DÍAS, MESES, AÑOS. El sonido del trigo

Días, meses, años, de Yan Lianke (ed. Automática). Traducción de Belén Cuadra Mora

Las estaciones se han vuelto irregulares; algunos dicen que el tiempo está loco, otros lo achacan al cambio climático. Evidentemente, estos últimos están en lo cierto. Tenemos la suerte de no haber sufrido todavía las consecuencias brutales que nos depara esta variación del clima. Pero, ¿y si de repente el nivel del mar aumentara e inundara medio país? ¿Y si una sucesión continua de tormentas, huracanes o ciclones hiciese inconcebible el poder vivir con tranquilidad? ¿Y si una ola de calor calcinase todo el terreno haciendo inviable la proliferación de cualquier cultivo? ¿Alguien estaría dispuesto a quedarse o la huida hacia otros territorios sería una mejor opción? En Días, meses, años, Yan Lianke nos sumerge en esta disyuntiva siguiendo el compás de un tierno relato que respira verdad, lucha y esperanza. 

« Habían desaparecido el ganado y los gorriones, y hasta los cuervos habían volado huyendo de la sequía. Atrás quedó solo un silencio sepulcral. El anciano observó el sol rojo sangre, cada vez más fino, y escuchó el sonido de sus rayos alejándose, como un manto de seda granate que se va recogiendo lentamente. Reunió los restos molidos del maíz y pensó: otro día se acaba. ¿Qué vamos a hacer cuando se nos eche encima el mañana? »

Yan Lianke es uno de los escritores contemporáneos más importantes de China, a pesar de que varias de sus obras se han censurado en el país. Su nueva novela evoca un paraje casi desértico: la sierra de Balou. Un lugar armonioso y fértil hasta que arremete contra él una violenta sequía. Viendo que era imposible subsistir en esas condiciones, todos los aldeanos coincidieron en partir en busca de un nuevo hogar. Todos, excepto un anciano y su perro ciego que optaron por quedarse para cuidar del único tallo de maíz que sobrevivió a las áridas temperaturas.

Portada Días, meses, años
Portada Días, meses, años

Los días pasaban lentos, sin embargo el calor no aminoraba los ánimos del anciano y de Ciego. La lucha constante por proteger a la planta de cualquier mal y afianzar su crecimiento concentraba los esfuerzos de ambos durante el día. El deshabitado territorio pasó a manos de los animales; feroces bestias que campaban a sus anchas y se creían dueños y señores de los ínfimos recursos naturales de la zona. Al anciano le sonaba la tripa de hambre y desolación. Sus tripas gemían en pos de ser escuchadas y neutralizadas, o de ser silenciadas de una vez. Al tener al pequeño brote y al perro como prioridad, soterrar su apetito recaía en un segundo plano. Los lazos se estrechaban y los tres fueron creando una pequeña unidad que los ataba bien fuerte.

« No temas, Ciego, dijo el anciano, mientras yo tenga un cuenco de comida, la mitad será para ti. Me moriré yo de hambre antes que dejar que la pases tú » .

La prosa de Yan Lianke en Días, meses, años alcanza un lirismo sin fin que nos abstrae, en ocasiones, de la propia historia. El bello lenguaje formado por la utilización de las palabras exactas en el momento adecuado, las figuras retóricas bien construidas, la narración que adquiere un tono musical gracias a la poética de su estilo… conforman un universo donde se dota a lo incorpóreo de características materiales. Un universo que se balancea suavemente acunando lo que podría ser una representación del futuro que nos espera. 

La labor del campesino plasmada en este pequeño texto es tremendamente representativa: la realidad del que ama la tierra que ha trabajado, de la que ha sacado fruto, la autenticidad de esa tierra calada por las gotas de sudor de aquel que la cría. Pero la perseverancia del anciano tiene otro noble porqué que radica en sembrar el comienzo de la vida, de forma que la aldea vuelva a ser habitable para acoger y estrechar a quienes la abandonaron. Días, meses, años se cierne como todo un ejemplo de valor y empatía hacia las generaciones futuras. Nos enseña a no tirar la toalla y a luchar por un futuro mejor para los que vienen.


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Alba González

Alba Gonzalez

Pegada a un libro desde 1993. Compagino la comunicación y relaciones públicas con la escritura, colaborando en varias webs de contenido cultural. Sueño con escapar periódicamente del caos madrileño para volver a pisar mis playas pontevedresas; leer a Clarice Lispector junto al mar, escuchando a Radiohead de fondo, es todo lo que necesito.

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