.
Teniendo este dato en cuenta, podremos disfrutar con mayor intensidad de una joya nipona que viene arropada por un aura de genialidad que se corresponde con el resultado de la misma. Porque desde el primer minuto todo cuanto vemos en la película es fascinante, tanto en el aspecto conceptual como en el de las resoluciones llevadas a cabo para plasmarlas en la pantalla. Y es que una cosa es querer contar la historia de un niño huérfano que accede a un mundo imaginario en el que habitan bestias y en el que aprenderá a equilibrar su parte humana con la más guerrera, y otra muy distinta conseguir que tal propósito se asimile con la naturalidad de una narrativa convencional.
Tal vez porque se trata de género de animación, nuestro espectro de asimilación de la ficción llega hasta donde la imagen real no tiene acceso, pero no deja de ser cierto que o se es muy convincente con todo tipo de proposición de universos a la hora de ubicar personajes y situaciones o ni siquiera el colchón de los dibujos detendrá la decepción que supone que el espectador no acepte lo imposible.

La bestia rodeado de personajes de su mundo
La bestia rodeado de personajes de su mundo

El niño y la bestia supone un ejercicio tan acertado en la fusión de realidad y fantasía que absorbe sin remedio y pide más a cada momento. De los personajes, de su pasado con respecto a su presente y de lo que es mejor para ellos en el futuro. Incluso de esa locura de tramo final que incluye, cómo no, el elemento acuático. Y es que por mucho despropósito que parezca porque se aleje de nuestros parámetros occidentales, hasta la figura que aquí crea el agua cobra sentido en el encuadre del contexto al que pertenece.
Más de uno se preguntará si se trata de cine infantil, si es para toda la familia, tal y como tenemos asumido que se dirigirá cuanta película de dibujos animados llegue a nuestras carteleras, gracias principalmente a que así ha sido con la obra de Disney y de muchos títulos posteriores de otras factorías. La respuesta es afirmativa. Cualquier espectador que se acerque a descubrir esta particularísima relación de amistad con toques paterno-filiales encontrará en ella no solo un entretenimiento perfecto en el 2D más tradicional, sino un espejo para preguntarse quién, en según qué ocasiones, aprende de quién en la vida, si el padre del hijo o el hijo del padre. Y nunca es tarde para cambiar la respuesta.

Silvia García Jerez

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