CLASH: La Primavera Árabe viaja en furgón
Clash comienza con un plano en el interior de un furgón vacío. La cámara se acerca a la puerta y de repente ésta se abre para que un policía introduzca en él, de muy malas formas, a un reportero y a su cámara tras haberles quitado todo sistema de grabación que llevaran consigo. Ambos detenidos no hacían más que su trabajo, cubrir la revuelta que en agosto de 2013 acabó con el gobierno de Morsi.
Pero no serán ellos los últimos en subir. El furgón va a comenzar a llenarse, primero con un grupo que le tira piedras al camión, al que se suma la mujer y madre de un marido y un hijo a los que ve detener y por lo tanto ella también lanza piedras para no dejarlos solos. Y tras ellos todos los que posteriormente son obligados a subir, sean o no partidarios de Los Hermanos Musulmanes.
Y todo ello contado desde el interior del furgón. La cámara no sale de allí, viaja con los detenidos durante todo el trayecto a ninguna parte, conducido a cada rato por quien entre en la cabina si tiene suerte de que no lo maten antes. Una road movie interior en la que vamos conociendo a los amigos que los detenidos van encontrando en otros furgones o en la que toca enfrentarse a francotiradores que pueden ser, o no, topos de la policía.
Lo que pretende ser una fiel reproducción de la realidad vivida en la Primavera Árabe a través de la forma, de la agobiante reclusión en un espacio nimio de personas de tendencia política diferente y perteneciente a distintas religiones no se queda sino en una exposición del mosaico de violencias a las que fueron sometidos por el momento histórico que vivieron.
Nada hay de genialidad en destacar la opresión de la obligación de permanecer en un furgón, ni siquiera cuando se les permite que la puerta se quede abierta para que no mueran asfixiados, sabiendo que tendrían la misma libertad si salieran que estando dentro.
Formalmente el furgón funciona como el escenario de una obra teatral y lo que importa no es el agobio que se transmita al espectador en un espacio muy delimitado sino la tensión con la que se manifiestan las distintas posturas allí congregadas.
Pero todos sabemos que por opuestas que sean las formas de pensar, cuando algo natural eleva su circunstancia por encima de ellas el instinto humano se torna colaborador hasta en el más mínimo detalle. Así, cuando surge la necesidad de que el cuerpo evacúe lo que le sobra, tanto dentro del furgón como fuera las diferencias tratan de eliminarse.
De esta forma, Clash deja de ser un ejercicio estresante para pasar a convertirse en una suerte de Cuaderno de Bitácora, en un relato cercano de los acontecimientos que tuvieron lugar en el verano de hace cuatro años y que nosotros, mientras muchos de ellos viajaban con la esperanza de que todo volviera a ser como antes, veíamos cómodamente desde los sofás de nuestras casas.
Mohamed Diab, el director, coloca su cámara en el furgón para llevarnos lo más cerca posible de la situación que narra y utiliza todos los recursos que ésta le proporciona para que la opresión se manifieste, nunca mejor dicho, con todas las formas con las que este instrumento es capaz de hacerlo, ya sea por medio de los desenfoques que implican la excesiva cercanía de los personajes como a través de los zooms con los que la cámara pretende escapar del espacio en que está enclavada.
Clash nos llega con un año de retraso respecto a su premiere mundial, que tuvo lugar en el Festival de Cannes de 2016. Inauguró la sección Una Cierta Mirada. Un poco más tarde, en octubre, se proyectó en el Festival de Valladolid. Y ahora por fin tiene lugar su estreno comercial en nuestro país. En 18 salas de toda España. Pocas son para una cinta tan interesante, pero por lo menos existe la posibilidad de verla en la gran pantalla.
Silvia García Jerez